Feliz

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El almuerzo con la Reina no pasó mayor contratiempo, sin embargo, desde que se habló de su cumpleaños, Albert se mantuvo reflexivo, muchas cosas deberían cambiar a partir de ese día, su cumpleaños marcaría una nueva etapa en su vida, dejaría de serbun niño ante la sociedad y todos los ojos de Isveria se posarían en él como futuro Duque, cada movimiento, cada decisión sería determinante en lo que se diría de él como Duque, un escalofrío recorrió su espalda, a unos pasos de él, alguien le observaba curiosa, Lady Dhalia, la esposa de Neil Crawford, era una mujer callada pero muy perceptiva, se acercó a Al con una sonrisa afable.

- Recuerdo haber visto un rostro consternado igual hace unos años, en mi hermano.- dijo la chica, rubia, de piel pálida, muy parecida a su hermana, Primrose Birdwhistle, pero su complexión era más frágil y pequeña, Al la miró primero a ella al escucharla a su lado.

Después miró al sujeto en cuestión, Hugh Birdwhistle, el alto y fornido hombre sonreía ampliamente hacia los hermanos Crawford mientras tomaba en sus brazos a su pequeña hija, Al no encontró en aquella sonrisa ningún atisbo de consternación, parecía un hombre muy resuelto, parte de sí le envidiaba eso.

Dhalia suspiró al descifrar los pensamientos del joven heredero.

- Tal y como le deseé a él...- Dhalia buscó la mirada de Al.- ... persiga su felicidad, que sus decisiones provengan de ese único fin, para que nunca tenga que arrepentirse de nada.- dijo la joven con un gesto amable antes de volver a invorporarse a la conversación de los mayores tomando el brazo de su esposo.

Al quedó aún más conflictuado, ¿felicidad?, ¿qué le hacía feliz?

Durante varios días el chico se mantuvo inmerso en sus pensamientos, al inicio, Freda agradeció no tener ninguna clase de enfrentamientos con el Demonio Rojo, cada día llevaba el té habitual e incluso, cuando escribía a su madre e hizo su visita a Celia, mencionó como sus nervios se apaciguaron ante ese repentino silencio.

La rutina seguía siendo la misma, por el día, Al cumplía con sus estudios diarios y en silencio tomaba los reproches del Duque por algún error insignificante, por las tardes, convivían los hermanos, Agnes tocaba el piano, Ada cantaba alguna melodía, Alphonse jugaba con Augusta mientras Al leía y por las noches, sin falta alguna, Freda escuchaba movimientos en la cocina, cual ratón, y adivinaba que, de nuevo, el chico asaltaba las sobras tratando de compensar una mal cena.

Con cada día que pasaba, la tranquilidad de Freda desaparecía, pues notaba como el chico ni siquiera se esforzaba ya por mantener la imagen amenazante que le conocía, cada vez parecía más ausente, la chica se había atrevido a escribir sobre eso a su madre, y la respuesta de Loulou le zumbaba en la cabeza.

"...Quieres preguntarle por los fantasmas de su mente, pregúntate tú por las consecuencias de esa curiosidad y si asumirás las responsabilidad de aquello que surja, de aquello que descubras..."

Tal vez no debía hacerlo, no era su lugar, pero ver que la vida en la Mansión seguía su curso normal a pesar de la decadencia de su heredero sin que nadie dijera nada, le hizo armarse de valor.

Por la noche, Freda esperó, confiaba en que como cada noche, el chico iria a la cocina, y así fue, escuchó los trastos chocar entre sí, esa fue su señal, Feda se puso de pie, se cubrió con un chal que tenía perfectamente preparado para ese enfrentamiento, su cabello oscuro caía ondulado y espeso hasta su cintura.

Decidida se acercó a la cocina, escondió su vela para quebla luz no alertara a Albert, pero el chico estaba perdido en aquellos trozos de pavo frío que picoteaba con el tenedor, Freda lo miró un momento, su vela lo alumbraba débilmente, iluminaba sus mechones rojos que caían sobre su frente y encendían una leve chispa en sus ojos violetas, Freda no pudo evitar suspirar ante la imagen, desconocía el motivo, asumía que debía ser la empatía por su pesar.

Lentamente se acercó, no podía cuestionarlo de buenas a primeras, una ofrenda de paz, esa debía ser su estrategia.

Al no la notó hasta que habló.

- ¿Desea que caliente su cena, milord?- preguntó la chica con el tono más amable que pudo, lo suficiente para hacerle notar al chico que iba en son de paz.

Al dio un pequeño salto de la sorpresa, tardó unos segundos en comprender la pregunta y la situación, se debatió un momento hasta que bajó el tenedor.

- Supongo que así tendría un mejor sabor.- respondió el chico, Freda tomó el plato y se dirigió a la estufa.

- Eso se lo puedo asegurar.- dijo Frida con una leve risa mientras encendía la estufa y comenzaba el recalentado, sin preguntar, también preparó té.

Al la miraba con cierta desconfianza.

- ¿Qué quieres?- preguntó Albert con hostilidad, aún con la mirada fija a la estufa, Freda sonrió, debía estar loca, pero le reconfortaba volver a escuchar aquel tono pretencioso.

- Milord, mi habitación está a lado, cada noche le escucho bajar y cenar sobras frías, ni siquiera en la zona baja cenamos así, ¿porqué lo haría un Lord como usted si no es por gusto o por su deficiente conocimiento en labores básicas como manejar una estufa?- respondió Freda con tranquilidad, el pecoso rostro de Albert se tornó rojo y enmudeció.

Con ligero orgullo Freda acercó el platillo caliente y un té recien hecho, Freda volvió a la estufa y tomó algunos ingredientes, Al la miraba con curiosidad con el rabillo del ojo mientras comía, el chico comenzaba a perderse de nuevo en sus pensamientos y el silencio reinó, Freda pensaba en una manera para romper el silencio mientras preparaba su ofrenda de paz, sin embargo, el chico le ganó la iniciativa.

- Maria, ¿qué te hace feliz?- preguntó sin titubeos, a Freda le sorprendió la pregunta, inusual, como aquella vez en el estudio.

Sin despegar su atencion de su preparación, Freda meditó unos segundos antes de responder.

- Muchas cosas milord...- comenzó Freda pensando en cada cosa que le hacía sonreír. -... mi familia, mis amigos, las flores de primavera, el olor del pan recién hecho, el gato negro que cada mañana amanecía recostado en el marco de mi ventana...- Freda sonreía mientras recordaba al mismo tiempo que acercaba a Al un pequeño plato con un trozo de una especie de flan, espolvoreado con azúcar y un par de fresas, el chico miro el plato con asombro, no esperaba ese resultado de la preparación de la chica, Freda tomó su propia porción y se sentó tres asientos de distancia del chico. -...un buen postre antes de dormir.- concluyó Freda tomando un bocado.

Al también intentó visualizar aquello que Freda describía mas no lograba hacerlo suyo, no recordaba haber vivido algo similar ni en Ilenis, ni en su antiguo hogar, al menos no en su primer recorrido mental.

Sin decir una palabra, Al tomó un bocado del postre de Freda, sintió como su corazón se acongojaba, era algo tan simple pero tenía una dulzura y suavidad que no había probado antes.

Freda leyó la expresión de Al y disimuló su sonrisa con otro bocado.

- Es una receta especial de mamá.- indicó Freda.

Al asintió aún mirando su postre que comía como si quisiera que no se acabara.

- ¿A usted qué le hace feliz, milord?- se atrevió a preguntar la chica.

Finalmente Al levantó la mirada, la piel de Freda se erizó ante el contacto.

- Que las preguntas las haga yo, Maria.- respondió Al con voz grave.

Freda se petrificó un segundo, de inmediato soltó una risilla que no pudo disimular ante la mirada confundida de Al, Freda no le temía, le fastidiaba su tono altivo y su empeño por intimidar, pero si ella misma se relajaba, podía ver el tipo de hombre que tenía frente a ella, el tipo de hombre que disfrutaba de un simple postre con el entusiasmo de un niño aunque intentara disimularlo.

- ¿Milord sí recuerda que mi nombre no es Maria?- preguntó Freda.

Al arqueó las cejas y se encogió de hombros.

- Lo recuerdo, pero "Maria" me gusta más.- admitió Al, Freda sonrió.

- Supongo que eso le hace feliz.- concluyó la chica, una breve sonrisa disimulada resplandeció ante los ojos de Freda, un buen nuevo inicio.

La Dama del DuqueDonde viven las historias. Descúbrelo ahora