Capítulo 38

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En la habitación principal de la casa de Franco, estaba Bárbara mirando por la ventana, el sol empezaba a esconderse entre las nubes. La mujer dio un largo suspiro mientras pensaba que una vez más, había defraudado a Franco.

Ya ni siquiera sabía que era lo que le pasaba, y aquello la empezaba a desesperar, de repente sentía una angustia extraña, algo externo a ella que lograba afectarla, y como siempre.. Terminaba alejándose de él. No quería eso. La pelinegra tenía su blusa en la mano, la apretaba con algo de presión, de nuevo quería llorar.

De pronto sintió unas manos rodeando su cintura descubierta, unas manos grandes y tibias que con delicadeza fueron a acariciar sus brazos, deslizándose desde sus hombros hasta sus muñecas. Era tan suave, tan sutil, casi imperceptible. Bárbara dejó escapar un par de suspiros tan suaves como la seda del blusón que tenía sujetado en la mano. La cabeza de Franco se metió entre su cuello y clavícula, inhalando su perfume tan fascinante y encantador, era un aroma que le pertenecía sólo a ella, y que lograba enloquecerlo.

Definitivamente había perdido la cabeza por la que se supone era su enemiga, y ya no había marcha atrás.

Estaba enloqueciendo por una mujer que había sembrado un odio terrible en su corazón desde hace mucho años, y una sed de venganza implacable. Ahora sólo dos cosas pudieron haber sucedido, o su odio se incrementó, o sólo se transformó.

O tal vez murió.

El hombre empezó a besarla sobre la clavícula con mucha suavidad, mientras sus manos seguían acariciando los brazos descubiertos de Bárbara. Llegó hasta sus manos, entrelanzando sus dedos con los de ella. La mujer le apretó las manos.

Franco se hizo frente a ella, la observó reparando hasta el mínimo detalle, aún no dejaba de acariciar sus brazos.  Bárbara se veía muy diferente a como había llegado, tenía la cara lavada, y su melena negra caía en frente de ella alcanzando sus pechos. Sus ojos sin aquella sombra oscura ahora parecían verse más claros, su piel más tersa; Parecía una mujer distinta.

Parecía realmente un ángel.

- No me mires tanto que me vas a gastar. - Le dijo ella mostrando una jocosidad natural que nadie jamás le había visto.

Franco soltó una risa negando con la cabeza.

- No se que es lo que siento.. A veces estoy tan confundido. - Se sinceró él. - Pero creo que no puedo estar lejos de ti.

Bárbara cambió su postura afable a una totalmente seria, lo soltó y se alejó de él, dejándolo más confundido. Detestaba que se atrevieran a mentirle en su propia cara.

- ¿Qué pasa Bárbara? - Él corrió antes de que la mujer se fuera, tomándola por el brazo.

- ¡Sueltame! - Gritó la pelinegra quejándose, no sabía que estaba pensando Artemio al dejarla marcada por todos lados. Temía que él sospechara de la existencia de un amante.

- ¿Por qué te comportas así? - Preguntó agarrándola por el otro brazo pero con más suavidad. - Por Dios.. ¿Ni un momento de paz podemos tener?

Ella se quedó callada, y empezó a ponerse su blusa, abotonándola con prisa. Pero Franco fue ágil, y tomando sus manos hizo que ella se detuviera, la volteó dejándola frente a él.

Y antes de que la pelinegra pudiera objetar algo, la besó.

La besó sin mucha prisa, con una delicadeza extraordinaria y sublime, como si quisiera grabarse esos labios en su mente para siempre. Ella, a pesar de que en un principio se resistió, terminó por aceptar la calidez de los labios masculinos, y rodeó la nuca de él con su brazo.

Veneno en la sangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora