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A los catorce años, con sólo haber estado un par años en Hogwarts, ya era un prodigio, el mejor mago de su edad según Slughorn. Portaba con orgullo la insignia de prefecto, el chico más joven al que se le habían sido asignada, según Dumbledore. Pero Tom no se sentía feliz, no se sentía orgulloso... no sentía nada. Mintió al decir que estaba feliz cuando lo llamaron prefecto, mentía al sonreír cada vez que Slughorn lo usaba como ejemplo de excelencia académica, mentía al decir que iba a la sección prohibida para entender sobre la magia oscura... mentía al asegurar que le parecían sádicas todas aquellas historias que relataban esos libros sobre magos oscuros.

Estaba en la sala común, leyendo uno de esos tantos libros sobre maldiciones y asesinatos, se sentía fascinado, lo cual era mucho decir viniendo de él. La sala común estaba en silencio, sus compañeros y amigos sabían que odiaba ser molestado cuando leía. «Emeric el Malvado causó la muerte de más de mil muggles, nacidos de ellos y mestizos».

—Disculpa —Escuchó una voz aguda, levantó la vista con el ceño fruncido, encontrándose a una niña que no aparentaba más de doce años. Suspiró y relajó el semblante, recordándola de los estudiantes de primero que habían llegado ese año... aunque claro, ¿quién no recordaría un cabello chino tan característico como el suyo?—. Eres Tom Riddle, ¿verdad?

El chico asintió, puso un separador en el libro, lo cerró sobre su regazo y murmuró:

—Soy yo, ¿necesitas algo? —Las mejillas de la niña comenzaban a colorearse, Tom se acomodó mejor y puso una mano sobre su frente, consiguiendo que las mejillas aumentasen el color—. ¿Estás bien? ¿Tienes fiebre?

— ¿Eh? No —Entonces quitó la mano de la frente contraria, volviendo a acomodarse y viendo cómo el color rojo pasaba a ser rosa de nuevo—. Yo... busqué a madame Pomfrey, pero no estaba en la enfermería y tampoco encontré a Milicent, entonces...

¿Madame Pomfrey? ¿Para qué necesitaba a la enfermera o a Milicent? Milicent no podría curarla, sólo tiene quince años. A menos que quiera ayuda para una tarea o encontrar un lugar, aunque puede pedírselo a cualquier maestro, entonces no entendería por- ooooh. Un momento de iluminación llegó a su mente al recordar por qué sus amigas solían ir con madame Pomfrey. Las mejillas de Tom se tiñeron de un rosa similar al de la niña.

—Estás... menstruando... ¿cierto? —Ella asintió, aún más roja que antes—. Oh... bueno, e-espérame aquí, ya... ya vengo —volvió a obtener un asentimiento en respuesta.

Caminó hasta las escaleras con el libro en mano, llamó a Astrid, quien se asomó por la puerta y pronunció:

— ¿Qué pasa? ¿Por qué gritas? —Tom nunca lo hacía, así que la clara expresión de susto que la adolescente tenía era justificable.

—Necesito tu ayuda... una chica de primero está sangrando.

— ¿Se lastimó...? Llévala con madam Pomfrey, sabes que yo no sé curar con magia.

Tom suspiró, aún se sentía incómodo al mencionar el tema.

—No... no es ese tipo de sangrado, ella... está... menstruando, y madame Pomfrey no está en la enfermería, sólo regálame una toalla sanitaria y podremos olvidar este tema.

Habló tan rápido que ni siquiera se entendió, por suerte Astrid lo hizo. Sonrió, quizá su cara sonrojada era muy chistosa para ella. Volvió a entrar al pasillo de las chicas, poco tiempo después salió con un paquete en mano, Tom extendió la mano, pero ella lo pasó de largo, bajando las escaleras y viendo a la menor aún parada frente a la chimenea, parecía igual de incómoda que como la había visto hacía unos dos minutos.

—Hola, cariño —Dijo Astrid al acercarse a la niña—. ¿Cómo te llamas?

—Bella...trix Black.

—Qué lindo nombre, Bellatrix —sonrió en respuesta, Tom volvió a sentarse en el lugar que había ocupado antes, viendo a ambas chicas mantener la conversación—. Yo soy Astrid Grindelwald... mira, tengo un paquetito, son toallas sanitarias, no sé si alguien te ha hablado de ello antes, pero tener la menstruación es algo completamente normal y dura un par de días, quizá tendrás algunos cambios de humor, pero es por las hormonas, y de nuevo, es algo completamente normal por lo que las mujeres pasamos.

Tom hundió su nariz en el libro, sin leerlo realmente, no sé sentía incómodo pero tampoco estaba a gusto escuchando la conversación. Era común escuchar a Astrid hablarle de ello, pero se sentía raro escuchar como se lo explicaba a una niña que no conocían realmente. Bellatrix murmuró un «Gracias» y caminó escaleras arriba. Astrid se dejó caer junto a Tom, quitándole el libro de las manos y hojeándolo. 

—Pensaba que eras lo suficientemente maduro como para escucharme hablar de menstruación —Se burló ella, y antes de poder responderle añadió:—. Y antes que me digas que lo eres, tu cara roja y hundida sobre el libro no decían lo mismo.

—Sólo es que nunca te había escuchado hablar de ello a otra persona... y menos una que no conoces de nada.

—De eso se trata el ayudar, Tom-Tom.

ΜεταμόρφωσηDonde viven las historias. Descúbrelo ahora