Noche de chicas Schwarz_Nacht: Parte 3

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Después de que Armando la dejara en esa ciudad medio destruida y decidiera que no quería volver a verla, Rilet vagó un tiempo por algunas carreteras y planicies. Luego de algunos meses de andar a pie y pelearse con cuanto maleante encontraba en el camino, llegó al desierto de Durango, más precisamente, la Zona del Silencio. Sus ropas ya ni le quedaban, así que tuvo que optar por algo menos lujoso y andar con faldas y harapos sucios; no eran tan cómodos como la ropa que Susana le hacía, pero eran mejor que nada. Llevaba una vara en las manos, era útil en algunas ocasiones.

—Había una granja por aquí... —recordaba haber pasado por ahí cuando salía con los chicos de Lux Hominum—. Podría robarme una vaca o algo...

Pensando en aquello, escuchó el sonido de una jauría de coyotes a lo lejos. Parecían estar cazando algo, ése era el tipo de sonidos que hacían con sus gargantas. El asunto es que el tleyoliztli de lo que perseguían era muy similar al de un humano. El cuerpo de esa chica de cabello plata se liberó del suelo y corrió a toda velocidad a pesar de estar descalza y tener bajo las plantas de sus pies la ardiente arena del desierto.

Cuando llegó, encontró a un niño pequeño que se defendía dando palazos a diestra y siniestra a un grupo de no más de siete coyotes. No eran muchos, ella podría derrotarlos fácilmente.

—¡Ayuda, mamá! ¡Ayuda, ayuda! ¡No, váyanse! —Decía entre mocos y lágrimas que caían a mares por sus cachetes de pequeñín.

El chiquito era más bien moreno y su cabello castaño oscuro, estaba vestido con ropa buena, Rilet ya era capaz de reconocer eso, así que seguro que era el hijo de un hacendado o algo así. Si tenía dinero, tal vez podría ganarse algo de comida o agua por salvar al chiquillo; en el peor de los casos podía sólo robarles.

Nuestra linda y monstruosa amiga se acercó por detrás de los coyotes sin hacer ruido. El niño la vio y, sólo por eso, se mió en los pantalones. Los caninos, sin notar la presencia silenciosa, lanzaron sus mordidas al niño, logrando pescarlo de aquí y de allá, nada importante realmente.

—¡Ah! ¡Aaah!

El niño no gritaba por las mordidas, más bien por el monstruo que se les había aparecido. La señaló por instinto, eso hizo que los coyotes voltearan y vieran a la huitzilica: pies descalzos, distinta al resto de los humanos, con piel casi tan negra como la noche pero cabello plateado tan brillante como un espejo, ojos púrpuras y una presencia intimidante.

—Hola —levantó su mano.

Los animales no lo pensaron ni medio segundo, salieron disparados de inmediato en direcciones distintas.

—¡Oh, son listos! —Le dio un golpe al aire y una luz purpúrea golpeó a uno de los animales; por supuesto, murió—. Así no los atrapo a todos.

Corrió tras del cuerpo de su presa y regresó contenta tomándola de la cola.

—¡Tú tú tú...! ¡Eres uno de esos monstruos que salieron en la tele...!

—Sip —estaba ocupada despellejando su almuerzo—. Salió en la tele y todo...

Sólo hablaba consigo misma, pero era cierto que el asunto de los huitzilicas, Lux Hominum y algunos no humanos más salió en la televisión. Después de todo, un desastre tan grande en una de las ciudades más importantes del mundo era algo que no se podía esconder.

—Dame tus zapatos, niño.

Él no esperó ni un segundo, se los quitó de inmediato y los dejó en la arena. Ella extendió su mano hacia los zapatos y una llamarada los envolvió.

—¡Vara mágica, sirve para algo!

Tiró a un lado la piel del animal y lo empaló por el medio, clavando después la vara en la arena a un lado de los zapatos ardientes.

—¿Crees que con esto quede aunque sea a tres cuartos? —Se sentó en la arena—. El barbón me regañaba por comer carne cruda...

—...

—¿El gato te comió la lengua? —Se cruzó de brazos—. ¿Era sí? ¿No la estoy regando?

El niño siguió sin responder. Le dio un vistazo de arriba a abajo; ella pensó encontrar la causa al ver sus pantalones mojados.

—¡Vamos, quítate eso, te debes sentir incómodo!

Justo como había despellejado al coyote momentos antes, desvistió al pequeño a la fuerza. Él pataleó e intentó golpearla porque suponía que estaba por comerlo vivo, pero se tranquilizó cuando vio que dejó sus pantalones a un lado de sus zapatos ardientes.

Ella era cinco o seis años mayor. Parecía un monstruo, pero no le hacía daño. Y su mirada, aunque perturbadoramente vacía, no contenía malicia. El niño entonces entendió: ella no le haría daño.

—Señorita, usted... ¿Usted es buena?

—Nop —giró la rama con todo y coyote—. Soy Rilet.

—¿Eh?

Puella Magi Madoka Magica: 青 怪物 の 物語 (Ao kaibutsu no monogatari)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora