Entre líneas 1

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En algún universo, uno que ni tú ni yo conocemos, en un planeta Tierra, uno no tan distinto del nuestro, apareció un niño.

Nunca mostró algún talento especial. Hacía amigos, sí, pero no era ese chico del que todos querían ser cercanos. Era tan bueno con las matemáticas como lo era con el resto de materias, pero nunca fue el mejor en nada de lo que hiciera. Sabía pelear, pero era más por su situación familiar que por habilidad innata. Era un tremendo adicto a los videojuegos, pero nunca fue alguien que pudiera jugar en competitivo en nada, simplemente jugaba tantos títulos como podía. Libros leía por montones, comics y mangas también, pero nunca encontró uno que le apasionara realmente... Podría seguir hablando sobre él, pero en todas y cada una de las oraciones encontraríamos un «pero» que nos haría darnos cuenta de que en realidad no era la gran cosa. Él era esa clase de persona.

Lo único verdaderamente extraño en él era la enorme cantidad de pesadillas que tenía. Desde pequeño, no importaba qué día, hora o lugar fuera, sí él dormía, se levantaría asustado por un mal sueño. Bueno, al principio era así: noches enteras en las que sus padres apenas podían pegar sus pestañas por dos segundos; después fueron menos frecuentes esos sueños horrendos y, como comenzaba a volverse un poco mayor, había veces en que se forzaba a volver a dormir; habrá tenido como siete años cuando dejó de meterse en la cama de sus padres cuando era una especialmente terrorífica; en cambio, molestaba a su hermano mayor.

—Ju... —estaba parado en la entrada del cuarto de ese chico siete años mayor que él, sostenía en sus brazos un enorme San Bernardo de peluche—. ¡Aniki!

En el cuarto, totalmente oscuro, había una sola cama, ahí dormía su hermano. Era el tipo con el mal despertar más problemático que conocía, pero aguantar los zapes de su hermano era mejor que sentirse tan asustado por culpa de las pesadillas.

—¡Aniki, despierta! —Probó suerte de nuevo y consiguió que su hermano se moviera—. ¡Despierta, despierta!

El chico que estaba enredado en las cobijas ya no dijo nada, sólo levantó su brazo y con él, la cobija. Nuestro pequeño sonrió de oreja a oreja y se metió entre la cama y las cobijas. Su hermano lo abrazó y besó su frente.

«¡Hoy está de buenas!», era un verdadero alivio, ahora no importaba qué soñara, podría hacerle frente.

—¡Te quiero, Aniki!

—Ya duérmete, mañana hay escuela.

Armando y Julius Luna Avilés, de ocho y quince años respectivamente, dormirían tranquilamente una noche más.

Esos hermanos nunca fueron muy parecidos entre sí. Su incapacidad por volverse el mejor en algo hizo que Armando aprendiera a aceptar los fallos y las erratas en la gente; Julius, al ser el mejor en cada cosa que hacía, nunca fue bueno aceptando a la gente o haciendo amigos. El pequeño habría aprendido a disfrutar de cada pequeño detalle de la vida, pero el mayor se habría vuelto idealista al grado de comenzar a repudiar el mundo por su imperfección. Tal vez porque podía apreciar absolutamente todo, Armando nunca tuvo un especial apego por nada, ni siquiera por la gente; posiblemente la única persona a la que se sentía realmente apegado era su hermano, pero era por la admiración, todo lo demás sería superfluo. Julius encontraría la perfección y salvación del mundo en su hermano, que estaba completamente equilibrado, eso lo llevaría a apegarse por completo a él; el pequeño Luna Avilés era, en la mente del mayor, el bien absoluto. Un sentimiento de odio y repudio hacia sí mismo comenzaría a gestarse en el pecho de Armando, Julius lo amaría más que a nada. En verdad eran completamente contrarios... 

—Aniki...

—¿Qué pasa? —Estaba medio dormido, su voz más grave de lo normal lo delataba—. Mañana hay clases...

—¿Quieres que te enseñe a usar magia?

—Eso no existe —se giró al otro lado—- Ya duérmete.

—¡Sí existe, mira!

Armando se levantaría, destapando a Julius. Éste se daría media vuelta y prendería la luz de una lámpara que estaba en el buró. Dejaría que hiciera lo que quisiera y luego lo metería a la cama a la fuerza, pero...

—¡Mira...! —Levantó sus manos y una luz brilló, entonces un círculo de inscripciones extrañas apareció sobre su cabeza; una llamarada se prendió en el centro del círculo—. ¿Ves?

La iluminación de la habitación ya no estaba a cargo de la lámpara del buró. Los ojos de Julius estaban a punto de salirse de su lugar.

—¿¡Dónde aprendiste...!?

El niño bajó las manos y rio. El fuego desapareció junto con la risa.

—Lo aprendí en mis sueños.

El hermano mayor intentó ver a través de la mentira del niño, pero no encontró nada. Era cierto, sus ojos no estaban mintiendo. Entonces...

—Enséñame —lo tomó por los hombros—. ¡Cambiaré este mundo con el poder que me des!

—¿Eh?

Puella Magi Madoka Magica: 青 怪物 の 物語 (Ao kaibutsu no monogatari)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora