Capítulo 24

384 54 31
                                    


- Sólo creo que Alonso está usando a su hijo para acercarse a ti... - Dijo una voz masculina acercándose a Valentina. - Y eso es muy bajo.

Ella lo miró sin parpadear, estaba atónita con lo que había escuchado, y no le gustó para nada. ¿Cómo podía insinuar eso? Se preguntó.

- ¿Y si así fuera qué? - La castaña se sentó sobre la cama y le preguntó en un tono de voz alto, casi gritando. - Si Alonso está pendiente de mi ese es su asunto, no significa que yo le vaya a hacer caso...

- Lo mismo decías de Rosendo y mira lo que pasó. - Jose Miguel le miró con algo de rudeza, estaba celoso, y enojado. El sólo ver como ella había estado sonriendo y charlando con ese hombre, como si nada hubiese pasado, le molestaba muchísimo.

Valentina se quedó en silencio, había sentido como si una daga atravesara su pecho, nunca imaginó que él fuese tan indolente, e insensible. Sus palabras habían dolido mucho, sobretodo porque parecía reprocharle lo que había sucedido, y de algún modo culparla. La mujer ojimiel le miró con ira, y algo de resentimiento, pero rápido su mirada fulminante fue reemplazada por un mar de lágrimas. Fue todo en cámara lenta, como si se tratase de un poema que iba de la rabia, a la decepción, para luego finalizar en versos de tristeza.

Apretó sus ojos húmedos, y también sus manos. Él no podía siquiera imaginar lo que por su mente estaba pasando, lo mal que sus recuerdos la estaban tratando, la tortura que sentía al ver esa imagen en su cabeza repetirse una y otra vez.

- ¡No! - Gritó aún con los ojos cerrados y las manos en la cabeza. Jose Miguel la miraba desde el marco de la puerta, ignoraba lo que ahora ella estaba recordando.

- ¿No que? ¡Es la verdad! - Gritó aún más enojado. - ¡Por culpa de ese miserable perdimos a nuestro hijo!

- Un bebé que ni siquiera sabíamos que existía, ¡Qué tú no sabías que existía! - Ella trató de hacer un esfuerzo sobrehumano para mirarlo, pero se le hacía complicado. Su mente estaba perturbada. - Porque te fuiste... Y nunca más volviste a comunicarte.

- ¡Porque quiero un mejor futuro para ambos! ¡Te dije que volvería!

- ¡Yo no necesito que nadie asegure mi futuro, ese ya lo tengo asegurado desde que nací!

- ¡Pues que privilegio! ¿No crees?

Ella negó con la cabeza, le miró reacia.

- Volviste sólo por lo que pasó... - Dijo un poco más calmada. - Porque te aseguro que si nada hubiese sucedido, tu en estos momentos no estarías aquí, no me hubieses visto la cara, y seguro yo tendría a mi bebé sola.

Él la miró con algo de asombro y decepción, no sabía que pensar, no sabía que había dicho. Pero sólo quería salir de ahí.

*

La luna iluminaba aquella habitación tranquila, en donde una mujer empezaba a despertar. Eran aproximadamente las 8:00 de la noche, y Bárbara aún no se había aparecido por su casa. Tenía que irse.

Miró a Franco, quien dormía a su lado, se vistió, y salió de allí.

Le dolía un poco la cabeza, había tomado mucho vino, al igual que él, seguro al despertar no se acordaría de nada, y agradecía eso. Así como también el hecho de estar más lúcida que él.

Su mente aún estaba en blanco, no podía digerir nada de lo que había sucedido, todavía se preguntaba si era real, o sólo lo había soñado.  Porque no podía negarlo, Franco era el tipo con el que cualquier mujer soñaría, y ella no era la excepción.

Sonrió con satisfacción al saber que probablemente ya lo tendría comiendo de su mano, había sido tan fácil seducirlo, y hacerle caer. A Bárbara le resultaba como todos los demás hombres, se vuelven idiotas por un par de pechos. Y aunque fuese más inteligente, y un poco más intuitivo, al final era igual que los hombres con los que había estado.

O eso creía.

- Pienso tantas cosas que creo que ya estoy loca. - Dijo saliendo de la casa, dándose cuenta de que todo a su alrededor estaba solo y lúgubre. - ¡Pero si sólo son las 8:00 de la noche! ¿A donde está la gente?

Las Ánimas quedaba un poco retiradas de la ciudad. Aquello no lo había recordado. La pelinegra avanzó un poco más hacia afuera, sacó su teléfono y le marcó a un taxi de sitio.

Que estúpida, estoy buscando que me roben...

La mujer guardó su móvil con temor a que de pronto apareciera un asaltante. No sabía que hacer, no tenía su camioneta, no podía regresar a dentro, y por obvias razones no podía llamar a su marido, sólo le quedaba una opción.. Justo cuando iba a marcarle a una persona de su entera confianza, sintió unos brazos aprisionarla por la espalda, acariciar sus caderas, y frotar sus brazos, antes de que el miedo pudiese invadirla, reconoció el olor de aquella persona al instante. Y se volteó para verlo.

- ¿Eres idiota? Casi me matas del susto. - Bárbara miró a Franco con rabia, pero poco a poco su mirada se fue ablandando. - ¿Qué haces aquí? ¿No estabas durmiendo?

Él sonrió un poco tranquilo, y dormilón. Era evidente que acababa de despertarse.

- No te sentí en la cama..

Bárbara frunció el ceño.

- Ya me tengo que ir, ¿Qué quieres? ¿Qué me quede a velar tu sueño? Niño? - Preguntó burlándose, y con algo de ironía.

- Tal vez.. - Por la cabeza de Franco sólo pasaba el recuerdo de Bárbara en sus brazos una y otra vez, pero sabía que no podía dejar que aquello lo desconcentrara de sus fines. No iba a dejar que esa mujer lo moviera como un títere.

- No seas ridículo y vete a dormir. - Le ordenó la ojimiel.

- ¿Y dejarte aquí sola? Jamás. - Él pegó sus labios a su cuello y la besó deseoso, no podía mentirse a si mismo, quería tenerla de nuevo.

"La hiena" quiso caer en la tentación, quería quedarse ahí con él, y hacerle el amor hasta que ambos se quedaran sin fuerza. Pero no podía, no podía cambiar sus planes, y no podía ir más tarde a la hacienda. No quería darle explicaciones al chocho de su marido.

- Me tengo que ir señor Santoro, lo veo mañana... - Bárbara miró a Franco con una sonrisa de lado. - Espero que duerma bien.

- Pero... ¿Cómo te vas a ir?

- Eso lo arreglo yo.

Veneno en la sangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora