Capítulo 37

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Dos semanas transcurrieron desde aquel día en que Bárbara y Valentina se habían visto frente a frente por primera vez, definitivamente había sido un día lleno de emociones de todo tipo, sorpresas, y hasta confesiones. Pero ahora todo había mermado, y parecía volver a la tranquilidad. Valentina visitaba algunas veces las instalaciones de Lactos para finiquitar lo del negocio, y se había acostumbrado a la idea de ver a aquella mujer igual a ella cada vez que iba.

También trató de volverse más cercana con ella.

Bárbara por su parte estaba más calmada, pero sabía que esa calma era peligrosa y en cualquier momento algo denso podría detonar, perjudicando todos sus planes. Había encontrado una especie de consuelo en ella, no sabía que era lo que tenía esa mujer que lograba transmitirle una inmensa paz, a pesar de que a simple vista se notaba que era una persona atormentada, y porqué no.. Llena de odio.

Tan igual que ella.

Sólo que la castaña podía pasarle a otros la paz que ella no sentía. Era una mujer de rostro eternamente contrariado, parecía molesta con el mundo, y odiar la felicidad de los demás, pero también... Era una persona de largos silencios, mirada perdida, y episodios de inmensa calma. Bárbara se sentía abrumada por todo lo que había logrado notar en ella.

Sentía que la presencia de esa mujer en su vida estaba despertando una especie de sensibilidad que sólo se la había logrado transmitir su hija. Pero ahora ella también.

No podía negar que le había calado en el alma encontrarla llorando en el estacionamiento, tan minúscula y desolada, llorando de una forma tan dolorosa que hasta el corazón más duro se desharía al verle. Era como si se estuviera viendo a ella misma, y aquello le dolía aún más.

Valentina sufría en silencio.

Y Bárbara se encargaba de canalizar su dolor a través de los demás.

En estos momento salía de la casa de Artemio, era Martes, y los Martes tenía que acudir si o sí a aquel lugar, aún sin que él la llamara. Tenía su postura igual de altiva y arrogante, caminaba como si el mundo no la mereciera, pero en el fondo se sentía el ser humano más miserable sobre la tierra. Estaba cansada de vivir así, si es que a aquello se le podía llamar vida.

Ahora tenía que ir a la hacienda nuevamente, no era suficiente con soportar a Artemio, también tenía que aguantar a su hermano. Quería llorar como una loca, igual como lloraba esa mujer desesperada y sin consuelo, quería tirarse al suelo y preguntarle a aquel Dios, si es que la piedad existía para ella.

Pero no tenía fuerza para eso tampoco, y Dios muy seguramente le había dejado de escuchar hace mucho, o tal vez estaría decepcionado de ella. Así que siguió caminando hacia la salida de aquel sitio de tortura, en el cual su verdugo esa vez como tantas, hería su orgullo, su integridad, su ser.

- ¿Qué sucede Franco? - Aclaró su voz, y contestó la llamada al ver al remitente en la pantalla del teléfono. Ese tipo también la tenía demasiado confundida.

- Bárbara... ¿Puedes venir a las ánimas? Necesito hablar contigo. - El hombre sonaba preocupado, y ansioso.

- Voy para allá. - Dijo sin ni siquiera pensarlo. Y sin que ella se diera cuenta, una sonrisa quiso aparecer en sus labios.

- Aquí hablamos... - Dijo serio, como siempre. Al parecer ella no era la única aburrida ese día. - Cuidate.

La llamada acabó dejando a la pelinegra desconcertada por esa última palabra, era tan extraño que alguien le dijera eso, pero más extraño aún que se sintiera de alguna forma emocionada por haberlo escuchado. Ya ni siquiera sabía que era lo que realmente sentía hacia Franco, pero sólo una cosa tenía clara... No podía dejar ver nunca su debilidad, menos con él.

Veneno en la sangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora