Iguales

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Freda pegó un salto al sentir el agarre en su muñeca en la oscuridad, por instinto soltó una especie de puñetazo con su mano libre, fue torpe pero cargado con toda la fuerza que pudo, sintió como su puño se impactó en un cuerpo, seguido de un quejido.

El atacante soltó a Freda, la chica estaba dispuesta a correr y gritar, pero el "atacante" le habló.

- ¿Qué haces?, ¡soy yo!- Al exclamó en un voz baja, Freda lo buscó entre las sombras.

- ¡¿Albert?!- llamó con un tono de reclamo.

Finalmente, Al se acorcó lo suficiente para que Freda le reconociera, conflictuada, la chica entró con el pelirrojo a la cocina y a tientas encendió una vela.

Cuando la luz los iluminó a ambos, algo en el interior de Freda se revolvió en una mezcla de alivio, enojo, sorpresa y esa ferviente sensación que le provocaba encontrarse con los ojos púrpuras de Al, el chico la miraba con culpa y algo de ofensa por el golpe reciente.

- Milord, ¿le he lastimado?- preguntó Freda recordando su posición.

El chico se pasó la mano por el brazo, Freda supuso que el puño había impactado en el brazo del chico, menos mal, si hubiese sido en la cara, como iba dirigido el golpe, no sabría qué excusa poner a los Ascort.

- Admito mi culpabilidad por haberme presentado en la oscuridad cual criminal.- dijo Al.

La mirada de ambos chicos se cruzó, expresando todo lo que ambos querían decir, pero sólo un suspiro salió

- ¿Necesita un té, milord?- Freda se resignó.

Al bajó la mirada con vergüenza.

- Lo siento Freda, mi madre me entretuvo y cuando me fijé ya estaba retrasado.- comenzó Albert.

Freda le dio la espalda y comenzó a preparar el té de jazmín con gesto herido, mas no se mostraría de esa manera al chico, no debía darle importancia, no era su lugar en esa casa.

Escuchó a Al suspirar detrasde ella con pesadez, y sus pasos acercarse.

- Lo lamento, salí para ir a la Casa Kilkenny, pero te vi llegar en su carruaje... con él.- la voz de Al le hablaba tan cerca que sentía su aliento en su cuello, lo podía sentir inclinado hacia ella para no tener que alzar la voz y se preguntaba si en ese silencio él podría escuchar los fuertes latidos de su corazón con la respiración entrecortada que le provocaba cada que se acercaba a ella.

- Lord Laurent fue muy amable en acompañarme de regreso.- se limitó a decir, escuchó el ligero chasquido de dientes detrás de ella.

- Supongo que no perdió la oportunidad.- dijo Al entre dientes.

La actitud que el joven tomaba conflictuaba a Freda, mientras que en el día era distante e indiferente, por las noches, en el refugio de aquella cocina, se volvía más osado, y con aparentes intenciones peligrosas, provocaba en ella pensamientos impropios, fantasiosos, muy alejados de su realidad, y ya venía siendo hora de dejarlos en claro, pondría lla las cartas en la mesa, y por fin vería quien tiene una mejor mano.

Se giró para encarar al pelirrojo, se alarmó al ver que estaba tan cerca como lo sentía, pero recuperó su porte digno, notó lo acorralada que estaba, con ambas manos recargadas en el mueble, una a cada lado de Freda, dejándole poco espacio para una huída, la chica se vio obligada a actuar, con mayor razón, era ahora o nunca.

- Le pedí a Lord Laurent que fuera la última vez que lo hiciera, no es su obligación ni posición, a fin de cuentas soy una sirvienta y sabré apañármelas sola...- comenzó Freda, Al pareció en modo aliviado, pero antes de que respondiera, Freda continuó.- ... y es lo mismo que le exijo a usted, milord, no soy una dama que necesite su protección, conmigo no ganará ninguna aprobación social, parece un hombre inteligente que está consciente de ello, entonces dígame, milord, ¿qué es lo que busca de mí?, dinero no tendrá, reputación la perderá y si es burlarse de mí para su diversión no lo logrará, aunque me cueste mi trabajo.- soltó freda con una firmeza que no esperaba de sí.

Al la miró con sorpresa, pronto su pecoso rostro se tornó rojo, soltó el mueble de la cocina y se echó para atrás, parecía estar meditando su respuesta, apretó la mandíbula como si con eso retuviera toda la sarta de verdades que no se sentía listo para aceptar.

Ante el silencio, Freda asintió.

- Eso pensé, milord, por mi bien, y por el suyo, si no es para limpiar su oficina, llevarle su té o alguna labor del hogar, no me dirija la palabra con tal soltura, que no somos iguales, con su permiso, me retiro, su té está listo, buenas noches.- Freda se apresuró a salir de la cocina dejando a Al recargado en la mesa de los sirvientes quedándose con una sola frase del reclamo completo, ¿qué es lo que busca?

Durante toda la noche, ninguno de los dos pudo conciliar el sueño, Freda se pasó la noche escribiendo una carta a su madre para contarle lo ocurrido, lo que pensaba, lo que sentía, esperando tener una clase de guía, también escribió a Serena, preguntando por su embarazo y también buscando consuelo.

Por su parte, Albert tuvo una noche más agitada, el cansancio mental le había ganado y por capricho de la naturaleza cayó dormido, mas no fue un reposo cualquiera, ¿qué busca?, ¿qué quiere?, esas preguntas y sus variantes lo aquejaron hasta perder la consciencia y se convirtieron en llave de sus instintos más básicos, su fantasía involuntaria lo llevó a la espesa cabellera oscura de Freda dispersa en sus almohadas y el recorrido de su cálida piel morena húmeda sobre su cama, pidiéndole sensaciones que ni él sabía que podía tener, o dar.

Se despertó de golpe al no poder con la intensidad de aquel sueño tan tangible, sintiendo vergüenza de su propio alcance.

¿Qué quería?

A ella.

La quería a ella, pero, ¿con qué?, ¿con el corazón, la razón, o el instinto?

La Dama del DuqueDonde viven las historias. Descúbrelo ahora