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Nos reunimos con Nita pasada la medianoche, en el vestíbulo del hotel, entre las macetas de plantas con sus flores abiertas. Cuando Nita nos ve a Tris y a mí, se le tensa el rostro y fulmina a Cuatro con la mirada. Antes de hablar, su mirada recae sobre mí, noto cierta preocupación.

–Me prometiste que no se lo contarías–dice la chica señalando a mi amigo –¿Qué ha pasado con lo de protegerlas?–

–Cambié de idea– comenta Cuatro encogiéndose de hombros.

Tris se ríe, aunque sin muchas ganas.

–¿Eso le dijiste? ¿Que así nos protegía? Qué manipulación más hábil, bien hecho– comenta la rubia con sarcasmo.

–No fue manipulación, era la verdad– se queja Nita dando una mala mirada a mi amiga –Solo no quería meter a más gente de por medio...–

Arqueo las cejas y la miro, hay algo más. No puede decir eso cuando seguramente necesiten a gente suficiente para dar el golpe y que sea exitoso. Hay algo más detrás de su actitud, como si fuera ella la que trata de protegernos.

Se pasa la mano por la cara y se alisa el pelo. No está a la defensiva, lo que quiere decir que quizá esté contándonos la verdad. Pero siento que esconde algo más.

–Podrían detenerte solo por saber lo que sabes y no informar– añade mirando a Cuatro –Me pareció que lo mejor era evitar esa posibilidad–

–Bueno, demasiado tarde– responde mi amigo –Ellas se vienen, ¿algún problema?–

–Prefiero tener a los tres que no tener a ninguno, y estoy segura de que ese es el ultimátum implícito– dice Nita, poniendo los ojos en blanco –Vamos–

A regañadientes nos guía, recorremos el silencioso complejo hasta los laboratorios en los que trabaja ella. Nadie habla, y los sonidos se intensifican, desde nuestras pisadas y cada voz a lo lejos, hasta cada chasquido de las puertas que se cierran. Es como si hiciéramos algo prohibido, aunque no es así. Todavía no, al menos.

Nita se detiene junto a la puerta de los laboratorios y pasa su tarjeta. La seguimos por la sala de terapia en la que vimos un mapa de nuestro código genético y continuamos adentrándonos en el corazón del complejo, que hasta ahora desconocía. Está oscuro y sucio, y las pelusas bailan por el suelo a nuestro paso.

Nita abre otra puerta con el hombro y entramos en un almacén. En las paredes hay cajones de metal mate etiquetados con números de papel con la tinta desgastada por el tiempo. En el centro del cuarto hay una mesa de laboratorio con un ordenador y un microscopio, y un joven con pelo rubio repeinado hacia atrás.

–Tobias, Tris, Eris, este es mi amigo Reggie– nos presenta Nita –También es GD–

–GD es como llaman aquí a los genéticamente defectuosos para abreviar– explica Cuatro al ver mi cara de confusión.

–Encantado de conoceros– nos saluda Reggie, sonriendo.

Le da la mano a Tris y Cuatro, y después a mí. Su mirada me analiza durante unos segundos y parece darse cuenta de algo, ya que abre los ojos sorprendido. Nita carraspea incómoda y habla:

–Vamos a enseñarles primero las diapositivas– dice rápidamente llamando la atención del chico.

Reggie da unos golpecitos en la pantalla del ordenador y nos hace gestos para que nos acerquemos.

–No muerdo– afirma.

Tris y yo intercambiamos una mirada, y nos colocamos detrás de Reggie en la mesa para ver la pantalla, Cuatro a nuestro lado no le quita ojo. Las imágenes empiezan a surgir una detrás de otra. Están en escala de grises, muy distorsionadas, así que deben de ser muy antiguas. Solo tardo unos segundos en darme cuenta de que son fotografías de sufrimiento: niños esqueléticos con ojos enormes, zanjas llenas de cadáveres, enormes montones de papeles ardiendo.

ʀᴇᴅᴇɴᴄɪᴏ́ɴ / ᴇʀɪᴄDonde viven las historias. Descúbrelo ahora