Capítulo 66

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Franco salía de su casa con llaves en mano, listo para subirse a su camioneta y partir hacia Lactos. Estaba un poco decepcionado porque realmente quería salir a desayunar con Bárbara, quería empezar a hacer absolutamente todo bien con ella y que se sintiera a gusto con él. Pero era comprensivo y tampoco quería axfisiarla, sabía que debía darle su espacio.

En medio de sus cavilaciones, un auto lo sorprendió por el frente casi llevándoselo, Franco dio dos largos pasos hacia atrás asustado y enojado.

- ¿Qué le pasa? - Gritó. Luego reconoció la camioneta. - Es Bárbara...

Esperó por unos segundos a que la mujer bajara, porque aún no estaba del todo seguro que fuese ella. Pero la verdad es que la ansiedad de saber que pasaba lo estaba consumiendo, así que le dio la vuelta al carro y caminó hasta la puerta del piloto. Fue en ese momento en el que Bárbara abrió la misma, y salió echa un mar de llanto de la camioneta. Usando apenas su pijama, con los pies descalzos, y desarreglada.

- ¡Bárbara! - Exclamó viéndola. Inmediatamente la abrazó, con sincero afecto. - ¿Qué ha pasado? ¿Por qué estás así?

La pelinegra negaba con la cabeza mientras lloraba conmocionada, temblaba... Cosa que a Franco le puso muy nervioso.

- ¿Qué pasó? ¡Dime por favor! - Gritó.

- Ya no quiero estar allá... No quiero continuar Franco, no quiero... - Lloró desesperadamente mientras lo apretaba en sus brazos buscando consuelo. La mujer estaba agitada y sofocada, presa de un ataque de pánico.

- Vamos, vamos adentro.. Y cálmate. - Él la condujo pacientemente hasta la casa. Pero mientras caminaban Bárbara encontraba todo borroso y oscuro.

- Franco, no estoy bien...

- Eso me dijiste por teléfono, pero tranquila, ya te traigo un té y me dirás que pasó. - El hombre la sostuvo más fuerte y apretó sus brazos en señal de apoyo. - Ya todo va a estar bien, calma..

Bárbara seguía sollozando sin cesar a la vez que trataba de estabilizarse y buscar la calma, pero cada vez se sentía peor. Le faltaba el aire, algo sucedía, se sentía sin aliento.

- No, quédate.. No me siento bien. - Insistió.

- Necesitas algo para los nervios y... - En ese momento sintió a la mujer deslizarse entre sus brazos. Miró a ella, y la sostuvo fuertemente para que no cayera el suelo. - ¡Bárbara! ¡Bárbara!

Bárbara se había desmayado.

- Dios mío, ¿Qué hago? - Nervioso la cargó y corrió con ella hasta el sofá, acostandola allí y tratando de hacerla reaccionar. Pero la pelinegra no volvía en sí. - ¿Y ahora?

Franco se pasó las manos por la cabeza entrando en desesperación, veía a Bárbara y sentía como el corazón empezaba a latirle a un ritmo desbocado, estaba preocupado, angustiado, no quería verla así. Entonces de una vez por todas entendió lo mucho que la amaba.

La amaba.

- Estoy enamorado de ti Bárbara, Rebeca... quien seas... - Decía mirándola, se arrodilló frente a ella, y acarició su cara. - Te amo, y no me importa si tu no me amas igual.

Él se fue corriendo a llamar a un médico, el cual en unos minutos estuvo a la puerta.

- ¡Doctor! - Exclamó haciéndole pasar.

- ¿Donde está la enferma Señor Santoro? - Preguntó el galeno.

- Pase por aquí. - Indicó Franco, llevándolo hasta la sala. Luego señaló a Bárbara en el sofá. - Se desmayó, creo que está descompensada... no se, pero nada que reacciona.

Veneno en la sangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora