Listones

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Freda se acomodó su sombrero y alisó su vestido, por primera vez saldría de la mansión acompañando a los amos, no comprendía porqué le habían invitado, suponía que seria para cargar todo aquello que Ada comprara por capricho, fuese como fuese, bien pudieron haber pedido la compañía de otra, pero no, ahí estaba, con su larga trensa sobre su pecho, se pinchó las mejillas para darles rubor, tal vez no era una Señorita de sociedad pero definitivamente no se vería como pordiosera.

Se apresuró a la puerta principal con su canasta, la llevaba con la certeza de que Ada la llenaría de bocadillos y listones, llego justo a tiempo, Ada lucía como una princesa resplandeciente en su vestido rosa y Al, tan solo verlo dificultó su respiración, como salido de las novelas que ella y Serena leían a escondidas en los graneros cuando aún vivía con su madre, tan alto, tan elegante, tan atractivo, con ese cabello que brillaba con el Sol y esos electrizantes ojos violetas.

Freda se obligó a mirar a otro lado recordando su repentina frialdad y su inevitable distanciamiento, "ni siquiera amigos", se recordó mie tras parte de su corazón se encogía con pesar.

Por su parte, el ruido en la cabeza de Albert le impedía pensar con claridad, ¿por qué llevar a Freda?, no la necesitaba, había sido un capricho del corazón y para cuando se percató de ello ya no era de caballeros retractarse.

Se dispuso a acompañar a su hermana a su caminata, pasarela más que nada, a sus 21 años, la soltería de Ada ya estaba viéndose incómoda tanto para ella como para la sociedad.

Mientras esperaba a que su hermana terminara de arreglar su tocado, Freda los alcanzó, al verla, sus pensamientos se callaron por un momento, solo existía aquella imagen para él y su atormentada mente, su larga trenza oscura resaltaba en el azul de su vestido que enmarcaba las curvaturas de su cuerpo aún en desarrollo, jugueteaba la canasta tejida entre sus manos delicadamente enguantadas, con las mejillas sonrojadas y sus brillantes y almendrados ojos oscuros viéndolo con aquella inocente osadía, su corazón se detuvo y maldijo la hora en que su llegada se convirtió en uno más de sus problemas.

En cuanto la chica desvió la mirada, Al dio la señal, enmudecido por sus conflictos, para que ambas mujeres se encaminaran al carruaje, cual caballero ofreció su mano para que subieran, Ada comenzó a parlotear desde el primer paso, Albert apenas si escuchó parte de sus palabra pues un zumbido lo ensordeció en cuando sus dedos tocaron los blancos guantes de Freda, de nuevo, las miradas se cruzaron, pudieron leer el terror el uno del otro del querer y no deber, Al inhaló el aroma que desprendía la cercanía de Freda, vainilla de su vestido, lirios de su cabello, el nudo en su estómago se tensó.

Se esforzó durante todo el viaje en escuchar las palabras de Ada quien le contaba de sus amigas, y los planes de sus siguientes vestidos, Al sonreía y clavó su mirada en su hermana para evitar perderse en Freda.

Freda en cambió miraba los árboles, aspiraba el aroma de la naturaleza para despejar su mente, ¿por qué la miraba como si le implorase piedad?, ¿qué tan tortuosa era su presencia para Albert, sino más que la que él mismo le causaba con su inestable favor?

Para cuando aceptó volver a la realidad, Freda sintió que el carruaje se detenía, estaban al fin en la zona comercial de la ciudad, el nido de los jóvenes de sociedad,  tantas señoritas finas y jóvenes orgullosos.

Se bajaron del carruaje frente a una tienda de listones, esta vez tanto Freda como Albert desviaron las miradas para evitarse de nuevo aquel peligroso intercambio, se quedaron tan solo con la sensacion hormigueante en sus dedos del roce.

Entraron a la tienda y pasearon por los pasillos, varios grupos en su mayoría de señoritas reían mientras olían lociones y tomaban listones, Freda miró las lociones mientras Ada elegía sus listones, tomó una que llamó su atención por el tono violeta del líquido, le recordaba cierta mirada que evitaba, abrió la loción y la olió.

Jazmines.

No pudo evitar sonreír, le recordaba a él, olía como él.

Se dejó perder en el aroma hasta que una voz la sacó de sus fantasías.

- ¿Huele bien?- una voz masculina y melodiosa le habló, Freda con sobresalto abrió sus ojos como platos hacia el desconocido, miró hacia arriba, no tan arriba como con Albert pero sí a una altura considerable para encontrarse con una amplia y brillante sonrisa amable.

Era un hombre joven, de cuerpo bien estructurado y buen vestir, su piel era tan blanca y tersa con cabello negro oscuro y espeso bien peinado adornado con una boina sencilla, y un par de ojos tan azules como zafiros de mirada gentil.

Freda quedó sorprendida, era como si la zona alta de Ilenis estuviera llena de hombres guapos, la chica solo pudo asentir mientras le ofrecía la loción.

- Oh no, de hecho yo iba por aquella, si me permite.- dijo el chico en tono risueño señalando un frasco junto a Freda, la chica rápidamente se movió de lugar, el muchacho tomó su loción y se volvió a Freda evidentemente con toda intención de conversar.

- ¡Freda!- la voz de Ada interrumpió las intenciones del chico, Freda de un salto se apresuro a dejar la loción de jazmines e hizo una reverencia al chico antes de marcharse.

- Freda- murmuró el jóven ubicando a la chica y sus acompañantes.

Ada y Al ya estaban en la fila para pagar los coloridos listones y perfumes de Ada, la pelirroja miró a Freda extrañada.

- ¿No te gustó nada?- preguntó Ada a Freda, la chica parpadeó confundida.

- Todo es muy lindo, milady.- aseguró.

- ¿Y por qué no tomaste nada?- cuestionó Ada.

- Yo...- Freda no comprendía la intensión de Ada.

- No puedo dejar que salgas de aquí sin nada, ¡toma algo!, insisto, lo pago yo, ¿cierto Al?- se apresuró Ada, Albert parecía tan confundido como Freda, pero de alguna forma reconocía que así era su hermana.

Freda miró a su alrededor presurosa y conflictuada, tomaría cualquier cosa, entonces una mano le ofreció un listón azul de encaje.

- Este combina con tu vestido.- dijo Al con voz grave, Freda se volvió hacia él, y lo que había evitado en el carruaje ocurrió, sus miradas se cruzaron con magnética atracción, Freda tomó el listón, nada como esos ojos violetas, pensó con convicción.

Ada estaba tan inmersa en sus nuevas adquisiciones que no notó la tensión entre su hermano y la sirvienta, aceptó la sugerencia de Albert y al pagarlo le entregó su listón a Freda quien de inmediato lo ató en un moño en el final de su trenza, le dirigió una mirada rápida a Al quien le respondió con una breve media sonrisa.

Los tres salieron del local, mas una sensación extraña invadió a Albert, de forma que volvió su mirada al local y se encontró con el par de ojos azules como zafiros mirándolos fijamente, ambos hombres se miraron con fiera y amenazante curiosidad, nunca antes se habían visto pero ese momento bastó para saberse intolerante al otro.

La Dama del DuqueDonde viven las historias. Descúbrelo ahora