Heredero

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La mañana siguiente comenzó con un ambiente pesado, incómodo, pero únicamente para Freda y Al, el resto ignoraba la peligrosa cercanía de la noche anterior entre los dos.

La noche le permitió a los chicos despejar la mente y analizar con claridad lo que había ocurrido, en silencio ambos coincidían en que había sido un error, Freda no tuvo que haber bajado a la cocina y Al no tuvo que haberse acercado tanto a la chica, pero ahora tenía dos cuentas que cumplir, primero, acompañar a Freda con la Condesa y segundo justificar el sueldo que su padre le quitaría a la chia y él compensaría.

A primeras horas de la mañana se encontraron fuera de las puertas de la mansión, se dirigieron una mirada rápida seguida por la reverencia de Freda a quien debía recordarse continuamente era su jefe.

El silencio incómodo reinó todo el camino hacia la mansión Kilkenny donde, tal y como la Condesa dijo, el mayordomo de aquel incidente la esperaba con gesto desaprobatorio, habían llegado temprano, antes de la hora señalada, por lo que el gesto del mayordomo no podía ser más que por el evidente desagrado hacia la chica.

Ambos se acercaron a la puerta.

- Lord Ascort, Señorita Mason.-
Saludó el mayordomo haciendo una seña para que ambos le siguieran.

Entraron a la mansión, impactados por lo pulcra y bien conservada que estaba aquella antigua casa, apenas si iniciaba el recorrido cuando una alegre voz resonó en la parte superior de las escaleras principales.

-¡Señorita Mason!- la voz de Laurie saludó con emoción mientras se apresuraba a bajar las escaleras con paso ligero, como el de un príncipe... o princesa, Freda no podía simplemente no comparar, eran tan diferentes, incluso en esos pequeños detalles, Freda en automático pensó en Al bajando esas mismas escaleras, sin prisa, con cada paso más pesado que el anterior, cauteloso como un gato y evitando despeinar aquella larga coleta roja, se sacudió la mente para volver a la realidad, donde el objeto de su fantasía estaba a su lado, con la mirada más sombría que le había visto jamás.

Laurie se apresuró a posarse frente a ellos.

-Señorita Mason, que gusto que aceptara la oferta de mi tía...- saludó Laurie con genuina felicidad, pero su dulce sonrisa se convirtió en una falsedad de cortesía al encontrarse con Al.- ... Lord Albert.- saludó.

Al imitó la falsa sonrisa de Laurie, pero había más detrás, cierta picardía maliciosa que Freda notó.

- Buen día, Lancel.- saludó Al.

- Es Laurent.- corrigió Laurie aún sonriendo.

- Por supuesto, eso dije.- respondió Al con el tono más falso y burlón que le salió con naturalidad.

Laurie luchó contra todos sus instintos para dejar pasar el asunto e ignorar al pelirrojo lo más que pudiera, suspiró con pesadez manteniendo su falsa sonrisa.

- Si gustan esperar en la sala principal, mi tía nos acompañará pronto.- sugirió Laurie dirigiendo a sus invitados a un hermoso salón  iluminado, con detalles marmoleados y olor a rosas.

Freda y Al se sentaron en uno de los sillones con cierto temor a romper o ensuciar algo de esa perfección.

- Es maravilloso que el Duque haya accedido a rentarnos a una de sus sirvientas, lo agradecemos mucho, mi tía es muy selectiva, Freda, disculpen, la Señorita Mason le debió resultar muy interesante.- comenzó Laurie mientras ordenaba con un además a una sirvienta que les llevara té y algunos bocadillos.

- Efectivamente, Freda es un elemento importante en nuestra servidumbre, por lo que prestarla sí resultó una decisión difícil de tomar.- respondió Al, Freda sintió ansiedad y emoción al escuchar su nombre salir de los labios de Albert, siendo una de las pocas veces que la llamaba Freda y no Maria.

- Confiamos que será tan efectiva aquí en Kilkenny como lo es en Ascort.-

- Sin duda alguna, servicio de calidad digna de un ducado, conveniente para cualquier otro.-

La emoción de Freda se disipó rápidamente al sentir que los chicos hablaban de un objeto cuando en realidad se referían a ella, era una sensación algo ofensiva, no pudo evitar mirar a Al con ligera molestia.

El pelirrojo parecía ignorarla, aunque no estaba segura pues el chico cambió el tema sospechosamente.

- No había escuchado de su presencia aquí en Ilenis, Larry.- sijo Albert tomando la taza de té que le acababan de servir.

Un ligero tic apareció en el párpado de Laurie por la fuerza de su sonrisa falsa.

- Laurent milord, y efectivamente acabo de llegar, aunque no llevo tan poco en la capital como para que no haya escuchado de mí, los jovenes de Ilenis son muy agradables y me abrieron las puertas a sus sociedades, me extraña que sus amigos no le hayan informado de mi llegada, y también el no haberlo visto en mi reunión de bienvenida.- dijo Laurie haciendo caso a sus instintos y aludiendo a la sociedad de jovenes en Ilenis.

No, Al no tenía amigos.

Freda los sabía bien, en tiempo que había vivido con los Ascort había notado que Ada salía con amigas a pasear y tomar el té, conocía que Alphonse se escabullía por las noches con un puñado de otros rebeldes, pero Albert no salía de aquella mansión a menos que fuera con la Reina y su posible único amigo Newt Crawford, quien era varios años mayor y sin duda tenía otros círculos de amistad.

Con eso en mente Freda miró a Al con el rabillo del ojo, preocupada, algo triste, pero el chico mantuvo su porte altivo, picaresco.

- Oh no, Lenny, una disculpa, no pude asistir, esa noche tuve que atender asuntos del ducado, usted sabe, cuando uno hereda legítimamente un título nobiliario debe encargarse de ciertas labores, cosas de lores.- contestó Al con mayor malicia en sus palabras, Freda no lo entendía del todo, pero la expresión de Laurie y sus enrojecidas orejas le indicaban que la respuesta de Al había sido peor que su acusación.

Freda no lo sabía, pero Al sí, no era necesario conocer a Laurie de mucho tiempo para conocer su situación, la Condesa Kilkenny había vivido sola mucho tiempo, su título era gracias a su difunto marido, un conocido Conde sin hermanos, por lo que Laurie debía ser familiar de la Condesa por parte de su familia de soltera, unos aristócratas más, si Laurie estaba ahí despues de tanto tiempo sólo podía ser por una cosa, estaba en la edad perfecta para ganarse a la sociedad y tal vez así presionar a su tía a cederle su título y fortuna.

Pero mientras eso no ocurriera, Laurie solo era un intruso más, sin título, sin estatus y siempre se mantendría muy por debajo de Al.

Recordarle su lugar siempre sería la mejor arma de Albert frente a Laurent, una humillación que Laurie estaba descubriendo y no estaba seguro de ser tan prudente como para dejarla pasar.

La Dama del DuqueDonde viven las historias. Descúbrelo ahora