2- Angelie

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Angelie

Veo a mi madre como todas las noches bailar en un tubo de piso a techo, me parece divertido que sepa todas esas acrobacias, se supone que debo estar en el camerino de mamá, ella es la única que tiene camerino para ella sola, mientras las demás sólo comparten otro cuarto, la veo terminar su función y recoger los billetes que tiran al suelo, Jenn McGuire es mi madre y su trabajo es bailar en un club, mi parte menos favorita es  cuando los clientes la toquetean, a ella no le gusta sin embargo dice que le pagan más y se deja, pero sólo un poco.

—¡Eh! ¿qué haces aquí niña?— Me pregunta un hombre que tiene la camisa por fuera y una corbata torcida, huele bastante mal y está a dos metros de mí— no sabía que Kino había contratado empleadas tan jóvenes.

—No soy una empleada— replique molesta.

Mami siempre me decía que era muy contestona para mi corta edad de 5 años, bueno casi 5, pero sólo faltan dos meses para eso, sin embargo no me importaba, ese hombre de aspecto espantoso me dijo empleada de una manera muy fea, que no me gustó.

— Pues de igual forma te voy a probar, tal vez si estás bien rica como te ves le pague a Kino más por ti y te llevaré a casa.— El hombre se lamia sus labios de manera asquerosa y me sobrevinieron unas arcadas.

— ¿ Angie, qué mierdas haces aquí? — me pregunta Lucie con cara de pánico en su voz a modo de regañina.

— Yo-yo sólo quería ver a mami bailar — me explique mientras me alejaba del hombre asqueroso y me acercaba a Lucie la mejor amiga de mamá.

— Nena, vamos de vuelta de donde te escapaste antes de que tu madre te vea.

— ¿A dónde te llevas a esta muchacha? La voy a catar primero — asegura el hombre.

La mano de Lucie apretó mi hombro muy fuerte y hice una mueca de dolor más no me queje ya sabía que había metido la pata, mami me iba a castigar.

— ¿Qué sucede aquí? — llegó un hombre barrigón que estiraba los botones de su camisa parecían que iban a explotar, su mirada recayó en mí y sonrio de manera extraña — Angie, ¿qué haces fuera de tu santuario?

Los adultos a veces decían palabras que no entendía muy bien.

— Caballeros, reunidos y no me invitan — llega mi madre con una especie de sostén brillante y un diminuto short dorado, su afro adornada su rostro que tenía un pesado maquillaje—¡ Angelie! ¿ qué haces aquí?

— Ya la llevaba de vuelta — me defiende Lucie.

Mi madre se ve tensa, pero su rostro es estoico, aunque conozco bien a mi mamá a veces no se en que piensa.

— Sí, ya me iba — intenté ser educada.

— No te vas a ningún lado — me señala Kino con su regordete dedo— tu pequeña anda por caminando fuera del camerino y ese no fue el trato.

— No volverá a pasar — aseguró mi madre regalando una mirada fría y molesta, Lucie me veía preocupada — Lucie, llevate a Angie luego hablamos ella y yo y los caballeros.… —Lanzó una mirada extraña 
— A ustedes les doy un baile privado.

— Siempre complaciente.

Lo último que vi mientras Lucie me llevaba de vuelta fue a esos hombres agarras el trasero de mi madre mientras ella bamboleaba sus caderas en un vaivén seductor.

Me desperté sudando y aturdida, odiaba soñar con estas cosas, siempre era lo mismo, estaba cansada de tener estos recuerdos en forma de pesadillas que derrumban mi niñez, era tan ingenua que no sabía realmente lo que esos hombres querían y el peligro que corriamos mi madre y yo.

Al día siguiente las cosas no mejoraron, el que tuviera pesadillas no lo mejoraba nada, preferí levantarme  he irme hacer algo de provecho.

Debía hacer los quehaceres de la casa gracias a Renata mi madrastra y yo lo cumplía sin problemas no le iba a dar excusas para sacarme de la casa, me levanté antes de que despuntara el sol, debía entregar un trabajó final para mi Master, limpie el área del comedor y monte el desayuno con la preferencia de cada uno en mente, pique fruta, bati unos huevos, toste pan, exprimi jugó de naranja y serví, estaba haciendo un poco de comida una tostada para mí cuando Lucía apareció en la entrada de la cocina ataviada con un vestido beige moldeado  a su cuerpo, era delgada, más bajita que yo y pelirroja de teñida, de ojos azules y piel blanca, nariz respingona de quirófano, labios de botox gruesos y la piel tan tirante de tantas cirugías que y casi no sonreía, ella temía horriblemente l envejecimiento y se notaba cada vez que entraba al quirofano.

— Ya me contaron las andanzas de Cenicienta — cantó de forma burlona refiriéndose a mí.

Cuando estábamos a solas me llama ceniciente, frente a mi padre no se atrevía.

La ignore, siempre era mejor ignorarla y seguí a lo mío para irme pronto.

— Revolcandose en la cama de un extraño — Chasqueo la lengua y me tensé por lo cerca que estaba— revolcandose como una prostituta barata igual que tu madre.

— ¡cállate! — grité encolerizada, perdiendo mis papeles— No eres quien para mencionarla.— La señalé con mi dedo.

Es notorio que lo he pasó ayer me afecta, siempre dice esa cosas y siempre optó por callar.

— ¿quién te crees que eres? Sucia perra — golpeó mi mejilla con la mano abierta, su rotro se puso serio y relajado— este es el clavo que necesitaba para tu tumba, querida.

Y se fue, me quedé respirando airadamente, me sostuve del mesón de la cocina tratando de calmarme sin querer darle la razón, ella siempre me quiso fuera de esta casa y yo clave las garras en cada pared para no hacerlo. La mejilla me ardía a horrores e ignore el dolor, no merecía la pena, no era la primera vez que pasaba.

Mi padre entró momentos después rojo de ira y golpeó mi otra  mejilla sin siquiera dejarme decir nada, mi corazón latía desesperado por volar lejos de este lugar.

— ¿qué sucede contigo?— Gritó como un ogro, jamás me había tratado de esta manera, sin embargo lo de ayer marcó un antes y un después— te di todo y así me pagas, siendo una golfa que e cuesta con quien sea y una grosera con tu madre.

Su acento se hacía más espeso cada vez que me gritaba y yo sólo pude llorar impotente, no por que no pueda defenderme; que puedo hacerlo, sino por que se que no sería útil.

— Debo irme voy tarde — balbucee a punto de un colapso sino salía de allí casi corriendo sin darle tiempo a replicas.

Salí corriendo y me monté en mi moto, era mi bebé, la compré luego de ahorrar por un año entero mi salario, era una suzuki intruder, me coloqué mi casco, encendí mi moto saliendo mientras dejaba marcas en el paviento, mi moto un pedacito de libertad que tenía en esta jaula de cristal al que llegue luego de que mi madre muriera de esa manera tan inesperada para mí.

Escapando del jefe de la mafia Donde viven las historias. Descúbrelo ahora