Capítulo 28

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POV Valentina

El agua cristalina de aquel pozo captaba mi reflejo, podía verme sobre las aguas puras de ese lugar, la naturaleza parecía bailar alrededor de mí, se veía todo tan lleno de vida; Excepto yo.

Dejé mi sombrero y mi bastón a un lado, me moría por entrar y bañarme como lo había hecho tantas veces, pero sentía que no podía, no sólo porque tenía miedo, vergüenza... Sino porque seguro ni siquiera podía nadar. Hasta montar a mi caballo me había sido prohibido, y aunque me molestara el hecho de tener que limitarme en algunas actividades, tenía que hacerlo si quería mejorar pronto.

No iba a llorar nuevamente, me dolían los ojos de tanto hacerlo, y además, sentía que ya no me quedaban lágrimas. Estaba exhausta de tanto dolor.

Pero mi seriedad y amargura no eran buenas acompañantes para nadie, ni siquiera para la persona que amaba, y me amaba con toda el alma. Creo que ni siquiera a él podía abrirle mi corazón.

Eso sólo lo haría conmigo misma, o tal vez con mi alma gemela. Pero él para mí no era eso.

Era mucho más.

Vi que se acercaba a mí, estaba sonriente, trataba de animarme, y yo, aunque quisiera darle una sonrisa, simplemente no me nacía. Se quitó su sombrero y su chamarra, las tiró en la tierra, parecía emocionado por entrar en el agua. Que bien por él.

- Bonita... El agua está deliciosa. - Dijo metiendo su mano en esta, luego tomó la mía. - ¿No te animas?

Yo apreté su mano fresca y húmeda, quería gritarle que si quería, que me moría por nadar con él como alguna vez lo hicimos. Pero mi repuesta fue un "No" tajante.

- No, Jose Miguel. - Respondí desanimada. La emoción de su rostro desapareció para ser reemplazada por una expresión de desilusión. Me sentí con la obligación de disculparme. - Lo siento...

El negó con la cabeza y me abrazó, me estrechó en sus brazos como si tratara de pasarme toda su fuerza y energía, como si con ese abrazo pudiese reparar todos los males en mí. Y en realidad, algo así se sentía. Suspiré con el corazón en la mano, podía decir que me sentía bien, que aquello lograba tranquilizar mi alma, que me daba fortaleza... Pero, me rehúsaba a la idea de sólo estar bien cuando él estuviese conmigo.

- Tranquila, lo importante es que estás aquí... Respirando aire fresco. - Sonrió y me dio un beso en la frente, sentí tocar el cielo con un suspiro. Me estaba aguantando las ganas de llorar. - Sólo permíteme...

Arrugué el entrecejo extrañada cuando lo vi agacharse frente a mí, sus manos se dirigieron a mis piernas y aquello realmente me desconcertó, sentía que los nervios y la tensión no me dejarían pensar. Pero luego, tomó mis pies y con cuidado me quitó las botas, haciendo que tocara el agua con mis dedos antes de que cualquier pensamiento pasase por mi cabeza.

- Tenías razón, está riquísima.. - Le dije al sentir el agua fresca con mis pies. Se sentía muy bien.

- Me perdonarás por no acompañarte en tu relajante sesión de pies.. Pero este individuo si va a echarse un chapuzón. - El rió divertido señalando el pozo, y yo al tiempo movía mis pies dentro del agua, aquello lograba hasta destensionar mi cuerpo, y aliviar un poco el dolor de mi pierna. Yo sonreí igual, no podía negar que en esos momentos Jose Miguel estaba dándole un poquito de color a mi vida.

- Y te estás tardando. - Le dije al ver como aún no se metía al agua. Rápidamente se quitó su camisa, y sus pantalones. Bajé la mirada.

- Claro que no, mirame. - Subí la mirada al escucharlo, y me di cuenta de que ya estaba dentro del agua. Disfrutaba como un niño, y aquello me hacía feliz.

*

Bárbara estaba en el estacionamiento de la empresa, trataba de caminar rápido huyendo de las insistentes y fastidiosas preguntas de Franco, pero él parecía no darse por vencido y estaba apunto de alcanzarla.

El hombre corrió rápido y la sujetó del brazo impidiendo que se fuera.

- Espera...

- ¿Qué demonios quieres? Ya te dije todo lo que querías saber... - Bárbara volteó y se safó de él con fuerza, para después empujarlo. - No estoy de ánimos.. Me tienes harta.

- Parece que nunca estás de animos.. - Dijo él con un tono de ironía; Burlándose, e ignorando lo último que ella dijo, cosa que molestó muchísimo a Bárbara. En la oficina gracias a él había recordado la tortura a la que Artemio la sometía, ya a Gonzalo había tenido que darle explicación de sus cicatrices, y no quería hacerlo nuevamente, menos con Franco.

La pelinegra dejó ver un gesto de rabia e inmediatamente lo abofeteó. Estaba llena de furia, de resentimiento, podía sentir como si aquellas varas de hierro quemaran nuevamente su piel.

Parecía estar atada al fuego como si de una maldición se tratara.

Para su sopresa, Franco no reaccionó como otras veces, ni como ella esperaba que lo hiciera. Su mirada era diferente, como aquella vez que le había exigido decirle el paradero de Liliana, estaba furioso y se lo dejaba ver. Fue entonces cuando sintió sus manos sobre su cuello, apretando con firmeza e ira, no lo vio venir.

- Sueltame. - Exigió. Pero él la estampó contra el auto.

- ¿Sabes qué? Yo también me estoy hartando de ti, de tu falta de empatía, de tu maldad, de tu cinismo... - Decía el hombre entre dientes, estaba histérico. - Me estoy cansando de siempre tener una buena disposición...

Ella interrumpió cansada e igualmente histérica.

- Sueltame, maldita sea! - La ojimiel empezó a toser.

- Si no fuera por Liliana... No sabes cuantas ganas tendría de acabar con todo esto, contigo! - Gritó sin pensar.

Bárbara estaba sudando frío, no captó bien sus palabras porque ya se sentía mareada y algo desvanecida. Las manos gigantes de Franco obstruían el paso del aire, y ya ni siquiera pudo hablar.

Su mano se dirigió a su bolsa, buscaba su arma... Tenía que defenderse de ese barbaján al precio que sea, pero cuando quiso agarrarla, ya él la había soltado. Inhaló tratando de tomar todo el aire, tosía sofocada, y dejó caer su revólver en el suelo.

Franco vio como la enorme arma con silenciador caía a los pies de ella, miraba con indignación, pero a la vez decepcionado de si mismo, no podía creer lo que había sido capaz de hacer, sentía que no debía ponerse al nivel de ella; Él no era un asesino.

- ¿Qué esperas.. para hacerlo? - Escuchó decir a la hiena con voz cansada. - Acaba con todo esto de una vez, no sabes el favor que me harías..

Franco la miró incrédulo, pensando que nuevamente se estaba victimizando. Negó con la cabeza.

- No vale la pena.. - Miró a la mujer por última vez y se dio vuelta para irse, dándole la espalda.

Pero inesperadamente se volteó curioso, y con el ceño fruncido. Caminó acercándose a pasos agigantados a Bárbara, mirando como recogía su revólver del suelo. Imaginó lo peor, que ella seguramente lo quería matar, y vengarse del momento tan angustiante que le había hecho vivir. Tenía que evitar que tocara esa arma.

Fue justo durante ese pequeño lapso de tiempo, en el que todo se volvió negro para Bárbara. Y no supo más de sí misma.

Veneno en la sangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora