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—Papá... ¡Papá!

Durante las vacaciones de semana santa, los recién casados trasladaron todas sus cosas a la casa Gaunt; tras la boda le hicieron saber a sus padres que buscarían un nuevo hogar para ambos, y tanto Tom como Orión y Walburga les dijeron que no necesitaban hacerlo, ambas casas estaban disponibles para ellos. Respondieron que estaban agradecidos, pero querían su propio espacio, y claro que tenía sentido, así que Tom les ofreció la llave que hacía ya treinta años su tío Murphin le había dejado, ellos quisieron negarse, pero no se los permitió, poniendo la llave en la mano se su hijo y negándose a aceptarla de vuelta; le habían hecho bastantes cambios, la pintura ya no era café rojizo, casi como un ladrillo, habían elegido un color verde claro, y la cocina había sido reamueblada, los gabinetes viejos y chirriantes habían sido remplazados por unos nuevos de color negro, la pintura había pasado de un amarillo patito a blanco, y la vieja y destartalada mesa redonda, junto a sus sillas, había sido remplazada por una pequeña mesa rectangular con unas nuevas sillas, ambos completamente de madera.

La sala frente a la puerta se había convertido en un comedor, y las decoraciones se basaban en pinturas, fotos y plantas. A Tom le asombraba lo cambiada que estaba esa vieja y polvorienta casa, había pasado de ser un lugar sombrío a uno radiante, claro que también ayudaba que su padre hubiese contratado albañiles para hacer más grandes las dos pequeñas ventanas que apenas iluminaban el piso de abajo. Cuando subió las escaleras notó que el barandal ya no era de la madera que estaba por caerse, sino de un plástico duro que no hacía afán de moverse, también se fijó en los cuadros que adornaban esa pared, habían puesto fotos de ellos juntos, con los padres de ambos, una donde Severus estaba intentando enseñarle pociones a sus hermanos... y después estaban las mismas viejas fotos que él había visto: en la que estaban su abuelo Marvolo junto a su madre y su tío, en la que estaban solo los últimos dos, en otro su tío, después una en la que estaba su madre... habían cambiado el marco. Severus fue a su lado, supuso que se tardó demasiado viendo la misma foto.

— ¿Pasa algo, papá?

Tom negó.

—Me gusta el que le pusiste... yo siempre olvidaba cambiarlo.

—La abuela Merope merece algo más que un cuadro roto.

—Sí... lo hace.

—Ven, quiero que veas cómo acomodamos nuestra habitación.

Tomó de su mano y le jaló los pocos escalones que faltaban, mostrándole la pintura, los cuadros y los muebles nuevos que habían comprado. Le hacía ilusión ver a su hijo feliz, notaba el brillo en sus ojos y notaba cómo irradiaba de alegría con cada palabra que soltaba... ahí supo que era así como debía ser, y honestamente no lo hubiese hecho de otra forma, sí, le hubiese gustado no interferir cuando eran más jóvenes, quizá Dominick no hubiese muerto a los dieciséis de no ser porque Tom quiso jugar a ser el destino, quizá Severus no hubiese tenido que lidiar con ansiedad y ataques de pánico tras el trauma de ser... aún le pesaba recordarlo. Pero quizá no estarían ahí, tal vez Sirius y Severus no estarían casados, ni viviendo a un par de metros de distancia, quizá él seguiría siendo profesor tras la muerte de la señora Merrythought, no confiaría en nadie más para dejarle ese puesto que ella le había cedido... quizá ninguno sería completamente feliz.

• • •

El doce de junio Tom estuvo haciendo una misión junto a Barty, ninguno se lo estaba tomando muy en serio, era un lugar inhóspito, y apesar de realmente erizarles los vellos de la nunca, no había nadie, supuestamente había un rastro de algún mago tenebroso, pero sus varitas no captaban nada, al menos no hasta veinte minutos después, cuando la luz de la punta se tornó roja, ambos lo vieron, un hombre no muy alto, delgado y de cabello negro amarrado en una coleta, empezó a lanzarles maldiciones, quizá hubiese sido buena idea aceptar que no podían ir ellos solos, pero bueno, ya estaban ahí. Barty respondía las agresiones con otras tantas, el mago después atacó a Tom, quien le imitaba y muchas veces sus hechizos chocaban; tras largos diez minutos de duelo no pudo esquivar del todo una maldición, haciéndole un corte en el brazo izquierdo, que siendo honesto le escosía, su mano se puso tensa, y con la que sostenía la varita volvió a apuntar, sin pensarlo demasiado musitó aquellas palabras que siempre evitaba: «Avada Kedabra», dándole de lleno en el pecho al mago, se asustó de repente, revisando todo su cuerpo y calmándose después, había estado tan acostumbrado a la posibilidad de morir con ese hechizo, que simplemente había olvidado que el juramento inquebrantable se rompía cuando una de las dos partes fallece.

ΜεταμόρφωσηDonde viven las historias. Descúbrelo ahora