Capítulo 18

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Un médico había entrado a la habitación de Valentina, José Miguel observaba muy pendiente de todo, quería saber cómo estaba ella y sí ya habría despertado. Tenía que verla.

Estaba tan angustiado que sentía que le costaba respirar, no soportaba el sólo mirarla a través de aquel cristal, tan frágil y herida, quería acercarse y darse cuenta de que esa era su Valentina, la que amaba, la que estaba enamorada de él. Porque la mujer que observaba desde lejos, sólo parecía ser un compendio de lo ella era.

- Parece que abrió los ojos... ¡Valentina despertó! - Gabriela se paró y miró hacia los que la acompañaban, haciendo que ellos se alarmasen. Veían al médico en apuros dentro del cuarto de UCI, tratando de tranquilizar a la mujer que acababa de despertar, pero ella como hace unas horas, tuvo otro ataque de histeria.

El doctor corrió en busca de enfermeras, dos de ellas acudieron a su ayuda, entrando en la habitación para tratar de remediar la situación.

- Dios mío, ¿Qué estará pasando? - Preguntó Alonso desesperado.

- Tal vez lo mismo que hace un rato... - Respondió en voz baja Gaby. - Pero no quiero que la sigan sedando, eso no le hace bien.

Doña Isabel seguía hecha un mar de lágrimas.

Y en ese momento, José Miguel se atrevió a entrar en el lugar.

Pov Valentina

No quería estar ahí, me estaba asfixiando el olor a cloro y esas paredes blancas. Me estaba enloqueciendo el molestoso ruido del electrocardiograma, prefería que quedara en una línea recta y mi martirio acabara. La ansiedad comenzó a hacer estragos en mi al ver tantas cosas pegadas a mi cuerpo, tantos cables, tantas vendas, y esa cosa en mi nariz que me resultaba tan fastidiosa. Me puse mucho peor al verme con esa ropa genérica de hospital, e imaginar que me habían tocado, y todo lo que habrían visto; Me sentía mucho más terrible de lo que ya estaba. Con ira y dolor arranqué todos esos aparatos de mi cuerpo, no quería tener eso metido en mi piel, me dolía, y me recordaba mi tragedia una y otra vez.

- ¡Señora por favor calmese! - Vi un hombre acercarse a mi, deduje que era un médico.

- ¡Quiero largarme de aquí! ¡Quiero ir a mi casa! - Arranqué aquel cable de mi muñeca, no pude evitar gemir de dolor. Pero ya no podía seguir ahí. - Prefiero morir en mi hacienda.

El médico me sujetó de ambos brazos mientras pedía auxilio a sus compañeros. Yo me sacudía tratando de safarme de él.

Como aquella vez.

... ¡Suelteme! ¡Ayuda!

Un par de mujeres entraron y me sujetaron con mucha más fuerza, evitando que me siguiera lastimando, seguro pensaban que estaba loca, y que había perdido la razón. Pero sólo estaba dolida, furiosa, y traumada. Deseaba con todas mis fuerzas estar tranquila en mi habitación, sin tanta gente desconocida a mi alrededor.

- Valentina...

Escuché esa voz, esa voz que estaba soñando desde hace días, aquella tan serena y pacífica, tan bonita. La voz que hubiese anhelado que me rescatara, la misma que había deseado que me amara, pero ambas cosas las había hecho yo sola. Lloré compulsivamente, no sabía si era emoción, tristeza, o desespero, pero las lágrimas que humedecían mis mejillas parecieron tranquilizarme.

- Bonita. - Sentí como me derrumbé en menos de un segundo, y el médico dejó de sujetarme, las enfermeras hicieron lo mismo. Quería saltar a sus brazos, aunque ahora hasta a él me tuviese pánico.

Vi como se acercaba con sus ojos húmedos, y enrojecidos... Había estado llorando, ¿Por mi? En su rostro pude leer la tristeza y la angustia que sentía en ese momento, y a pesar del gran dolor que yo sentía, también me afectó verlo tan mal. Me dolieron sus lágrimas, me dolió su dolor.

Veneno en la sangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora