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Desde el primer lunes de ese curso odió las tardes, tenía el mismo horario que había hecho con Lucius cuando le dio clases particulares, pero no era la misma sensación. Su amigo se frustraba, gritaba y a veces parecía querer llorar de desesperación, podía con eso, después de todo no era contra Tom, era contra él mismo y el aire no se sentía pesado; Sirius estaba calmado, hacía los hechizos tras un par de intentos, no gritaba, no aventaba su varita y no lloraba, no hacía rabietas. Pero el aire era pesado, las miradas de odio eran recíprocas, y cada segundo se sentía como una eternidad. Gracias a eso cada día se sentía más y más cansado, hasta que una día ya no pudo soportar. Se dejó caer sobre su silla bajo la mirada de Sirius, frotó sus ojos y suspiró, sólo habían estado trabajando media hora, pero no podía importarle menos.

—Se acabó la clase, vete.

Sirius se levantó y comenzó a guardar sus cosas, pesaba que estaba haciéndolo más lento que nunca, y eso le molestó más. Cuando por fin se iba a alejar de él, se detuvo, ¡ESTE CHICO ERA UN...!

— ¿Todo bien?

Tom dejó de tocarse la cara y le miró fijamente.

— ¿Te importa?

Sirius suspiró.

—No puedo creer que me tengas en tan mala estima que no puedo ni preguntarte si estás bien cuando obviamente no lo estás.

—Sólo vete de mi salón, no quiero verte.

— ¿En serio tienes treinta? Porque te comportas como un chico de diez.

Apretó la mandíbula, eso no era cierto.

—No te incumbe pero tengo veintiocho.

Odiaba tanto no ganar una discusión, y odiaría aún más que esa discusión fuese con él.

—Mi punto aún es válido, eres un adulto, yo tengo dieciséis y actúo mejor que tú.

—Lindo, ¿cuándo dejarás de actuar y serás tú mismo?

No supo cómo describir la cara del chico, ¿enojo? ¿Frustración? ¿Ambas? Cómo sea que fuese no podía estar feliz, eso seguro.

—Cuando tú dejes de actuar como si tuvieses la razón siempre —Tom abrió la boca para argumentar, pero Sirius le interrumpió—. Eres muy inteligente, lo reconozco, pero no sabes de emociones humanas más que para usarlas en tu beneficio —de nuevo intentó hablar—. ¿Crees que no te he visto? Con sentimentalismos baratos consigues que Dumbledore haga lo que pides, no sé quién sea Astrid pero aparentemente es muy importante para el director, y lo usas a tu favor. O ¿qué me dices de Slughorn? Conseguiste terminar su clase sólo porque querías llevarte a Severus a no sé dónde; y no me hagas empezar a hablar de la profesora McGonnagal, en los años que llevo de conocerla nunca la había visto llorar, y tú conseguiste hacerlo, ¿para qué fue? Recuérdamelo.

—No te incumbe.

—No lo hace, estoy de acuerdo. Pero antes de juzgarme sin siquiera conocerme mírate en un espejo, porque aquí entre nos, de momento no soy la peor persona en este salón.

El chico tomó su mochila y se fue azotando la puerta. Le agradaba más cuando quería morirse y ni siquiera le miraba. Acarició su frente con una mano, frotándose después los ojos y sintiendo un grito atorado en la garganta. Sacó su varita y comenzó a quemar pequeñas cosas sobre el piso para no crear un accidente, un vago recuerdo de sus bolsillos siendo incendiados por Dumbledore volvió a su cabeza... suspiró, no sabía lo fácil que había sido ser niño hasta que creció, la vida cada vez era más complicada y él no sabía cómo reaccionar ante ello... sabía que no lo estaba haciendo bien, era lo único de lo que estaba seguro.

ΜεταμόρφωσηDonde viven las historias. Descúbrelo ahora