La pareja de ensueño pronto se posicionó al centro de la pista, los invitados se detuvieron para verlos bailar, y aunque ambos mostraban un gesto pacífico, la mente de cada uno divagaba, ella buscando en él una señal de cariño genuino, de que estuviera pasando un buen momento a su lado; él, con una punzada en la nuca, alguien entre la multitud lo observaba, y con cada vuelta buscaba encontrarse con esa mirada, hasta que un momento lo logró, sus ojos se encontraron con aquella mirada oscura, como un espectro, un bello fantasma.
Los invitados continuaron su baile alrededor del par célebre, Marian Lincoln se acercó poco a poco hacia donde estaba Phonsi, con la mirada absorta en aquel rubio ángel que giraba en los brazos de su hermano.
- ¿No bailarás? – preguntó Marian sacando a Phonsi de su trance.
El chico tardó unos segundos en procesar el momento.
- Solo no. – dijo ofreciendo su mano a su compañera, la chica sonrió y lo llevó a la pista.
Por primera vez, Phonsi sintió que tocaba un cuerpo desconocido, sus manos no se ajustaban a las curvas de aquella cintura, el aroma de su piel y su cabello le resultaban ajenos.
- Saldré de aquí al dar la medianoche, ¿nos vemos donde siempre? – sugirió Marian, aún desconcertado, Phonsi asintió.
- Después de medianoche, donde siempre. – afirmó el chico y siguieron bailando en silencio.
Al otro lado del salón, Freda miró a Laurie que mantenía su mirada fija en su copa.
- Sería conveniente que nosotros bailáramos también, ¿no lo crees? – comentó Freda.
- Que vean lo felices que somos. – respondió Laurie en un ligero tono sarcástico.
- Al menos que nos vean pasándola bien. –
En ese momento, el Conde Kilkenny y Loulou entraron a bailar juntos, Freda los observó y suspiró con anhelo, así debía verse una pareja feliz, le alegraba tanto ver a su madre con ese resplandor en la mirada, y al Conde tan sonriente y orgulloso, a él no le avergonzaba que le vieran del brazo con aquella desconocida, Loulou era hermosa, de eso no había duda, pero en comparación con el resto de las señoras de sociedad, su piel estaba más dañada por el Sol y sus manos tenían cierta aspereza por el trabajo duro, era evidente, que esa mujer no tenía tanto tiempo de ocio como la mayoría, y el Conde Benjamin Kilkenny no lo ocultaba, Freda estaba segura que de haber sido el caso, Ben hubiese reconocido a su madre aun siendo de baja cuna.
En su fantasía, Freda sintió como la tomaban de la mano, era Laurie, decidido a bailar al menos por apariencia, desde su última visita a los Gastrell, la apariencia despreocupada y dulce del chico se había deteriorado, cada vez lucía más sombrío, enojado.
Ambos se dirigieron a la pista y se unieron al baile, al inicio fueron piezas tranquilas, elegantes, poco a poco animando a la gente a unirse, hasta que ya comenzaron piezas más alegres, grupales, los participantes saltaban, hacían círculos y cada vez se escucharon más risas, incluso, por un momento, Al, Freda, Charlotte y Laurie olvidaron los pesares que los unían.
No lo notaron, pero poco a poco, las parejas se encontraron más cerca, un solo giro bastó para que el ambiente cambiara, las parejas se intercambiaron, terminaron cada caballero con la dama del de a lado, y así, Laurie quedó sosteniendo la mano de Lady Fairfax, algo sobresaltado, miró sobre su hombro y su estómago se revolvió.
Al y Freda se miraron unos segundos, de nuevo, estaban más cerca de lo que deberían, Freda podía sentir la calidez de las manos de Al a través de sus guantes, su aliento ligeramente agitado por el baile y la situación rozar su mejilla, su cabello brillar como con pequeñas flamas por la luz de los candelabros.
Era tan injusto, tantos errores, que al final crearon una barrera entre ella y aquel hombre tan imperfecto, flaco, larguirucho, de cerca, su nariz se veía más larga y respingada, su piel pálida irregular llena de pecas, pero para ella, el más bello que hubiese visto jamás, y no era suyo, nunca lo sería.
Al pensaba algo similar, podía sentir que perdía la cordura cerca de Freda, enloquecía y su cuerpo le pertenecía a algún desdichado moribundo que no deseaba más que existir a merced de aquella mujer, no tenía voluntad alguna que no fuera la de ella, su corazón se volvía dependiente, y que sabía que moriría una vez se alejaran.
Siguieron el ritmo de la danza, como si estuviera todo arreglado la música se volvió íntima y romántica al momento que cambiaron de parejas, por respeto a tu nueva pareja debías bailar al menos una pieza con esa persona, por lo que estaban todos moralmente obligados a permanecer como estaban durante los siguientes minutos, eternos para cada uno por sus respectivas razones.
Para su suerte, Charlotte terminó en otros brazos similares, mismos ojos púrpura, cabello más rebelde y una mirada cálida que le aligeró el corazón, ni siquiera notó que a su lado Freda Mason bailaba en los brazos de su prometido, una leve sonrisa se dibujó en su rostro y para ella, los minutos duraron menos de lo que hubiese querido.
Para Phonsi fue como si su cuerpo reaccionara, ya no había incomodidad, se sentía seguro, en casa.
Al y Freda, sin notarlo se aferraron el uno al otro y siguieron la música en silencio por un momento.
- Ese color le queda bien. – comentó Al a Freda como si hablara del clima, la chica sonrió ante la simpleza del intento de iniciar una conversación.
- El Conde ha sido muy amable en comprar vestidos para estas ocasiones. –
- Pocos nobles son amables como él, supongo que por ello se ha mantenido tan alejado del resto de nosotros. – mencionó Al con algo de culpa.
- Usted también luce bien, los años le han sido amables. – comentó Freda.
- Y crueles a la vez. – confesó Al en voz baja.
- ¿Ha sido usted atormentado por algo o por alguien? – preguntó Freda como si quisiera desconocer su pasado y su propia culpa.
- Por la ausencia de alguien, diría yo. – dijo el chico en un momento de valor, osadía o locura.
Freda enmudeció con un golpe en el corazón.
- Una ausencia que me atormenta incesantemente, y que dudo, algún día me de paz, ¿sabrá usted, milady, qué hacer para remediar este mal? – preguntó Al con la mirada centelleante, pero Freda no cedía, y ese era un juego de dos.
- Si enmendar esa ausencia no es opción, la muerte parece la solución. –
- Pues muerte será, aunque dudo que eso sea una solución, estoy seguro que incluso bajo tierra la ausencia me seguirá. –
- Eligió rápido la muerte, ¿qué no piensa en quien le extrañará a su partida?, ¿tal vez su prometida? – cuestionó Freda escondiendo en sus palabras la curiosidad sobre su relación con Charlotte.
- Elegí la muerte, porque solo sería la muerte del cuerpo, la muerte de mi alma ocurrió hace ya dos años, mi prometida no me lloraría, pues lo hizo ya hace mucho tiempo, ¿usted me lloraría? – se atrevió Al a preguntar.
Freda sofocó sus palabras en su pecho.
- No… dejé una flor en su funeral en su primera muerte. – concluyó Freda al mismo tiempo que la música se detuvo, ambos se miraron, como si su juego de palabras hubiese sido sólo para esconder sus verdaderos pensamientos.
- ¿Te atreverías a matarme de nuevo? – preguntó Al más personal.
Freda entreabrió los labios para responder, pero Laurie la tomó del brazo y elegantemente disimulado la sacó de la pista antes de responder.
- Lo lamento, no quise hacerlo. – dijo Freda, Laurie la miró extrañado.
- Está bien, tuvimos la maldita suerte de que terminaras ahí, no había nada que hacer, ya es hora de irnos. – dijo, parte de él estaba inseguro, las disculpas de Freda no parecían del todo ir dirigidas a él.
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La Dama del Duque
RomanceFreda llegó a la nueva residencia del Duque Ascort decidida a ganarse la vida para ayudar a su familia, sin imaginar que su labor más complicada será lidiar con el hijo del Duque, Albert