Capítulo 57

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¿Por qué había cerrado la puerta de aquel lugar?

¿Acaso ella también quería que sucediera aquello?

Valentina aseguró la puertecilla de uno de los cubículos del establo, uno que estaba vacío. Se giró hacia Jose Miguel sonriéndole tranquila mientras él se acercaba a ella y la atrapaba en sus brazos, sin desperdiciar ni un segundo de tiempo.

- Te extraño.. demasiado... - Susurró antes de invadir su boca, y llevar sus manos osadas hasta debajo de la blusa de ella.

- Lo sé. - Valentina hizo sus manos hacia atrás del cuello de él, deslizándose luego por su espalda marcada y dura. Estaba decidida, estaba entusiasmada.. Mucho.

- Es mucho tiempo bonita. - Dijo deshaciendo los botones de su camisa, mientras la cercaba contra la pared con un poco de fuerza. Ella seguía acariciándolo con la delicadeza que la caracterizaba. - No sabes cuanto he deseado esto.

- ¿Ah sí?

- Si.. - Tiró la camiseta de ella al suelo, dejándola ataviada sólo con el sostén. Volvió a besarla con fuerza, sus manos se fueron a las caderas femeninas, luego subió hasta su cintura, hasta llegar a sus pechos y meterse debajo de la tela de la prenda. Valentina gimió bajo. - Demasiado.

- Si continúas así, no creo poder responder... - La castaña se acercó hasta sus labios para besarlo, aprovechando que sus manos jugaban con ella. Volvió a soltar un gemido, esta vez en su boca.

Desabotonó la camisa del hombre con prisa, y luego la tiró lejos. Rápidamente se llevó las manos hasta su espalda, liberándose del sostén y quedando completamente descubierta del torso hacia arriba. Lo abrazó, fuertemente, sintiendo sus pieles juntarse, sintiendo como su piel se erizaba al hacer contacto con la frialdad de sus músculos, y como él la abrazaba también hundiendo su cabeza en el cuello de ella. El momento pareció una eternidad.

- Extrañaba demasiado estar así.. - Susurró él en su oído, llevando las manos hasta su cintura.

- Yo también. - Confesó Valentina deslizándose entre su piel y ahora besando su pecho. - Te adoro.. Mi cielo.

Sus palabras derritieron al hombre junto a ella, y es que siempre le había resultado placentero escuchar cuándo lo llamaba así. Literalmente como el mismísimo cielo, igual o más excitante que estar en ella, se sentía en la cumbre de su enamoramiento, sentía que ella lo amaba.

Sintió a la castaña abrir sus pantalones, escrudiñar entre su ropa interior, descubriendo que él estaba más que prendido. Dejó que ella lo tocara, explorara, y detallara cada centímetro de su piel con sus manos femeninas. Era tan delicada con él, tan suave, le devolvía las caricias una a una y de la misma manera devota como le acariciaba él.

Volvió a sus labios y le besó esta vez más calmada, enamorada, con aquella voz ronca y ardiente de deseo. Haciéndole sentirse suyo, y en disposición de lo que ella quisiera hacerle.

- Te amo.. - Dijo mirando sus ojos. - Y me encanta saber que también tu amor me pertenece..

- Mi amor, mi alma, mi vida... Todo es tuyo. - Él se perdió entre su cálida mirada café, brillante, profunda, y por fin... Tranquila. - Mi dueña, eso eres.

- Que bueno que lo tengas claro, mi cielo. - Sonrió, soñando que ese momento jamás acabara

*

En la casa de Franco Santoro, este arrastraba sus pasos hasta su habitación luego de haber hecho unas cuantas cosas del trabajo en su oficina. Estaba cansado. Se asomó al cuarto viéndola a ella ahí, dormida, tranquila y plácida, ¿Por qué lucía tan delicada cuando dormía? Tan angelical, tan frágil. Pero sobretodo algo empezaba a martillarle la cabeza, ¿Por qué empezaba a nacerle el deseo de verla en su casa todos los días de su vida?

Veneno en la sangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora