Capítulo 15 - Depresión

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Cuarta etapa ; Depresión

"A veces pienso que Dios está jugando a un pequeño juego conmigo, mirándome desde el cielo, riéndose e intentando ver cuanto puedo aguantar"

.

Valentina estaba recostada en su cama, tenía puesta su pijama, estaba en medio de la soledad, así lo había querido y así sería. No quería ver a nadie, no quiera escuchar a nadie, estaba tan cansada de todo, de todos, sólo ansiaba verlo a él... Pero sabía que era imposible. Sus bellos ojos miel empezaron a llorar, estaban hinchados y rojos, esa era su nueva realidad, llorar y llorar.

Sentía que la vida poco a poco se le estaba yendo de las manos, que su alma pronto abandonaría ese cuerpo, tan herido, tan maltratado. Y debía ser sincera, realmente eso era lo que deseaba. Pero antes deseaba ver a su amor, aunque sea por última vez.

O aunque sea para aferrarse a la vida.

Sus familiares insistían en llevarla a un hospital, pero ella prefería estar ahí, en su Hacienda, en su habitación, esperando lo que ya era un hecho.

Rememoraba tantas cosas bonitas, cosas que la tranquilizaban, que le daban un poco de color a su pálida tez. Sonrió recordando a José Miguel, él era tan especial, tan maravilloso, tan él... Quería imaginar que estaría haciendo ahora, en donde estaría, ¿En su trabajo o en algún otro lado?, si seguía teniendo ese humor tan bonito, si aún pensaba en ella, o.. Si ya había encontrado a alguien más.

El corazón de Valentina se aceleró, le daba pánico pensar en eso, aunque era una realidad latente. Las lágrimas volvieron a mojar su rostro y la tristeza en ella se volvió más profunda, quería llorar a gritos, hacerle saber a todo el mundo que estaba muriendo por dentro, pero ni siquiera tenía aliento para eso.

Trató de tranquilizarse, quería quedarse con todos los recuerdos que había formado con él, con los sueños que habían tenido juntos, conservaría sus besos, que era lo único que lograba estabilizar su atormentada alma. Imaginó que estaba con él, como aquella vez en la cabaña, que la luz tenue de las velas los rodeaban, que el amor invadía el ambiente. Sintió un regocijo en su corazón recordando la calidez que encontraba cada vez que él la besaba, que la tocaba con tanta suavidad, él la adoraba, y se quedaría con el recuerdo de su amor para siempre.

Tocó sus labios, había logrado de alguna manera encontrar la paz que tanto anhelaba, estaba sonriendo, y eso era bueno. Pero tan pronto como aquella tranquilidad había llegado, rápido se esfumó, cuando empezó a recordar otros labios sobre los suyos, otra boca que no era la de Jose Miguel, otras manos que no la acariciaban con amor. Sólo con necesidad y violencia.

Abrió los ojos como si estos se fueran a salir de sus cuencas, y su ritmo cardíaco se salió de control.

- ¡No! ¡No! - Negó repetidas veces mientras desesperada sacudía su cabeza y apretaba sus ojos para no ver lo que su mente proyectaba.

Golpeó el colchón con sus manos una y otra vez, estaba lastimando sus heridas de nuevo, las cuales ya habían sido limpiadas. No le importaba el dolor que sentía, lo único que quería era desahogar su ira e impotencia hasta que ya no tuviese más fuerza. Gritaba negando una y otra vez, la desesperación la comía viva, así como las llamas que habían consumido a su verdugo.

- ¿Por qué? ¿Por qué? - Gritó mucho más fuerte, y levantándose de la cama sofocada, corrió como pudo hasta el baño. Encontrándose con su desconocido reflejo. - ¿Por qué a mi?

El vidrio del espejo estalló en mil pedazos y ahí fue cuando todo se tranquilizó.

Todo había acabado.

El estruendo precedido por los gritos habían alertado a toda la gente que estaba abajo, y a Gabriela que estaba a tan sólo un par de habitaciones.

Don Ernesto y Doña Isabel corrieron por las escaleras, esta última venía vuelta un mar de nervios y lloraba desconsolada, imaginando la histeria de su sobrina. Gaby se los encontró en el pasillo y los miró con preocupación.

- ¿Escucharon eso? - Preguntó.

- Si, creo que es Valentina. - Dijo la señora hecha una María magdalena del llanto. - ¡Mi sobrina no puede seguir así!

Ivana se asomó por una de las puertas, había escuchado todo, y sinceramente no sabía que sentir.

- ¿Qué es lo que pasa?

- Tu prima está encerrada en la habitación, y se escuchan muchos golpes y gritos allá dentro. No sé que hacer. - Dijo Isabel rendida, y con ganas de echarse al piso desesperada.

- Hay que sacarla de ahí y llevarla inmediatamente a un hospital. - Don Ernesto avanzó hasta la habitación de Valentina, e ignorando su avanzada edad, forzó la puerta intentando abrirla.

- Voy a buscar a Alonso. - Dijo Gabriela.

- Llámalo para que lleve a Valentina al centro de salud. - Don Ernesto tumbó la puerta y entró rápidamente en la recámara, encontrándose con un desastre.

Las mujeres entraron y no vieron rastro de la dueña, sólo una cama desordenada, y manchada de sangre.

- ¡Dios mío! ¿Donde está Valentina?

- ¿Y si se lanzó por el balcón? - Ivana esta vez no lo dijo a modo de burla, pero el comentario incomodó a todos los presentes.

- ¡Cállate! - Le gritó la maestra, y miró hacía el baño. - ¡Valentina!...¡Allá está!

Todos corrieron hacia donde Gaby señaló.

- Valentina, despierta por favor... - Dijo casi en un susurro su tía, apunto de desmayarse.

El vidrio estaba roto totalmente, y el puño de la ojimiel, sangrante y destruido. Pero no sólo eso, la herida de su pierna volvía a sangrar y ya se estaba estaba hinchando, la hemorragia seguía, y la mujer estaba perdiendo el pulso.

Valentina se vio cojeando, sentía un leve dolor, ya no tanto como antes, tampoco sangraba, se sentía bien. Se sentía libre, libre de traumas, de dolores, de todo. No sabía si era un sueño, o si había muerto. Pero era muy extraño... Se acercó un poco más a aquella luz, y fue entonces cuando se encontró a su nana, Benita estaba ahí, y le sonreía.

Corrió con dificultad hacia ella y tomó su mano.

- Ay nana, por fin llegué. - Dijo, suspirando para luego sonreír. - Pensé que nunca lo haría..

- Mi niña, no deberías estar aquí.

- No, yo quiero estar aquí... Contigo, y con ellos. - La mujer se sentó al lado de su nana, y recostó su cabeza en sus piernas. - Lo esperé con ansias.

- No Valentina, tu no puedes estar aquí. - La forma tan sería y fría en la que Benita le habló, le causó temor.

De pronto, la mujer desapareció dejándola sola y preocupada. Todo se había vuelto oscuro, y frío, se sentía perdida y hasta un tanto miedosa. No sabía que hacer, hasta que su reflejo apareció nuevamente ante ella.

Como en el espejo que había roto.

Pero era diferente, su mirada era diferente, su cabello también lo era. Era como si fuese ella misma, pero de una manera muy distinta. No le gustaba esa Valentina de mirada fea y oscura, negra y densa, al igual que su cabello.

Pero ella le tomó la mano, y la envolvió en una oscuridad irremediable.


Veneno en la sangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora