Al horizonte del mar

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Subirse a aquel barco había sido un calvario.

No sólo porque no era un crucero lujoso, más bien era un barco común y corriente... Sino que al ser más pequeño, te mareaba mucho más y las naseas eran incontrolables. Tuvieron que darle algo para las molestas náuseas, y el apetito se le había ido.

El viaje fue lento, y parecía que las horas corrían con más lentitud alejados de todo y de todos. En el silencio de la enormidad del mar.

– ¿Entonces ésto es una búsqueda de tu gran amor? – preguntó el capitán  del barco, en el puente de mando muy tarde por la noche cuando todos dormían.

– ¿De mi gran amor...? No lo sé. Sólo debo encontrarlo, necesito encontrarlo y saber que está bien.

El capitán, Peter, ya sabía toda la historia.

Al principio ni siquiera le había importado el motivo por el cual aquella loca se había subido a su barco, mientras le pague lo que le había prometido a cambio de ese favor.

Pero luego, cuando platicaron y se conocieron un poco más... Finalmente quiso saber el verdadero motivo.

– Bueno, debes tener sentimientos similares al amor para cometer ésta locura. No todos los días viene una loca a ofrecernos dinero para navegar hasta el centro del océano atlántico. – rió Peter, luego encendió un cigarro.

– Cielos... Quizá tienes razón. Pero nunca pensé en ésto como... Enamoramiento.

– ¿Y en qué pensaste entonces?

– En que no podía dejar de pensar en él, porque no nos despedimos como debimos... Pero no lo sé... Jamás lo había sentido así, si ésto es amor.

– ¿Entonces estás haciendo todo este viaje para despedirte como debes?

– ¡No! No es eso... No lo sé. Suena extraño... – frunció el ceño pensativa.

– Escucha... ¿Kira, cierto? – ella asintió con la cabeza. – Si ésto no es amor... No sé que sea. Pero es real.

Rió nuevamente, y la dejó pensando mientras chequeaba que todo estuviera en orden en el radar.

¿Amor...? ¿Así se sentía el amor? Se sentía mareada y con náuseas otra vez. Pero ésta vez eran nervios, y era temor.

¿Y si él no la quería ahí? ¿Que diría cuando la vea? ¿Y si fue un completo error, hacer todo este viaje descabellado?. Una vez más, miles de preguntas atormentaron su mente.

– Escucha, niña. – él la saco de su trance. – Por la mañana llegaremos a las coordenadas que tú me diste... Ve a descansar. Te llamaré cuando estemos por llegar, ¿Si?

– Claro... Gracias. De verdad, te pagaré el doble.

– Está bien, está bien... Mañana hablamos sobre eso. – rió, y continuó con su trabajo.

Kion desapareció de allí, pero antes de volver al camarote que le prestaban por esa noche se acercó a uno de los laterales de la cubierta del barco, al aire libre.

Todo a su alrededor estaba completamente negro, como si se estuvieran adentrando a la nada misma. Pero la luna caía a lo lejos reflejando un horizonte en el mar y las olas rompían contra la eslora del barco con ferocidad.

Suspiró teniéndose de las barandas con firmeza y pensativa. Rogaba que por favor aquella no sea una locura sin sentido...

Kion despertó en un camarote bastante pequeño, por el sonido del golpeteo en la puerta. Se levantó adormilada, y encendió la luz del camarote.

– ¿Si?... – Murmuró adormilada.

– ¿Señorita Ion? el jefe dice que vaya a Puente de Mando, de inmediato. – escuchó una voz masculina detrás de la puerta.

– Está bien, gracias.

Cuando oyó cómo las pisadas se alejaban, se incorporó rápidamente. Arreglo un poco su aspecto y salió disparada hacia el puente de mando.

– Buenos días. – Saludo a otro de los capitanes de aquel barco, de apellido Brooke.

– Buenos días señorita Ion, según me contó Peter antes de que lo releve, no hemos localizado nada en nuestro radar... Pero hace unos diez minutos, hallé ésto.

Ella se acercó a la gran mesada llena de botones, pantallas y perillas. En una pantalla se veía el radar del barco. Claramente se veía una especie de mancha amorfa.

– ¿Y...eso?

– No tengo idea. No es lo suficientemente grande como una isla, ni tan pequeña como un barco.  ¿Será lo que usted busca?

– La verdad no sé qué es lo que busco, pero si es la latitud que les mencioné... Debe ser ahí.

El la miró extrañado. ¿Dónde rayos los estaba mandando? Cómo segundo capitán del barco, debía asegurar su seguridad y la de sus pasajeros... Pero no quería pensar lo peor. Además, si algo ocurría sería meramente su culpa por haber aceptado el trato con aquella muchacha que acababa de conocer.

Sin embargo, siguió navegando hasta ese punto que su radar señalaba.

Kion se dirigió nuevamente a la cubierta, específicamente hacia la proa con un catalejo que le habían prestado los tripulantes.

Con manos temblorosas y con un nudo en el estómago, apunto hacia lo lejos.

¿Qué era lo que veía? Una especie de isla minúscula, que aún se veía como una mancha a lo lejos... Pero lo veía.

– ¡Es ahí! ¡Estoy segura, tiene que ser ahí! – gritó volteando hacia atrás.

– Le diré al capitán... Ten cuidado, no te acerques mucho a los bordes por favor. – le pidió uno de los empleados.

Minutos después, cada vez podía divisar más su destino. Era una especie de edificio enorme en medio del mar, en una isla.

– ¿Qué diablos...? – preguntó Kion, bajó el catalejo para verlo con sus propios ojos. Efectivamente aquello era real.

Luego volvió a mirar por el catalejo.

– Bien, nosotros llegamos hasta aquí. Deberás ir con un bote hasta aquella isla, no podemos desviarnos mucho más de nuestro camino.

Kion volteó a ver al capitan Peter, asustada.

– ¿Está bromeando? No sé cómo conducirlo.

– Es simple, sólo tienes que encender el motor y dirigirlo hasta tu destino. –  le explicó obvio. – Bien, mi dinero.

Ella bufó y entró en busca de sus pertenencias. Una vez todo listo, hecha un manojo de nervios le pagó lo acordado.

– Bien, buena suerte. – sonrió el mientras comenzaba a bajar lentamente el bote a motor con ella dentro hasta el mar, ya que la cubierta quedaba a considerables metros de distancia al agua.

Al tocar el agua, Kion tragó en seco y prendió el motor del bote tirando de una cuerda. Éste comenzó a andar, y volteó a ver al capitan aterrada.

– ¡Buena suerte con tu amor, Kion! – le gritó.

– ¡Esperen! Debo corroborar que el este allí... Si no vuelvo en 30 minutos, ya pueden irse. – gritó mientras el bote se alejaba del barco.

Ellos le hicieron una seña de afirmación a lo lejos, alzando sus pulgares en el aire y ella rió con nerviosismo. Luego, volteó la mira hacia su destino.

Estaba a pocos metros, y cada vez más cerca de aquella gran Isla, la cual ahora podía divisar que estaba hecha extrañamente de basura, pero tenía una arquitectura admirable.

Poseía palmeras, un edificio moderno, árboles de frutas, una piscina, una montaña de basura en una de las esquina... Y mucho más.

Y de repente, vió una figura humana a lo lejos mientras llegaba a la orilla de la isla. El motor de su bote cesaba poco a poco, dejándose arrastrar ahora por el movimiento de las olas...

Rhinestone Eyes | Gorillaz Donde viven las historias. Descúbrelo ahora