Si la relación entre Freda y Albert ya era distante, la reciente discusión en la cocina les agregó kilómetros a su lejanía, y aunque Freda se negaba a aceptar que la situación le afectaba, sus largas cartas a su madre, a Serena, Celia, el malhumor en la casa Kilkenny, donde atiborraba a Laurie con sus refunfuños y a la Condesa con prácticas de piano en tonos dramáticos, decían lo contrario.
Claro, para la Condesa, esto le pareció una oportunidad, sólo Albert mantenía a Freda en la casa Ascort, y ahora que el chico se había mostrado como cualquiero otro de la nobleza, la mujer ya tenía cómo iniciar su labor de convencimiento, y lo haría mostrándole a Freda, todo lo que ella podía darle.
- El cinismo con el que admitió sus intenciones, ush, fue como si... como si me cayera en una piscina helada.- decía Freda mientras presionaba las teclas del piano con ira, la Condesa Beatriz sonreía con cuerta diversión, y desde otra habitación contigua, Laurie ponía los ojos en blanco maldiciendo a Albert Ascort y su presencia en Freda.
Beatriz se puso de pie, era el momento, acarició la larga cabellera de Freda y suspiró.
- Eso es lo que ocurre cuando te involucras con aquellos que se creen superiores.-
Freda miró las teclas con tristeza.
- Lo sé, no soy nadie para reprocharle a alguien en tan alta posición.-
- A menos, que tengas a alguien que te ayude a darle su merecido.- la voz de Beatriz denotaba cierta travesura.
Freda se giro a verla con el ceño fruncido, algo extraño tramaba aquella señora, y Freda pudo notarlo levemente, pero su curiosidad y su enojo podían más.
- ¿De verdad lo haría?- preguntó Freda incrédula.
- ¿Hacer qué?- Laurie se unió con sospecha a la conversación.
- ¡Claro!, nosotros te ayudaremos a que ese duquesito de pacotilla tenga un escarmiento.- se burló Beatriz.
- Tía...- Laurie no confiaba en las intenciones de la mujer, pero para entonces Freda sólo prestaba atención a la anciana.
- Ven aquí en tus descansos además del día que vienes a ayudar, yo te prepararé, y buscaremos la excusa perfecta para que el día de la fiesta no vayas a trabajar.-
- Ese día nos lo dieron libre, contratarán servicio especial.-
- ¡Perfecto!, algo menos de qué preocuparse, confía en mí, no sabe lo que le espera.- ambas mujeres emocionadas cerraron el trato con una sonrisa, pero para Laurie, algo más parecía estar pasando y pronto aquella noche, escribió una carta a sus padres, debían estar alertas de lo que pasaba.
Tal y cómo prometió, Freda visitó a la Condesa en sus días libres, mandó una carta breve a su madre de que no la visitaría pronto, no dio explicaciones, por supuesto, Loulou no lo tomó bien, su instinto le alertaba peligro.
El plan era simple, se infiltraría en el baile como una doncella más, seduciría a Al, bajo la protección del anonimato con la mascara del baile, humillaría al chico en público, arruinaría su majestuosa fiesta, y nadie sabría que fue ella.
Beatriz consiguió el vestido de Freda, le enseñó a bailar y la preparó para que nadie advisñrtiera que debajo de la gala estaba una sirvienta.
Así los días pasaron, estaban ambas tan absortas en su juego, que Freda olvidó responder las cartas de su madre, y Beatriz ignoró por completo la carta sobre su escritorio con la firma de "B. Kilkenny".
Por su parte, Laurie envió varias cartas a su familia y para su extrañeza, no obtenía respuesta.
Finalmente el día llegó, y muchas cosas ocurrían en un mismo momento.
La desesperación de Loulou la hizo salir de su casa en un impulso de encontrar a su hija y enterarse de cualquier situación que la hubiese llevado a contactarse con tan extraña última carta.
Llegó primero al café de Celia, Freda le había hablado de ella en varias cartas y visitas, por lo que cuando las mujeres se presentaron, ya había un aire de familiaridada y amistad casi inmediata.
- Freda trabaja en dos casas como ya sabe, la principal sería en la Mansión Ascort.- comentó Celia ofreciendo una taza de té a Loulou.
Sin perder mucho tiempo, Loulou visitó la mansión, fue difícil que alguien le atendiera, parecian todos ocupados con alguna especie de evento, pero después de horas de insistencia, finalmente, un sirviente se detuvo para escuchar a la mujer.
- Todos los sirvientes de la residencia tuvieron su día libre, por hoy solo estamos nosotros que nos contrataron para el evento.- ante esas palabras, Loulou soltó un resoplido fastidiado.
Al mismo tiempo, un barco llegaba a los muelles de Isveria y varios pasajeros de diferentes estatus y nacionalidades bajaban asombrados con estar en uno de los Reinos más poderosos, entre ellos, un hombre de mediana edad, con un perpetuo ceño fruncido ya marcado, profundos ojos azules y rubio cabello con algunas canas nacientes, a quien no parecía sorprenderle su entorno, al contrario, parecia como si en cualquier momento, se daba la media vuelta y volvía al barco con la intención de nunca más volver, mas no lo hizo, de mala siguió bajando del transporte y con una sola maleta en mano, subió a un carruaje alquilado.
En casa Kilkenny, Beatriz ayudaba a Freda a ponerse su vestido, a arreglar su cabello y con ultimos detalles, ella también ya estaba lista, Laurie las observaba con sospecha desde el comedor, Beatriz lo vik con el rabillo del ojo y con gesto duro se acercó a él.
- Acompáñame- ordenó la mujer al chico, Freda los vio subir las escaleras mas no preguntó, los asuntos de la Condesa con su familia no eran de su incumbencia.
Laurie siguió a Beatriz al estudio de ella y cerraron la puerta, esa acción, más la mirada amenazante de la mujer, ya alertaban a Laurie.
- Laurence, has estado muy extraño en los últimos días.- comenzó la Condesa, Laurie trató de ocultar su nerviosismo.
- Para nada tía.-
- ¿Será que es porque no has recibido respuesta de tus padres a tus carta?- cuestionó la mujer, Laurie la miró consternado, ¿cómo sabía ella de esas cartas?
La Condesa caminó a su escritorio, y de un cajón sacó las cartas que Laurie había enviado en esos días.
- ¿Pero qué...?- el chico se estremeció, eso no estaba bien, la Condesa rió.
- Verás, no me agrada tu familia, y por ende, tú tampoco me agradas mucho, pero con los días que hemos pasado juntos, creo que puedo tolerarte...- la Condesa se acercó a Laurie.- ... claro, si es que puedo confiar en que estarás de mi lado.
Laurie no se atrevió a responder.
- Sé que te gusta la sirvienta, he viTo como lanmiras cada que está cerca y verás, por cuestiones que nonme apetecen contarte por ahora, nadie debe enterarse de que Freda está siendo educada por mí, si prometes no decir nada, yo te aseguro que pronto, podrás estar con Freda sin preocuparte del qué dirán, y si te place, puedes hasta casarte con ella...- Laurie incrédulo miró a Beatriz, la mujer le sonrió. -... ¿tenemos un trato?-
El chico vaciló un momento, pero pronto se vio estrechando la mano de su tía en complicidad.
La noche acababa de llegar y Freda con sus acompañantes Kilkenny salieron de la mansión listos para su travesura.
Tan solo 15 minutos después, el carruaje del hombre rubio se paró frente a la mansión Kilkenny y bajo directo a la puerta, Johan, el mayordomo, abrió la puerta y no pudo ocultar su sorpresa al ver al hombre.
- Milord...- balbuceó Johan.
Y media hora después de la llegada del hombre a la casa Kilkenny, Loulou también llegó, decidida, un tanto malhumorada por tanta incertidumbre y cansancio, aún fiera, llamó a la puerta.
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La Dama del Duque
RomanceFreda llegó a la nueva residencia del Duque Ascort decidida a ganarse la vida para ayudar a su familia, sin imaginar que su labor más complicada será lidiar con el hijo del Duque, Albert