Espectáculo Visual

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Por unos segundos, Freda y Albert se miraron con una mezcla de terror, vergüenza y desconcierto, esperando a que el otro soltara el primer disparo.

Freda fue la primera en reaccionar, torpe y rígidamente hizo una reverencia.

- Milord, buena noche.- dijo la chica buscando su ruta de huída con la mirada.

Albert quedó paralizado un segundo más, fue el sonido metálico de su tenedor golpeando la charola con sobras de la cena lo que lo hizo volver en sí.

- Maria, ¿qué hace tan tarde fuera?- interrogó Al tratando de mantener su voz serena.

Freda maldijo en sus adentros, el protocolo tuvo que haber sido que el chico saludara, dijera "buena noche" no preguntara nada y así ella podría irse y terminar ese momento infernal.

- Hoy fue mi día de descanso y salí a visitar a algunos allegados.- dijo Freda rápidamente.

Al frunció el ceño, ¿descanso?, pero si ella le había llevado su té del medio día, tanto el equivocado como el bueno.

El chico quedó pensativo y llegó a la conclusión de que Freda había tenido que trabajar medio día, mientras pensaba continuaba con su almuerzo nocturno, y al no decir nada, Freda no tenía más opción que quedarse ahí, incómoda, esperando a que le diera permiso de marcharse.

Después de un breve momento, que para Freda fue eterno, la chica decidió alentar a que el sujeto la dejara ir.

- ¿Milord necesita algo?- cuestionó Freda con la voz más dulce que pudo y rezando a todas las deidades que el chico dijera que no.

Al salió de sus pensamientos con un pequeño sobresalto.

- Sí, sí, un té no estaría mal.- dijo el  chico acomodándose en la mesa con su merienda decidido a quedarse ahí más tiempo.

Freda maldijo tan violentamente con cada célula de su ser a aquel ingrato  pero en el exterior tan sólo esbozó una pequeña sonrisa forzada y se dirigió a la estufa a preparar el té de jazmín, que según entendió en su desventura matutina, era el favorito del Demonio Rojo.

No se dirigieron la palabra en todo ese rato, Al se concentró en disfrutar su comida mientras Freda lo observaba por encima de su hombro.

¿Porqué parecía disfrutar tanto aquella merienda fría, revuelta de sobras, más que cuando le servían ese mismo platillo recién hecho en la mesa grande, con luz y buen vino?

De momentos la chica juraba verlo sonreír brevemente, entonces recordó lo que Celia le contó, tal vez, tal como Maria lo percibió en su momento, había algo más en aquel joven...

Con ese pensamiento, Freda le sirvió el té y esperó de nuevo a que el chico se despidiera para ella poder marcharse.

Al tomó su taza de té y dio un sorbo, cerró los ojos y suspiró, Freda no podía despegar su mirada, era tan guapo, con su cabello rojizo y rizado, largo, enmarcando su perfecto rostro pálido, cansado, parecía disfrutar cada trago y cada bocado, que la chica lo percibía como un espectáculo visual.

En el momento que Al abrió los ojos, le dirigió una mirada fastidiada y altiva a Freda, el espectáculo acabó.

- Mañana quiero esto mismo al medio día en mi estudio, no me lleves la mierda de hoy, y también las galletas de vainilla, esas no estaban mal, tocas dos veces la puerta y entras, no esperes a que te responda, no malgastaré mi voz en tí, ¿entendido?- ordenó el pelirrojo.

Freda tardó un segundo en volver a la realidad.

- Sí Milord.- asintió la chica.

De nuevo, ambos quedaron en silencio, viéndose uno al otro, Al arqueó las cejas.

- ¿Por qué sigues aquí?, largo, y ni se te ocurra decirle a nadie que me viste aquí.- dijo Albert con voz ronca amenazante.

... ¿haber más en el joven?, más idiotez sería, pensó Freda haciendo una reverencia rígida y saliendo en silencio hacia su habitación.

A la mañana siguiente, Freda seguía refunfuñando con sólo recordar que al sujeto no le bastaba con cambiarle el nombre ni ser grosero con ella, ahora le ordenaba atenderlo a deshoras sin siquiera agradecer.

Dedicó su mañana a atender a las hijas Ascort, entró primero con Ada, le llevó toallas limpias y un vaso de agua, se le había comentado que la chica tenía la costumbre de beber un vaso de agua justo al despertarse, y así fue, Ada era como una princesa, despertaba con una hermosa sonrisa y se preparaba para un nuevo día.

- Freda es tu nombre, ¿cierto?- comenzó Ada.

Freda solo asintió.

- ¿Me ayudas a cepillarme el cabello?- la chica no pudo decirle que no, además de que era su trabajo, la sonrisa de Ada era de aquellas que le concedía cualquier cosa.

Por un momento, ambas estuvieron en silencio.

- ¿Qué te ha parecido la mansión?- preguntó Ada, Freda sólo sonrió, obviamente no podía quejarse de  nada con su ama.

Ada lo entendió y rió con voz melodiosa.

- Imagino que ha de ser difícil al principio y más si tuviste que lidiar con Al desde el inicio, escuché lo que ocurrió ayer, papá no estuvo muy contento con él después de eso, las cenas con ellos dos nunca son cómodas, ¡pero ayer fue de lo peor!, la comida me supo a papel por tener que estarlos viendo en su guerra fría.- soltó Ada muy casualmente.

Freda escuchó y no pudo evitar pensar en como el chico disfrutaba un almuerzo nocturno con gesto de paz, ahora tenía más sentido.

- Ay, ya te entretuve mucho e imagino tienes muchas más cosas que hacer, lo siento, y gracias Freda.- sonrió Ada, Freda no había terminado de escuchar el resto de la conversación de la chica por sus pensamientos, pero ella pretendió que sí, hizo su reverencia y pasó a las otras dos hijas.

Para cuando llegó a la habitación de Agnes, la pequeña Augusta ya estaba ahí también, parlanchina desde temprano discutiendo con su hermana mayor.

- ¡Hoy es mi turno del vestido verde!- se quejaba la pequeña.

- Tú lo usaste la visita pasada, me toca a mí.- decía la mayor, Agnes y Augusta se llevaban con un año de diferencia pero sus complexiones eran tan parecidas que podían compartir ropa y tenían la mala costumbre de siempre pelear por los atuendos, aunque cada una tuviera su propio guardarropas, siempre querían el mismo.

Freda estaba consciente de que Maria era quien se encargaba de terminar esas disputas, pero ahora le tocaba a ella.

- Milady.- llamó Freda a Augusta, la niña se giró con gesto molesto.

- Freda, dile, dile que yo debo usar el vestido verde.- insistió la chiquilla.

- ¿Porqué el verde?- preguntó Freda.

- Ella ya usó un vestido verde en la última visita que hicimos a la Reina, me toca a mí.- comentó Agnes.

- ¿Visitarán a la Reina?- preguntó Freda curiosa.

- Sí, cada semana tomamos té con la Reina y sus amigos.- explicó Agnes.

- Y yo quiero usar el cestido verde- continuó Augusta, Freda meditó un poco sus palabras.

- ¿Y por qué uno verde si puede usar el amarillo?, ese es un color muy de moda hoy, de hecho, ayer que salí vi a las señoritas más bellas vestidas de amarillo.- apeló Freda, Augusta era aún infantil y fácil de influenciar, por lo que la chiquilla no tardó en brillarle la mirada y emocionada aceptar la sugerencia de Freda.

La mañana transcurrió tranquila, con Ada comenzando a confiar en ella, Agnes agradecida y Augusta tomándole cariño, para el desayuno Freda se sentía victoriosa en sus labores y relaciones, pero entonces, de nuevo, llegaba el medio día.

La Dama del DuqueDonde viven las historias. Descúbrelo ahora