Envidia

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Era un ambiente insoportable, ni siquiera Miles estaba cómodo y no entendía por qué, la única que parecía estar disfrutando del caos era Charlotte, quien con un extraño gesto de satisfacción disfrazada de inocente dulzura, se acercó a Al y lo tomó del brazo.

- Bert, llegaste, te estábamos esperando…- dijo la chica colgándose del brazo del pelirrojo, lo arrastró prácticamente hasta Laurie y Freda, ya de cerca, Laurie no pudo esconder su gesto de disgusto. - … te presento a Laurent Shaw y su prometida, Freda Mason Kilkenny, la heredera del Conde Kilkenny…- presentó Charlotte, con la cortesía más mecánica existente, los tres se saludaron como si fueran extraños.

Charlotte siguió su juego.

- ¿No es acaso muy bonita la señorita Mason? – preguntó Charlotte a Al quien cada vez palidecía más.

Charlotte se dirigió a Freda con inocencia.

- El otro día vimos tu fotografía en el periódico, Bert y yo comentábamos que eras muy bonita, ¿no te parece más bonita en la realidad? – Charlotte volvió a preguntar, Freda trató de esbozar una sonrisa mas no pudo pasar de un doloroso gesto torcido.

Laurie respiraba con dificultad, y con una máscara de tranquilidad casi perfecta analizaba a Charlotte, había algo en su tono que no le agradaba, esa casualidad no parecía tan casual.

Al y Freda evitaban encontrar las miradas, miraban en todas direcciones menos hacia el otro, Charlotte lo notó de inmediato, de ahí su insistencia en señalar si Freda era o no bonita.

Miles tardó varios minutos en comprender lo que podría estar pasando, no fue como si descubriera toda la historia entre Al, Freda y Laurie, pero sí pudo ver con claridad que el trío no estaba cómodo y que su hermana tenía una travesura entre manos.

Decidió ser el único adulto en la habitación, se puso de pie y se acomodó el saco antes de dirigirse a las parejas.

- Efectivamente, querida hermana, la señorita Kilkenny es más hermosa que en su fotografía y todos estamos muy agradecidos de que haya aceptado nuestra invitación, por favor, disculpe a mi amigo, no suele ser un gran conversador, y como contraparte, mi dulce hermana, ella habla demasiado…-  Miles soltó una risa elegante evitando la mirada asesina de Charlotte.

Su intervención aligeró el ambiente y por unos segundos, la tensión se disipó.

Miles ofreció su mano a Freda.

- Por favor, volvamos a la mesa, les aseguro que no hay mejor pávlova que la que prepara Massie, nuestra cocinera. – dijo mientras llevaba a Freda de regreso a su silla, la chica obedeció en silencio aún desorientada, sin mirar al pelirrojo que mantenía la mirada clavada en el suelo.

Laurie le dirigió una última mirada sombría antes de seguir a Miles y su prometida.

Con una leve mueca, Charlotte también arrastró a Albert a su lugar en la mesa, por supuesto, la tortura no terminaba ahí, de una forma natural, casi imperceptible, cambió de silla con Al, y para cuando menos lo esperó, el pelirrojo levantó la mirada y se encontró con los oscuros ojos redondos de Freda.

El mundo se derrumbó para ambos, una sola mirada y las voces se apagaron, la sala se vació y una vez más, sólo estaban ellos dos, con un reclamo y un beso, sin saber, cuál de los dos dar primero.

Dos años habían pasado y los pocos meses juntos les habían marcado, ella notó oscuridad y una mirada casi muerta, y él, la vio triste, gris, como si fuera las cenizas de la joven con alma incendiada. Y aún así, ante los ojos del otro, no existía nadie más hermoso, más perfecto.   

Los sirvientes poniendo la cena frente a ellos los regresó a su penosa realidad, de manera inconsciente, ambos miraron a su alrededor, Charlotte le dirigió a Al una media sonrisa reflexiva, y Laurie, posó su mano sobre la pierna de Freda, por primera vez, la chica sintió que el cuerpo se le estremecía ante el toque de Laurie, y no era por placer o deseo.

- Entonces, ¿qué tal Saemforg? – preguntó Miles para romper el hielo.

- Un hermoso país. – respondió Laurie con cortesía cortante.

- ¿La señorita Freda nació en Saemforg? – volvió a preguntar.

- Sí. – volvió a contestar Laurie, Freda y Al detectaron la mentira, pero ninguno corrigió.

- Curioso, si tuviera que adivinar yo hubiese dicho Magalia, desde que la vi pensé de inmediato en la familia real magalí. – señaló Miles.

- Pero es de Saemforg. -  corrigió cortante Laurie.

Freda se giró con una sonrisa amable hacia Miles.

- Mi padre, era de ascendencia magalí. – dijo Freda, Al subió ligeramente la mirada hacia la chica, curioso.
Miles arqueó las cejas.

- ¿Su padre? – preguntó Miles invitándola a platicar más, Laurie le lanzó una mirada de advertencia, no tenían que decir mucho para no delatar la verdadera situación, pero Freda lo ignoró.

- Sí, mi padre nació en Magalia, le gustaba el mar, solía viajar mucho, en uno de esos viajes conoció a mi madre, y a pesar de su corazón aventurero, decidió quedarse con ella, poco después nací yo. – contó Freda, Al estaba convencido de que esa no era una historia inventada.

- Su padre no vino con ustedes, ¿cierto?, no lo vimos en la fotografía con los Kilkenny. – recordó Miles.

Freda esbozó una pequeña sonrisa.

- No milord, sólo mi madre y yo venimos, mi padre falleció cuando yo estaba por nacer. –

Por un momento nadie habló, a Freda le pareció algo gracioso, por alguna razón siempre las personas se incomodaban cuando le preguntaban sobre su padre, algunos hasta le daban el pésame como si acabara de ocurrir frente a sus ojos, los Gastrell no eran la excepción, incluso Charlotte quien hasta ese momento parecía juguetona, petrificó su sonrisa sin saber qué decir o hacer.

Por su parte, Al sintió una opresión en el pecho, una combinación de tristeza e ira consigo mismo, tanto aseguraba que había amado a Freda, que su humillación en su cumpleaños le había dolido hasta el alma, que difícilmente la olvidaría, pero nunca se preocupó por preguntarle el nombre de sus padres, su historia familiar, porqué llegó a Ilenis a trabajar en su casa, y pensó, que, seguramente, Laurie  sí se había tomado el tiempo en conocerla y enamorarse de ella, de su pasado, su presente, sus anhelos, y lo odió más, lo odió y lo envidió como nunca creyó envidiar a nadie.

No la merecía, y por eso tenía que soportar enterarse de su vida como cualquier otro invitado, en lugar de tomar su mano y enorgullecerse de la mujer a su lado.

La Dama del DuqueDonde viven las historias. Descúbrelo ahora