Hacer el bien

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Al esperaba ansioso fuera del despacho de su padre, habría de decirle las nuevas labores de Freda con la Condesa de Byrne, pero sabía que dijera lo que dijera, el Duque encontraría la manera de echarle en cara algún error, no quería lidiar con eso, pero era su deber.

El Duque había llegado a casa recién anocheció y había ido directamente a su despacho a atender unos deberes pendientes, sabía que Al le esperaba fuera mas no le llamaría hasta terminar.

Casi una hora en agonía antes de escuchar su llamado.

-Pasa.- Al saltó al escuchar la voz de su padre, armándose de valor, tomó una postura altiva, digna de la presencia de su padre y entró al despacho.

-Padre.- saludó Al.

-Albert, ¿qué es tan urgente que no puede esperar a mañana?- dijo Cyrus desde su escritorio.

Al tragó saliva.

-Es Freda, Padre.-

Cyrus arqueó las cejas.

-¿La sirvienta?- algo en el tono de Cyrus molestó a Al, mas no lo demostró.

-Sí, Señor.-

-¿Y qué es pues?-

-Hubo un incidente en el paseo de hoy...- comenzó Al.

-La has despedido entonces, bien, buscar su reemplazo no será difícil.- concluyó Cyrus creyendo que ese era el fin de la historia.

Al tensó los hombros.

-No, Padre... no es así...- Cyrus alzó la mirada con fastidio.-...la Condesa de Byrne, la Dama del incidente, ha solicitado que Freda trabaje con ella un día a la semana comenzando por mañana, menciona que ella le pagará el día que no esté con nosotros.-

-¿La Condesa de Byrne, Beatriz?, eso es extraño, en fin, no aceptaste en definitiva, no estamos para prescindir de nuestros empleados.- declaró Cyrus, a Al se le aceleró el corazón con ansiedad.

-En realidad, Señor...- comenzó Al.

Cyrus lo interrumpió con un pesado suspiro fastidiado.

-Por supuesto que lo hiciste, ¡bien!, inspirado en esa autoridad que te nace, le descontaré no uno, sino dos días a la semana.- sentenció Cyrus con atemorizante voz firme.

-¡Señor!- Al tuvo intención de abogar.

-Si no estás de acuerdo, entonces págale tú, de tus propios fondos, así como prescindes de los bienes familiares, prescinde de los tuyos que no te han costado ni una gota de sangre.- refutó Cyrus levantándose de su silla, Al lo entendió, ya no había nada más que decir, con los labios apretados reverenció a su padre antes de salir.

Un zumbido nublaba su mente, y sus piernas avanzaron con dirección autónoma, antes de darse cuenta ya estaba a las puertas de la cocina, donde una luz tenue iluminaba una silueta.

Sus pasos no eran lo suficientemente silenciosos y alertaron a la figura, la vela iluminó los brillantes ojos oscuros y los carnosos labios rosas, entreabiertos, sorprendidos por su presencia.

-Milord...- Freda llamó tratando de ocultar su sorpresa, sostenía una taza de té en sus manos, Al maldijo su inconsciente necesidad.- ...no esperaba verlo aquí, creí que ya no bajaría.- Freda se excusó.

Al se sostuvo del arco de la entrada, esperando en vano que ese simple agarre le impidiera avanzar hacia la chica.

-No debería estar aquí.- dijo el chico en voz baja.

Freda esperó en silencio a que Al diera media vuelta y se marchara, pero el chico permanecía en su posición con gesto vacilante, apretando los labios, como si quisiera decir algo mas no pudiera.

Freda se arriesgó a romper el silencio.

-¿Gusta que le prepare su té?- preguntó.

Al suspiró y avanzó con pesadez hacia la chica, se recargó en la mesa, Freda esbozó una media sonrisa, y comenzó a preparar una segunda taza con té de jazmín.

-¿Qué es "hacer lo que está bien"?- cuestionó Al, dándole la espalda, Freda frunció el ceño, meditando su reapuesta se giró hacia el chico y le ofreció su taza.

-¿Hacer lo que está bien?- preguntó Freda tratandobde esclarecer las intenciones de Albert.

-Sabemos que está bien cumplir con el deber hacia nuestro país, está bien dar una buena imagen que protega a mi familia y asegure a mis hermanos un mejor futuro, está bien, honrar y obedecer a mis padres, pero, ¿y si siento que "hacer lo que está bien" no es correcto, y me hace sentir cual pecador o criminal?, entonces, ¿yo estoy mal?, o, ¿hacer lo que está bien, está mal?- Al trataba de ser tan específico pudiera, pero sus ojos reflejaban conflicto.

-No todo lo bueno está bien, ni todo lo malo está mal, nos enseñan lo que podemos hacer, mas no tiene porque ser una imposición...- Al alzó la mirada y una sensación desconocida lo invadió al ver aquellos ojos oscuros iluminados por la luz de la vela dirigidos hacia él, con aquellos labios moviendose y librando palabras que le resultaban calmas y melodiosas.

Embelesado se acercó mientras la chica hablaba.

-...Ese es el problema, creemos que lo que se dice es ley, cuando en realidad es sólo una opción, nos ofrecen ser buenos, cuando podemos ser mejores...- continuó Freda con sus manos aferradas a su taza mientras veía a Al acercarse cada vez más, con sus ojos violetas mirándola con conflicto.

La distancia era mínima, podían sentir el calor del otro por la proximidad, Freda alzó la mirada con respiración entrecortada, Al estaba ligeramente inclinado hacia ella, con timidez y cierta aversión, Al alzó su mano hacia el cabello espeso y rebelde de Freda, con el mínimo roce acarició uno de sus mechones, sus corazones latían con fuerza, sentían la peligrosidad de la cercanía, Freda inhaló con dificultad y se embriagó en el aroma a jazmines.

-...Eso, milord, es lo que nos mantiene separados..., a ustedes y nosotros.- dijo Freda casi en un murmullo.

Al se detuvo y pensó un momento, no podía revertir lo que su padre había sentenciado, pero podía tomarle la palabra.

-Mañana iré contigo a la mansión Kilkenny, y a partir de ahora trabajarás para mi, en cuanto te desocupes de tus deberes generales en la casa, irás a mi oficina, ¿entendido?- ordenó Al en voz baja.

Por un momento, las miradas se cruzaron de nuevo, parecían hablarse sin hablar en un ruego silencioso.

Freda sólo pudo asentir levemente, Al se alejó y con sólo una torpe reverencia, inapropiada, puesto que Freda no era una señorita de sociedad, Al se marchó, a paso acelerado, apretando los labios y pasandose una mano por la cabeza como tratando de limpiar peligrosas e indecibles ideas que aparecían involuntariamente.

La Dama del DuqueDonde viven las historias. Descúbrelo ahora