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La mañana siguiente (en realidad a las doce del día, su padre le había obligado a desayunar con él) se apareció afuera de los terrenos de colegio, los elfos le abrieron la gran puerta y caminó hasta el castillo. Entendía que no poder aparecerse dentro del colegio era por seguridad de los alumnos y profesores, ¡PERO CAMINAR VEINTE MINUTOS DESDE LA PUERTA AL CASTILLO BAJO EL SOL DE NOVIEMBRE! Si él fuese un mago tenebroso definitivamente eso sería lo que le haría desistir de atacar el colegio. Entre quejas mentales por fin llegó al castillo, con la respiración agitada y gotas enormes de sudor cayendo por su cabeza... odiaba sudar. Con asco, pero disimulando, se dirigió a su habitación, encontrándose a un par de alumnos que le saludaban en el pasillo, iba distraído, viendo por las ventanas intentando dejar de sentir el sudor bajando por todo su cuerpo, así que cuando notó a un par de muchachos besándose, tuvo que mirar dos veces para saber quiénes eran. Dominick tenía la cara de Severus entre sus manos, inconscientemente sonrió, pasando de largo, esperado que no lo notasen y metiéndose a su salón, esta vez corriendo cuando recordó que seguía sudando como grifo abierto.

Quince minutos más tarde salía del baño con una toalla rodeando su cadera y con otra frotaba su cabello, levantó la mirada, sobresaltándose y cubriéndose con la toalla que tenía en mano, frente a él estaba Severus, sentado sobre la cama con las piernas cruzadas y viéndolo fijamente—¿Qué pasó? —rápidamente tomó su varita del mueble a su lado, cerrando las cortinas de la cama, así pudiendo vestirse sin la mirada penetrante del chico.

—Dominick me pidió ser su novio... —Escuchó apenas—. Pensé que sería bueno decírtelo.

Terminó de abrocharse los jeans, quedándose en silencio lo suficiente como para que Severus decidiese que era buena idea abrir la cortina, sus, normalmente pequeños, ojos estaban enormes, expectantes. Siendo honesto, no supo cómo interpretarlo, quizá en serio esperaba que aprobase su relación. Sonrió, poniéndose la camisa y respondiendo:

— ¿En serio, Sev? Me alegra mucho.

El chico asintió, bajando los pies y levantándose de la cama.

—Bueno... te veo más tarde... adiós.

¿Había hecho algo mal? Severus parecía decepcionado al irse, pero no entendió el por qué, para él era simple: termina con su viejo acosador, se hace amigo de Avery y terminan siendo novios, con suerte se casan. ¿Quizá esperaba una reacción más emocional? No, Severus no es así. Suspiró agotado, tirándose sobre la cama y cubriéndose la cara con una almohada; parecía que entre más pasaba el tiempo menos entendía a su hijo, ¿por qué no podía seguir siendo ese chico bajito de doce años que se escondía tras él cuando iban al supermercado o a las tiendas de ropa? Era más fácil leerlo cuando lo único que tenía que averiguar era si quería una camisa y le daba pena o sólo la estaba viendo. Despertó con el cuarto a oscuras, ¿cuándo se había quedado dormido? Quizá la caminata fue realmente dura para él. Se acomodó mejor, intentando volver a quedarse dormido, lo que claramente fue imposible ya que durmió aproximadamente unas diez horas. Se levantó, estiró sus huesos y salió de la habitación, dando un recorrido por todo el castillo, tarareando una de esas canciones en español que habían sido populares en los sesenta. Estaba en uno de los pasillos cerca de la torre de Gryffindor, a unos pasos del último salón escuchó murmullos, bajó la velocidad, deteniéndose a diez centímetros de la puerta, creyendo reconocer la voz que en ese momento murmuró: «Quiero morirme, pero no quiero hacerte llorar». Se quedó uno o dos minutos más para ver si había respuesta, y no, el chico siguió hablando, asumió que estaba solo. Pensó mucho tiempo (al menos eso le pareció) en mandarle a su habitación o dejarle solo, vamos, que le odiaba, pero tampoco era un monstruo.

Tardó demasiado en decidir, reaccionando sólo cuando escuchó la puerta abrirse. Frente a él estaba Sirius Black, paralizado con la cara roja y la nariz escurriendo, ¡sabía que era su voz! Le sorprendió que no hubiese salido huyendo, especialmente teniendo en cuenta que era su palabra contra la de él y su sala común estaba a diez metros de ellos, parecía sólo esperar su castigo, estaba acostumbrado de cualquier modo.

—Váyase a su habitación, señor Black —Dijo tras un largo e incómodo silencio—. No se supone que deba estar en los pasillos a esta hora.

Le vio abrir los ojos más de lo que creía posible, asintió y se fue corriendo a la sala común. Suspiró, dándose la vuelta y fingiendo no haber visto u oído nada; con pereza, y para quemar tiempo, caminó hasta el patio del colegio, recostándose sobre la hierba y observando la media luna avanzar lentamente por el cielo, el aire helado le calmaba y el ruido proveniente del bosque prohibido le mantenía alerta, lo usaría como excusa para no irse a dormir, aunque dudaba volver a hacerlo, realmente no estaba físicamente cansado, por lo que terminó quedándose ahí hasta el amanecer, cuando se fue al gran comedor, encontrándose con Minerva leyendo el profeta con el ceño fruncido.

—Pura basura —Murmuró cerrando el periódico y estampándolo contra la mesa—. Ah, hola Tom.

—Minnie.

— ¿Por qué tienes hierva en camisa?

Él se miró el hombro antes de agregar.

—Fue una noche larga.

— ¿Quieres contarle a mamá Minnie? 

Le sonrió en respuesta y negó.

—Estoy bien.

Desayunaron cuando apareció la comida, viendo llegar a los alumnos poco a poco y hablando de cosas vagas sobre cómo había ido el fin de semana. Cuando Sirius Black hizo acto de presencia no pudo evitar mirarle un buen rato, picoteaba su comida sin siquiera probarla, parecía no estar en el mismo plano astral que todos los demás, y en la clase no fue mejor, usualmente se reía, pasaba papeles y dibujaba en sus libros; esa mañana sólo veía el pizarrón, con la mirada perdida y llorosa, los labios blancuzcos y la piel amarilla, quizá tampoco tuvo una buena noche luego de su encuentro.

—Pueden salir —Dijo cinco minutos antes de acabar la clase—. No hay tarea por hoy.

Todos parecían felices o aliviados, el chico Black no, sólo comenzó a guardar sus cosas sin hacer mueca alguna. Tom no sentía pena por él. Claro que no. Sólo creía que alguien con ganas de morirse de cualquier manera no haría la tarea, así que simplemente no la dejó.

ΜεταμόρφωσηDonde viven las historias. Descúbrelo ahora