Capítulo 7

396 49 16
                                    


- ¿Pero qué sucedió? ¡Si ella estaba mucho mejor! - Fernanda se personó de la situación, viendo como médicos y enfermeras corrían a la habitación de su madrastra.

- Tal vez mi papá la asustó cuando se le apareció por allá. - Y de nuevo Camilo y Aníbal estallaron en risas.

Gonzalo se acercó furioso y los abofeteó.

- ¡Papá! - Reclamó Aníbal pasándose la mano por el rostro.

- Pensó que éramos su mujer. - Camilo siguió riendo por lo bajo. - Yo creo que mejor me voy, no soporto tanta hipocresía, sobretodo tuya papá...

El delgado hombre se puso de pie amagando irse, su hermano mayor le siguió sin decir nada. Ambos se retiraron del lugar.

- ¿Qué le dijiste papá? ¿Por qué se alteró? - Preguntó su hija menor acercándose a él.

- Estaba muy tranquila, no sé que pasó.

- Yo cuando la vi estaba bastante serena, incluso crucé con ella un par de palabras y todo normal. - Franco se acercó a Fernanda y a su padre. - Me disculpará don Gonzalo, pero tal vez si se alteró al verlo a usted.

- Puede ser papá... Además recuerda que lo último que vio de ti, fue lo que pasó ayer. Probablemente esté sentida y temerosa.

- No se qué pasaba por mi cabeza cuando hice eso. Me dio tanta rabia escucharla hablarme así.

- Eres mi padre, pero sabes que lo que hiciste es algo que repruebo totalmente. Y sí, tal vez Bárbara tenga razón y esté cansada de lidiar con tus hijos, sobretodo con Camilo que no para de molestarla y acosarla

- ¿Cómo que acosarla? - Preguntó el canoso hombre, como si aquello fuese lo único que le importara.

- Sí, como lo escuchaste. Si Camilo hace un rato dijo que Bárbara era una zorra, no es nada más y nada menos que por ardido. Él la ha intentado seducir pero ella lo ha rechazado siempre. Que joya de hijo tienes papá. - Dijo esto último con un tono de ironía

- No puede ser.

- Pero lo es. Reflexiona un poco, yo iré a sentarme, estoy cansada de ser la única con un poco de empatía en esta familia.

La joven fue hasta uno de los bancos y allí se sentó, encontrándose a un Franco muy pensativo.

- Dios mío, que situación esta..... - Fernanda suspiró. - ¿En qué piensas tanto?

Franco la miró.

- Hablé con ella, nos va a ayudar. - Dijo casi susurrando para que Gonzalo no escuchara. - Sabe donde está Lili, dijo que me llevaría con ella.

- ¿Es enserio?

- Sí, pero parece que hay un tipo llamado Artemio. Algo tiene que ver y es muy peligroso.

- Se me olvidaba que Bárbara no es la madrastra benevolente que todos pensábamos. Aún me duele saber que mató a mi madre. - La ojiverde bajó la mirada.

- No creas, yo tampoco he olvidado lo que me hizo a mí a mi madre. Pero creo que hay alguien más Fernanda, Bárbara no puede ser la cabeza de todo esto. Me di cuenta cuando hablé con ella.

- ¿Quién querría hacernos tanto daño? - Se preguntó Fernanda en voz alta.

*

POV VALENTINA

Desperté muy aturdida, me dolían las manos, los pies, la espalda, parecía que un camión me hubiese pasado por encima. Abrí los ojos dándome cuenta de la oscuridad que me rodeaba, estaba tan bien hace una hora, y ahora, me sentía muy angustiada. Estaba atada a un tronco de madera, todo olía a viejo, habían artefactos oxidados y sucios, podía hasta sentir en mi oído, el ruido de las ratas comiendo cualquier porquería.

Estaba secuestrada.

Rosendo me había secuestrado, y como siempre, no sabía que hacer.

Intenté hablar y entonces me di cuenta que estaba amordazada.

Murmuré mientras me movía enérgica tratando de safarme de las sogas, movía mis piernas, brazos, y manos, sacudía mi cabeza para quitar aquel trapo de mi boca, pero nada funcionó. Estaba poniéndome demasiado nerviosa, y el miedo empezó a hacer de las suyas.

Y ahí fui consciente de que tantos días sin alimentarme bien me pasarían factura pronto.

- Bienvenida, señorita. - Escuché la voz de Rosendo. Se paró frente a mi.

Lo miré sin una pizca de emoción, fría y secamente, como la piedra que supuestamente me había vuelto desde que se fue José Miguel. Me abofeteó.

- Empezamos mal, muy mal Valentina. - Él se acercó, y mi corazón retumbó dentro de mi pecho, el miedo me invadió pero no se lo dejé ver. - No me gusta que me mires así.

Me sostuvo la mandíbula con fuerza, me dolía.

Cerré los ojos entonces, queriendo imaginar que todo era una pesadilla y que al abrirlos todo acabaría. Pero desgraciadamente no era así, y al abrirlos sólo me encontré con el mismo panorama.

- No sabe cuando he disfrutado verla tocándose. - Aquello me dejó helada, Rosendo me había visto, estaba espiándome, la seguridad que sentía hace rato, se derrumbó como un castillo de naipes. Me sentía sucia y ultrajada.

Negué con la cabeza, ese tipo estaba mintiendo, yo me aseguré muy bien de que nadie me estuviese observando.

No dejé que sus palabras me afectaran.

- Pero no me gustó saber que lo hacías pensando en él. Eso me enojó mucho, señorita. - Enfatizó la última palabra, con ironía.

Seguía sin afectarme, estaba segura de lo que había hecho, estaba segura de que no había nadie más. Rosendo era un maldito iluso que pensaba que podía dañarme con su palabreía de hombre ardido. Pero si seguía insistiendo le escupiría en la cara todo.

De pronto, me quitó la mordaza, con algo de rabia y muy poca delicadeza, era una animal. No se como pude tenerlo de capataz tanto tiempo.

- No quería golpearla, disculpe. Sólo estaba muy enojado, no me gustan las traiciones. - Vi como me acariciaba el rostro con suavidad, me repugnaba el sólo sentirlo.

- Suelteme Rosendo, déjeme ir... Yo podría darle muchísimo dinero.

Al parecer, lo que dije hizo que se enfureciera muchísimo más, y tuve demasiado miedo. Pateó con ira una lata que estaba en el suelo, para luego volverla añicos frente a mis ojos. Me estaba amenazando, lo sabía.

Inmediato se giró hacia mi y tomó mi mandíbula con una fuerza brutal, a tal punto que sentí que me despedazaría la cara.

Sin quererlo, ni esperarlo, lloré llena de pánico.

- ¡DINERO! ¡Piensas que todo se arregla con tu maldito dinero!, que puedes comprar a quien se te la gana... - Bajó la voz, casi susurrando, aquello me dio mucho miedo. - Pero yo no quiero eso.

Con una fuerza bélica tomó el cinturón y lo arrancó de mi, después siguió con mi camisa rompiéndola en dos, y haciendo que los botones salieran disparados, cayendo sobre mis piernas y el suelo. No le importó que aún estaba atada, sólo descubrió mi torso, sin liberarme del fuerte amarre en mis manos.

Mis lágrimas volvieron a empaparme el rostro y sin darme cuenta, me volví la misma mujer débil e inestable de sólo hace un día. Lloré compulsivamente, mientras sentía que mi corazón se aceleraba a un ritmo peligroso.

Estaba presa de un ataque de pánico.

Veneno en la sangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora