Capítulo 46

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Estaba cayendo la tarde, y Franco Santoro sentado en su oficina sentía la necesidad de saber de Bárbara. Según había preguntado, ella había salido de la cuidad algunos días, pero no sabía donde.

Y se moría por hacerlo.

- ¿Por qué de repente tengo tanto interés por esa mujer? - Se preguntó queriendo sentirse molesto y ofendido, se suponía que debía odiarla. - Dios mío... Necesito ayuda, no se que hacer.

Bárbara era tan reservada, misteriosa, y hermética, pero aún así él sabía muchas cosas a cerca de ella. Dichas y contadas de su propia boca.

Esa información era un arma a la que ella misma le había dado el poder de disparar en cualquier momento. Franco no sabía que hacer, por un lado podía acabar con todo en un instante, Bárbara y Artemio estarían presos, y los problemas acabarían. Pero por el otro, estaba ella... ¿En realidad tenía corazón para ponerla tras las rejas? ¿Después de todo lo que ya había sufrido?

Sería como una estocada final.

¿En realidad debía preocuparse por lo que le sucediera a una mujer que sólo le ha hecho daño? Su madre seguro se revolcaba en la tumba. Pero la culpa era de ella, había críado a un niño con el corazón grande. Aunque a veces el hombre en el que se había convertido aparentara ser de acero.

Empezó a imaginarse el escenario...

Ella va a prisión, Aurora se queda con Santiago, deja de hacer maldades por Artemio pues este también iría a la cárcel, él se casa con Fernanda como siempre quiso, tienen hijos, olvidan que Bárbara algún día existió, y todos felices.

- Sería egoísta someterla a más... - Dijo pensativo mientras veía una foto que había conseguido de la pelinegra. Luego rió con ironía. - Incluso, si muere, sería menos trágico para ella.

- ... A veces la vida se vuelve un martirio al que es mejor renunciar.

*

Valentina se observaba en el espejo, no sabía como pudo haberse levantado después de la última dosis, pero estaba ahí, frente al vidrio observando lo demacrada que estaba. Casa vez que despertaba del sedante, se sentía devastada.

Estaba ida, y lloraba... No sabía por qué.

Aunque en el fondo sabía que tenía miles de razones para hacerlo.

Su vida ya no era vida, y ella sólo era un ser martirizado existiendo. Así lo sentía. Había olvidado lo que era respirar aire fresco, ya no montaba su caballo, dormía la mayor parte del tiempo y comía muy poco, tampoco administraba su hacienda porque no estaba en condiciones de hacerlo, estaba encerrada en las cuatro paredes de su cuarto, no se atrevía a salir y mirar como todo el mundo la observaba con lástima, hasta él. Jose Miguel estaba a su lado, pero sabía que algo había cambiado en él.

Ya nada era igual, y se sentía culpable.

Estaba tranquila, estaba resignada, estaba aceptando su realidad, y de pronto su estabilidad se vino abajo en un segundo. ¿Por qué? ¿Por qué había dejado que la depresión la consumiera? Si ella estaba luchando...

No lo sabía.

No sabía como responderse todas las preguntas que se hacía en su cabeza.

- Tengo que acabar con esto, antes de que me acabe a mí.. - Se dijo tratando de convencerse de su fortaleza, pero no lo logró.. - No puedo.. No puedo...

De nuevo fue un mar de lágrimas, y dejándose llevar por el impulso caminó como pudo hasta el balcón de la habitación. Ahora sí, la brisa le daba en la cara.

Veneno en la sangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora