Parque

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Ada, Al y Freda salieron de la tienda de listones, cada uno en su propio mundo, Ada parloteaba sobre sus compras, mientras que Al y Freda tenían lo mismo en la mente, el chico de la tienda.

Freda jugueteaba con su nuevo listón mientras pensaba en aquellos profundos ojos azules, tan curioso, tan resplandeciente, tan misterioso, con el gesto más dulce y cálido que hubiese visto jamás.

Mientras, Al caminaba con el ceño fruncido, ¿quién era ese sujeto?, ¿porqué lo miraba cuando salía de la tienda?, ¿lo miraba a él o a su hermana?, ¿o a Freda?, ese imbécil de cabello bien arreglado y asquerosa sonrisa boba.

Sin darse cuenta, llegaron al parque, Freda se sintió de inmediato intimidada por la imagen, tantas señoritas ricas y hermosas paseando juntas o del brazo de algún distinguido caballero.

Comenzó a caminar lento y torpe tratando de captar con su vista todo a su alrededor, Ada y Al notaron su tardanza varios pasos adelante.

- ¡Freda, no te quedes!- llamó Ada.

Freda escuchó a Ada, pero su mirada continuaba en el verde paisaje, como deseaba que su madre viera eso, una vida tranquila con aire limpio y pocas preocupaciones, un mundo al que no pertenecía, nada ahí estaba destinado para ella, ni esos arboles, ni esas caminatas, ni los vestidos elegantes, ni...

- Freda.- la voz ronca de Al la regresó a su realidad.

Freda lo miró, esperándola, con su usual gesto sombrío, los rayos de Sol iluminando su rojo cabello, enrojeciendo sus mejillas pecosas, dirigiendole su púrpura mirada.

...Ni él.

Freda suspiró resignada, avanzó desganada, mas dio un paso en falso, su botín cayó en un hoyo de la tierra, se torció el tobillo y casi caía, por un momento se dio por accidentada, ya sentía en dolor de su cuerpo contra el piso, un dolor que no llegó, pues unas manos firmes la sostuvieron, ella se aferró a los hombros de su salvador.

Cuando alzó la mirada se encontró con los contrariados ojos púrpuras de Al, sus largas pestañas rojas revoloteaban aterradas, estaban tan cerca que Freda podía oler los jazmines en su aroma.

Al también se aferró a los brazos de Freda, por primera vez sentía su piel y aquella sensación quemaba sus dedos, algunos mechones azabache de su cabello caían sobre su rostro, sobre sus labios carnosos entreabiertos que incitaban a aquello a lo que tanto se negaba, podía sentir su aliento agitado rozar su piel.

Ambos sintieron ese momento como una eternidad, pero la realidad era que sólo fueron unos segundos.

Ada escuchó el pequeño percance, ella previamente había desviado su atención de sus acompañantes a un tal Guideon Sander que le había saludado.

- ¿Al, qué ocurre?- preguntó Ada preocupada.

Esa fue la señal de ambos, salieron de la fantasía y pegaron un salto para separarse, no lo notaron, pero una mujer mayor y su sirviente pasaron a su lado.

Cuando Freda se separó de Albert, separó sus brazos con fuerza y sin darse cuenta golpeó a la Señora mayor, haciéndola tambalearsd y finalmente caer.

-¡OH, DIOS!- exclamó Freda alarmada apresurandose a auxiliar a la mujer, Al y el airviente tambien ayudaron mientras que Ada y Guideon se acercaron para ver qué ocurría.

Freda ayudó a la desencajada mujer a levantarse.

- Lo lamento tanto, de verdad, lo siento.- se disculpaba Freda de forma atropellada, la mujer parecía ilesa, pero el vestido, evidentemente muy costoso, estaba lleno de lodo.

- ¡No toque a la Condesa!- el sirviente exclamó a Freda separandola bruscamente de la mujer, Freda se quejó levemente, su pie aún dolía por el tobillo, la grosería y la queja de Freda causaron un dolor de enojo en Al, pero en contra de sus emociones se mordió la lengua y se dirigió a la mujer.

- Mi Señora, me disculpo en nombre de mi sirvienta, me aseguraré que pague por su falta, ¿está usted bien?- dijo Al con la voz más elegante y tranquila que pudo, Freda desvió la mirada con tristeza, no por el accidente, pero sí por la respuesta de Albert, sabía que no la defendería, a final de cuentas no era una dama, solo era una sirvienta.

Decepcionada, con la vista al suelo, Freda cojeó levemente detrás de su amo, la conversación debía ser entre iguales, y como se lo repetía una y otra vez, ella no pertenecía a ese mundo.

La anciana levantó la vista con fastidio hacia Albert.

"Mierda que eso es un árbol pelirrojo haciendo sombra"

Pensó la mujer ante la altura del joven.

Disimuladamente, la mujer miró a Freda.

- Estoy bien, estoy bien, solo perdí el equilibrio, la niña es la que parece que le duele, querida, ¿tu pie está bien?- preguntó la mujer, Freda alzó la mirada con asombro.

Miro a su alrededor, no podía creer que la pregunta fuera para ella, abrió la boca para responder, pero antes de decir una palabra, alguien más se unió a su vergonzosa escena.

- ¡Tía!- una voz melodiosa y masculina se acercó.

Al sintió que la piel se le erizó al ver a nuevo acompañante, mientras, Freda ya no sabía como sentirse, la situación entera ya la abrumaba, no necesitaba otra emoción más.

El joven de la tienda de los listones se acercó corriendo con gesto preocupado, angelical, se acerco a la mujer mayor y la examinó de pies a cabeza.

- ¿Tía, está bien?- preguntó.

- Sí, Laurent, sí.- respondió la mujer con fastidio.

- ¿Que ha ocurrido?- preguntó Laurent sin prestar atenció  a la mirada penetrante de Al.

La mujer miró a Freda.

- La niña se lastimó el pie.- dijo la mujer sin mencionar más del incidente, Laurent alzó la vista y se encontró con Freda, su sonrisa se amplió resplandeciente, Al gruñó por lo bajo.

- Hola, que gusto verla de nuevo tan pronto.- saludó Laurent evitando llamar a Freda por su nombre, había escuchado su nombre mas no habían sido presentados formalmente.

- Milord.- saludó Freda con una reverencia.

- Laurie sé bueno y revisa que la niña esté bien.- ordenó la mujer.

- Claro, tía... ¿me permité?- respondió Laurie sin perder tiempo ayudando a Freda a acercarse a una banca cercana.

Al quedó enmudecido, trabado, ahogándose en ira viendo como aquel nuevo y sonriente zorro se acercaba a Freda y le quitaba el botín con sus asquerosas garras.

La Dama del DuqueDonde viven las historias. Descúbrelo ahora