Noche de chicas Schwarz_Nacht: Parte 5

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Rilet y el niño caminaban por el desierto. Lo cierto era que ya había pasado un buen rato y no llegaban a la hacienda que ella recordaba. Lo que también le parecía raro era que un niño humano hubiera atravesado tanta arena él solo.

—Señorita, ya casi llegamos.

«¿Ya casi? No siento el tleyoliztli de ningún humano...», pensaba en aquello cuando, tras un paso, sintió un extraño escalofrío recorrer su cuerpo entero; fue hasta entonces que sintió la presencia del resto de personas y fue capaz de ver la hacienda, el desierto casi infinito que se extendía frente a ella había desaparecido.

El suelo era de Tierra y tenía césped en prácticamente toda su extensión. Las vacas se veían felices, los borregos también. El aroma de las frutas que colgaban de los árboles era delicioso. Las edificaciones de piedra, como si fueran de la colonia, parecían nuevas.

—Una barrera... ¿Quién hizo esto?

—¿Hay algo malo? ¿Se siente mal? —Caminaba descalzo, pero desde hacía un tiempo que no parecía importarle mucho—. No se preocupe, pronto podrá tomar agua.

Asintió.

«No pude sentir nada... Esto no es obra de fantasmas ni espíritus o demonios... ¿Quién hizo esto?»

¿Recuerdan que ella buscaba una hacienda que encontró junto con Lux Hominum tiempo atrás? Pues bien, no era ésa; resulta que el niño la llevó en dirección contraria sin que se diera cuenta.

Cuando estuvieron lo suficientemente cerca de lo que parecía ser el edificio principal, un hombre y una mujer como de treinta o cuarenta años salieron a recibirlos. Usaban pantalón de mezclilla, botas, sombreros y camisas cómodas; desentonaban con la arquitectura de la casa y su aspecto nuevo. Los dos sonreían, pero algo en sus rostros le daba mala espina.

—¡Hermano, Laura! —Corrió por el camino empedrado aunque estaba descalzo y saltó a los brazos del hombre al que llamó "hermano"—. ¡Tuve mucho miedo, me atraparon los coyotes en el desierto!

—Ya veo, debiste pasar mucho miedo —la mujer lo tomó en brazos—. ¿Esa pequeña te salvó?

El muchachito asintió. Parecía sentirse protegido en los brazos de la esposa de su hermano.

—Mucho gusto, soy Jorge Rubio y ella es mi esposa, Laura Romero —la mujer, como tenía al niño en brazos, se inclinó ligeramente para saludarla—. ¿Te molestaría si te invitamos aunque sea a comer?

—¿No me tienen miedo?

El hombre cerró los ojos y negó con la cabeza, luego llevó la vista al cielo.

—Ven, pasa.

Puella Magi Madoka Magica: 青 怪物 の 物語 (Ao kaibutsu no monogatari)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora