Gala

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Freda y sus acompañantes arribaron a la mansión Ascort, a pesar de haber vivido allí por varios meses, esa noche en especial, el lugar se veía completamente distinto, como sacado de una fantasía, lleno de luches, flores, adornos brillantes de evidente oro y plata puros.

Freda sacaba la cabeza para admirar el panorama con brillo en los ojos, por un momento olvidó que estaba ahí para enfrentar a Albert, pronto sintió una mano que la haló dentro del carruaje, era Laurie, con gesto un tanto sombrío, reflexivo, Freda no lo sabía pero las palabras de la Condesa aún rondaban la mente de Laurie.

El chico la miró por unos segundos, en silencio, admiraba la belleza de aquellos asombrados ojos oscuros y de aquellas facciones prominentes e imponentes, le gustaba, de eso no había duda.

- Ponte esto, no te vayan a reconocer.- solicitó el chico, ofreciéndole un antifaz plateado con brillos incrustados, Freda sonrió y asintió, mientras los tres se ponían sus antifaces de carnaval, la Condesa aprovechó.

- Recuerda, Freda, porqué estás aquí, le darás un escarmiento al ego del duquesito, aún así, en el transcurso, no olvides divertirte, no sabemos si es nuestra última fiesta de este estilo.- la Condesa se comportaba más amable con Freda que de lo usual, Laurie la miraba con sospecha, no podía descifrar si era una complicidad genuina u manipulación.

Llegó la hora de bajarse del carruaje, bajó la Condesa, vestida en una gala inspirada en un pavorreal, luego Laurie con su traje temático de cuervo, todo de negro con toques plateados, y al final, el chico ayudó a Freda a bajar, quienes la vieron quedaron embelesados, desconocían la identidad de aquella mujer vestida con un hermoso vestido blanco, con plumas que adornaban su gala inspirada en un cisne, cuyo cabello oscuro y piel morena contrastaban el blanco impecable de su atuendo, lucía de ensueño, más de un invitado la miraron  y se formaron  la intención de bailar con ella.

- No te separes de mí.- dijo Laurie en voz baja con cierta preocupación.

Freda rio divertida.

En la casa de los Kilkenny, Joseph iba de un lado a otro, desconcertado, sin despegar la vista del suelo.

-Me disculpo por mi incompetencia milord, su habitación aún no está lista, desconocía que usted llegaría el día de hoy.- balbuceaba Joseph, el hombre rubio frunció el ceño.

- ¿Desconocías que llegaría hoy?, imposible, si mandé al menos dos cartas a mi madre anticipándole mi regreso... temporal, por supuesto.-  gruñó el hombre, diciendo entre dientes la última parte mirando con incomodidad el vestíbulo, como si estar en la casa le trajera malos recuerdos.

Joseph se detuvo y recordó las cartas que dejaba para la Condesa en su escritorio.

- Me temo milord, que su madre nunca abrió la correspondencia, ha estado últimamente muy ocupada.- señaló Joseph.

- ¿En qué podría estar tan ocupada una mujer de su edad?- se burló con aspereza el hombre al mismo tiempo que tocaban a la puerta.

Joseph sólo se encogió de hombros rápidamente antes de apresurarse a atender el llamado.

- ¿Dónde está mi hija?- la voz autoritaria de Loulou resonó por todo el recibidor, el hombre chasqueó los dientes, nunca había imaginado una bienvenida tan bizarra, caminó hacia la puerta.

Escuchaba como Joseph trataba de hablar con la ruidosa intrusa, pero la mujer parloteaba sin aparente sentido.

- ¿Qué ocurre aquí Joseph?- interrumpió alzando la voz por sobre la mujer.

- Milord- balbuceó el mayordomo.

-¿Es usted el señor de la casa?- cuestionó la mujer, el rubio le echó un vistazo, era una mujer hermosa, ya en una edad de madurez más cercana a la suya que a la de una joven casadera, sin embargo, su piel carecía de arrugas y a pesar de verse maltratada por el Sol, tenía un tono bronceado perfecto, con cabello castaño claro, abundante y ondulado, sus ojos color avellana aún brillaban con picardía, en un momento, el hombre se percató de que ya habían pasado varios segundos desde la pregunta de la mujer.

- Sí.- se limitó a decir tratando de mantenerse estoico.

- Entonces usted es responsable de la desaparición de mi hija, y más le vale que me la devuelva o le juro que ni la Luz lo va a salvar.- amenazó Loulou, el recién llegado quedó perplejo ante la fiera mujer, no entendía el porqué de la agresión, pero imaginó que tendría algo que ver con la negligencia de su madre en responder sus cartas, con un suspiro resignado miró a Joseph.

- Deja pasar a la Señora, y prepárale un té, estoy seguro de que la Condesa tendrá una respuesta para nuestra invitada.- ordenó.

Joseph asintió, Loulou miró con sospecha al sujeto, tan pálido, tan rubio, con ojos tan azules, por un momento pensó en su Joe, todo lo contrario al sujeto que tenía en frente, y lo extrañó más que nunca, "ni ese desabrido adinerado podía compararse a su Joe", pensó Loulou.

Aún sospechosa, entró a la casa.

- Adelante por favor, de antemano me disculpo por lo que la Condesa haya hecho de su hija, le puedo asegurar que sea lo que sea es inofensivo, la Condesa, mi madre, puede ser irreverente, pero no lastimaría a nadie, mi nombre es Benjamin Kilkenny, Conde de Byrne.- el hombre saludó con voz gruesa mientras hacía una reverencia hacia Loulou.

En la fiesta de Albert, el lugar estaba lleno, poco se escuchaba la música por tanta gente, se tenían que acercar a la pista de baile para poder escuchar algo y, o bailar, eso hizo Freda, esta tan emocionada por ver todo que casi obligó a Laurie a que la acompañara a la pista de baile, con  asombro  miraba a los músicos y a las parejas, chicos y chicas de su edad conviviendo sonrientes, todos  con trajes temáticos.

Laurie la miró con el rabillo del ojo, se veía tan hermosa, tan alegre, se cuestionó de qué lado estaba, por una parte sabía que había llegado ahí por orden de sus padres para convertirse en el heredero de su tía, pero por otra  estaba Freda, podía simplemente ignorar todo mandato y mantenerse a lado de la chica que le gustaba y estaba seguro, la comenzaba a amar.

Con una llama encendida en  el corazón, Laurie  se armó de valor, esbozó su amplia sonrisa inocente con la que Freda lo conoció y le ofreció la mano a su acompañante, al ver sus ojos negros brillar, supo que eso era lo que quería, Freda bailó con Laurie varias piezas, quienes los rodeaban les aplaudían y abrían espacio, en un momento, otro  muchacho pidió bailar con Freda y ella aceptó, así pieza tras pieza, por un buen rato, Freda y Laurie bailaron juntos y con otros, por un momento Freda sintió que pertenecía a ese momento olvidando su verdadera posición en aquella sociedad, hasta que la música se detuvo, y presentaron al anfitrión y celebrado de la noche.

- ...¡ALBERT ASCORT DE WILLINBURG!- presentaron y de inmediato todos hicieron una reverencia mientras Al salía de un balcón con escaleras vestido con un traje espectacular en tonos dorados con adornos de oro inspirado en un león, con medio rostro cubierto con la máscara de oro de león enmarcando sus fieros  ojos púrpuras y su cabello rojo peinado en una coleta.

La realidad azotó a Freda al verlo así, lleno de oro, imponente a varios metros sobre ella, rodeado de riquezas, una vez más, la realidad le daba una metáfora de su situación, ella siempre estaría por debajo de él, y él siempre la vería como una cosa más del montón, su corazón se encogió ante el pensamiento.       

La Dama del DuqueDonde viven las historias. Descúbrelo ahora