Capacidad de Amar

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- ¿Estás bien? – preguntó Freda ignorando la posible respuesta.

Laurie la miró como si la pregunta fuera una ofensa.

- ¿Qué si estoy bien?, Freda, ¿quién va a estar bien después de que su supuesta prometida se lanzara a los brazos de otro? – dijo el chico con voz ronca.

- No me lancé a los brazos de nadie. -  corrigió Freda.

- ¡Por favor!, tres años y lo primero que haces es colgarte en Ascort –

- No te permito que me hable así, respétame, como el caballero que sé que eres. –

- ¿Y dónde queda tu respeto como la dama que será mi mujer?, no eres más la dama del duque, Freda, ni del hijo, COMPROMETIDO, del duque, eres mía, lo eres desde que aceptaste el anillo que tienes en tu dedo. –

Las palabras de Laurie causaron escalofríos en Freda.

- ¿Tuya?, ¿este anillo me hace de tu propiedad?, ¿sólo a mí o también el dinero de los Kilkenny que los Condes no quieren que quede en tu familia? – dijo la chica con sospecha.

- Esto no se trata de dinero Freda, ni de nada material, no lo conviertas en algo que no es. – respondió Laurie tratando de moderar su tono.

- Tú lo hiciste un asunto material cuando me convertiste en un “objeto de tu propiedad”. – señaló Freda.

Laurie suspiró y se pasó la mano por la cara y el cabello tratando de reacomodar su postura, sus ideas.

- Sólo trato de entender, no puedes negar que de alguna forma me heriste, creí que estos años nos habían unido más, pero tan solo volviendo a Ilenis es como si nada hubiera cambiado, Albert Ascort es una sombra que nunca se fue, y lo comprobé hoy. – dijo Laurie ya con voz suave, calmada.

Freda jugueteó con sus dedos, tratando de comprender lo que Laurie había sentido, ligándolo con lo que había ocurrido.

- Me tropecé y resultó él estar ahí, no es como si pudiera elegir quien me salve en una caída. –

- Pero lo hiciste, era mí mano la que sostenías al subir, y la que soltaste cuando lo encontraste a él. –

Freda recordó fugaz el momento en que como por inercia soltó a Laurie por Al, sintió algo de culpa, parte del reclamo era real.

- Fue un reflejo, no ocurrirá de nuevo. – se limitó a decir.

Laurie le dirigió una mirada de reproche.

- Eso dices ahora, que somos solo tú y to nuevamente, pero, ¿qué pasará mañana que los volvamos a encontrar en la calle? –

Freda se acercó a Laurie y tomó su mano, la chica no lo sabía, pero su toque tibio lastimó más el corazón de Laurie, era un toque, amable, de cariño.

- Lo siento, sabíamos que algo así podía pasar, pero no significa nada, este fue el paso definitivo, nos volveremos a ver, y seremos como siempre tuvimos que ser, completos extraños, nuestros planes siguen en pie, y no quiero que nadie se interponga… espero que tú tampoco. – dijo Freda con convicción.

Laurie la miró, la chica parecía creerse sus palabras, pero él sabía mejor, si no puedes deshacerte de algo, lo escondes, hasta que olvidas dónde, eso hacía Freda con una convicción que le causaba una mezcla de pena y alivio, tal vez, él mismo tendría que hace lo mismo.

Le sonrió, con su media sonrisa dulce con la que lo conoció.

- Tampoco quiero que esto se arruine. -  dijo Laurie en voz baja acariciando levemente la mano de Freda que aún lo sujetaba.

La chica le respondió la sonrisa, pero la culpa por lo que se negaba a ver, le provocó una leve punzada que la hizo separarse de Laurie antes de que el afecto de este se volviera más expresivo.

- Mi madre y el Conde fueron a ver flores, me emociona saber qué ideas nos traerán. – dijo Freda cambiando de tema.

Laurie asintió, por el momento, tal vez, tenía que dejar el tema de lado.

En la casa Gastrell, Al no tardó mucho en salir de ahí, sus nervios estaban de punta, su mente divagaba y a duras penas podía aparentarlo frente a Charlotte.

- ¿Te sientes mal? - preguntó Charlotte.

- Un poco, me retiro, en casa tomaré algo para el malestar. – aseguró Al haciendo una reverencia de despedida hacia Charlotte.

La chica quiso detenerlo, pero era evidente que Al estaba alterado y tratando de ocultarlo.

Cegado por la desesperación y la necesidad de desaparecer de ese lugar, de esos momentos, de la sensación hormigueante del cuerpo de Freda en sus brazos, Al no prestó atención a sus pasos, con el estómago revuelto sintió su pie hundirse en algo espeso, su pierna estaba completamente enlodada, y sabrá la Luz qué más, hasta la espinilla.

- Bert – chilló Charlotte encaminándose hacia Al pero deteniéndose en seco temiendo mancharse también.

- Está bien, quédate donde estás, no es necesario. – advirtió Al.

Charlotte asintió con gesto lastimoso y volvió a la entrada de la casa, Al se apresuró a subirá su carruaje y de inmediato pidió al lacayo algo para limpiar su pierna con un notorio gesto de disgusto, esa porquería sin duda arruinaría esos pantalones, esos zapatos, tendría que tirarlos, no había forma de que esa peste y suciedad se quitaran de su ropa, al menos limpiar un poco lo haría distraer su mente de la velada que acababa de pasar.

En la soledad de su habitación, Charlotte se deshacía los rizos con la mirada perdida en su reflejo del espejo, todo era tan claro, sabía que no era la primera, ni la última joven en casarse con alguien que no la amaba, pero la idea le parecía surreal, tantas veces sus padres, sus amigos, le recordaban lo hermosa que era, lo afortunado que sería quien la desposara, que nunca creyó desposar a alguien que no la idolatrara como la diosa que le decían que era, Albert Ascort era la gran excepción, no era que el chico no tuviera la capacidad de amar, no tenía la capacidad de amarla a ella.

Con la ardiente necesidad de saber más, Charlotte sacó su diario de hojas color hueso, texturizadas, un modelo muy de moda en el momento, ella lo consiguió en Liang y poco después varias niñas de sociedad lo exigieron a sus padres, no todas lo consiguieron, arrancó una hoja y se apresuró a escribir una carta, urgente.

La Dama del DuqueDonde viven las historias. Descúbrelo ahora