Hermanos

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Freda volvió a la mansión cuando las luces ya se habían apagado, si sus tiempos eran correctos, ya sería la hora, sin pensarlo mucho, antes de volver a su habitación pasó por la cocina, disimuladamente, como si fuese necesaria esa ruta.

En automático su mente se cuestionó si debía intentar algún postre nuevo esa noche, ¿qué sería bueno?, a Albert no le agradaban los postres tan dulces, algo con moderada azúcar o sabores frutales bastaría.

En cuanto Freda entró a la cocina, se detuvo en seco, el lugar estaba completamente oscuro y silencioso, extrañada acercó su vela al reloj de pared, no era tan temprano como para que él aún no bajara, ni tan tarde como para que hubiese terminado su segunda cena.

Dudosa se preparó un té y con la excusa de su bebida lo esperó, pero esa noche, el futuro duque no apareció.

En su habitación, Al miraba al techo, recostado sobre su cama, con un torbellino de pensamientos atormentando su cabeza, su estómago pedía con leves sonidos su ya acostumbrada cena tardía, pero las palabras de su padre le amenazaban, tal vez, su padre ya sabía de su compañía nocturna habitual, tal vez su compañerismo había sido malinterpretado, o tal vez él mismo lo había convertido en algo más.

Sea como sea, su padre lo había dejado claro, a su estilo: Él era un bastardo y su cercanía con Freda lo terminaría echando de su casa.

Temeroso ante su futuro incierto y las intenciones latentes de Cyrus por sacarlo de su vida, el chico se resignó a cumplir con lo establecido, una vez casado, una vez consolidado su posición familiar y social, estaría a salvo, confiaba en ello.

A partir de la mañana siguiente, la actitud de Al hacia Freda cambió nuevamente.

Freda preparó el té de jazmín y un pastel de frutas de tenporada, entró como le era ya usual al estudio.

Al no le prestó atención cuando entró, no le saludó ni le dirigió ninguna mirada, Freda dejo la charola, ¿tal vez estaba muy concentrado?, penso la chica.

- Debo admitir que me sorprendió no ver a milord anoche.- comentó Freda en voz baja.

Al no despegó la mirada de su libro.

- No debes preocuparte más por eso, no volveré a ese lugar en horas indebidas, puedes retirarte, gracias, Freda.- dijo el chico con voz vacía, Freda se sintió irracionalmente ofendida, no le hablaba altivo, hostil, ni le llamó "Maria" y eso le incomodó más de lo que otros comprenderían

Freda salió del estudio y bajó con gesto desencajado a la cocina, Marie y Clara conversaban en un breve momento de descanso.

- Freda, ¿qué pasó?- preguntó Marie.

- Eso mismo pregunto yo, ¿pasó algo ayer de lo que no me he enterado?- cuestionó.

- ¿Por qué?- preguntó Clara.

- El Heredero, parece... extraño.- dijo Freda torpemente.

Maria la miro extrañada, Clara se encogió de hombros.

- El Demonio es raro por naturaleza, pero quien sabe, tal vez la plática con el Duque lo dejó peor.- soltó la rubia, Marie y Freda se volvieron a Clara con curiosidad.

- ¿Plática?- cuestionó Freda.

- ¿Qué escuchaste Clara?- presionó Marie, la rubia dio un mordisco a un durazno despreocupada.

- Nada, no sé nada, pero de seguro ya le están sacando prometidas, no falta mucho para que el Demonio sea oficialmente un "Hombre".- dijo Clara sin dar mucha importancia.

Freda sintió como su corazón se encogió al escuchar la palabra "prometidas" su realidad le sacudió violentamente, Albert era un futuro Duque, portador de un apellido importante en el reino, y ella solo una sirvienta, salida del lodo del barrio más bajo de Ilenis, ni siquiera a una "amistad" podría aspirar, era solo una basura en el ojo violeta del chico.

La Dama del DuqueDonde viven las historias. Descúbrelo ahora