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Su semana de «vacaciones» había empezado relativamente bien, la señorita Tomlinson avisó a la señora Cole que se mudaría del orfanato, así que su horario cambió y él la ayudó a trasladar todas sus cosas a la casa Gaunt. Esa mañana la mujer lo levantó con una caricia en la mejilla y un suave murmullo de «despierta». El olor a desayuno llegaba hasta la habitación que solía ser de su madre y ahora le pertenecía, vio la hora en el reloj de tocador que Astrid le había regalado por navidad, eran las diez de la mañana, se estiró antes de levantarse, no recordaba una sola vez que hubiese despertado después de las nueve, pero bueno, tampoco había llorado nunca, así que quizá para todo había una primera vez. Estando en una casa propia, y sintiendo la confianza, decidió bajar a la cocina en pijama, donde la mujer estaba colocando un plato con huevos estrellados y tocino sobre la mesa.

—Buenos días, Tom.

—Buenos días —Respondió con un bostezo, sentándose frente a la mesa y recibiendo un plato con el desayuno.

Ambos hablaron por una media hora mientras comían, Tom asentía a lo que la señorita Tomlinson decía que debían comprar para preparar las comidas y él de vez en cuando mencionaba que deseaba cambiar un poco la decoración de las habitaciones, aunque la casa no era un lugar inhabitable, era sombría y se sentía como si en cualquier momento un asesino de película fuese a salir de la nada. Habían terminado cuando alguien llamando a la puerta de madera se escuchó, Tom frunció el ceño, pero asumió era algún amigo de su tío que no sabía que había sido encarcelado.

—Yo voy.

Dijo, levantándose y caminando a la sala de estar, donde el vidrio opaco de la puerta le mostraba la figura de un hombre alto. Con precaución la abrió, observando al mismo hombre que su tío había amenazado días atrás. El mismo que había dejado frente a la mansión aquella mañana sin responder a las preguntas que hacía sobre su madre, pero vamos: ¿cómo se las respondería? Si ni siquiera él mismo sabía lo que había pasado.

—Hola, Tom —Murmuró el hombre.

—Buenos días... ¿necesita algo?

—Tom... quiero hablar contigo.

Lo miró de arriba a abajo, a penas reparaba en la ropa negra que llevaba y la cara roja e hinchada que tenía. No debía ser muy listo para adivinar que aún estaba de luto por la muerte del viejo. Asintió, se hizo a un lado para dejarle pasar y así lo hizo, cerró la puerta tras él, ambos se dirigieron a la sala, pero antes de invitarlo a sentarse la señorita Tomlinson se dejó ver por el umbral de la cocina.

— ¿Quién era, To-? —Se detuvo al ver al hombre, le extendió una mano y se presentó:—. Soy Meredith Tomlinson, un gusto.

El hombre le estrechó la mano y respondió de la misma manera:—. Tom Riddle, un gusto.

Okay, no era suficiente con ser físicamente muy parecidos, ahora también se debían llamar igual... «Gracias, mamá» pensó «Además de ser igual al hombre que te abandonó también tenías que nombrarme como él». La señorita Tomlinson miró a Tom y a su presunto progenitor, le hizo una seña de que luego le contaría, a lo que ella sonrió mientras asentía.

—Prepararé té para que conversen antes de ir al orfanato.

—No, no, no —Se apresuró—. Yo lo hago, tú no te preocupes... ¿y no prefieres que te lleve?

—No, aún es temprano —y añadió entre dientes—. Además tienes visitas, no seas grosero —después dijo en el mismo tono de antes—. Pero sí te pido que pases a recogerme, saldré como a las once y es un poco peligroso volver sola.

Asintió, ella se despidió de ambos y salió de la casa. Tom invitó al hombre a sentarse, ambos lo hicieron, uno frente al otro en los viejos y polvorientos sillones.

— ¿Qué era de lo que quería hablar?

El hombre se acomodó mejor—Sé que esto puede ser algo impactante después de... ¿cuántos años tienes?

—Dieciocho.

— ¿Dieciocho? —La voz le salió más aguda que antes—. Bueno, sé que puede ser impactante y quizá pienses que ya no necesitas que te lo diga, pero... estoy seguro de que soy tu padre.

—Tiene razón... ya no necesito que me lo diga... necesitaba un padre cuando mi madre murió y yo tuve que quedarme en un orfanato desde mi primer día en este mundo... disculpe, ¿de qué me sirve esta información ahora? ¿Para saber quién fue el hombre que abandonó a mi madre embarazada a unos días de dar a luz?

—Yo no abandoné a Merope, ¿quién te...? Murphy te dijo eso, ¿no? —Tom asintió—. Escucha, yo no la abandoné... yo la amaba... la amo... siempre me gustó, desde pequeños, aunque mis padres dijesen que era calaña por ser hija del «loco» del barrio... ahora sé que no estaba loco, sólo era un mago —dijo lo último entre dientes—. En fin, cuando ella tenía quince y yo diecisiete comenzamos a salir en secreto, pero Murphy me atacó, unos hombres similares a los de hace días se lo llevaron, así que Merope y yo pudimos seguir con nuestra relación, escondiéndonos de nuestros padres, y casándonos en cuanto ella cumplió dieciocho. Poco después su hermano volvió, y la cuidaba como si fuese una muñequita de porcelana que en cualquier momento se rompería, aunque no pudo evitar que nos viésemos, una de esas tantas veces que nos escapamos terminamos embarazados, de ti... ambos estábamos felices, pero teníamos que ocultarlo, o nuestros padres nos asesinarían, empezaste a crecer en su vientre, y hubo un momento en el que ya no lo podíamos ocultar, entonces decidimos decirlo... teníamos la esperanza de que por fin nos dejarían ser... pero nos equivocamos... esa misma tarde mis padres me enviaron fuera del país, intenté resistirme, pero mi padre... fue violento, lo admito. Y no dudo que el señor Gaunt hubiese sido mejor con Mery... solía llamarla Mery, se le iluminaba el rostro cuando lo hacía... cuando volví, Murphy se enfrentó a mí, dijo que por mi culpa no sabía nada de su hermana ni de su sobrino... la busqué, te juro que la busqué hasta que mis pies dolieron y mis piernas ardían, pero nunca la encontré... ahora sé que ella murió... espero que no me odiase... no podría soportar el hecho de que lo hiciese... desearía haber podido enfrentarme a mi padre y decirle a Mery que la amaba... que la amo... si por mí hubiese sido no la hubiese dejado sola ni un sólo segundo.

Tom pasó una mano por su mejilla, limpiado todo rastro de lágrima que se pudiese ver y mantuvo la compostura.

—No te odiaba.

— ¿Cómo lo sabes? —Tenía la voz rota y gotas de agua cayendo por sus mejillas, más de las que siquiera Tom pensaba que eran posibles de derramar.

—Bueno... me nombró como tú.

—Sé que no debo pedirte nada y no me lo debes... te debo todo, en realidad, pero... ¿me darías la oportunidad de recuperar estos dieciocho años?

ΜεταμόρφωσηDonde viven las historias. Descúbrelo ahora