Ignati
Al llegar al lugar del encuentro, Nikita me asegura que mis hombres están rodeando el lugar y que estaba cubierto, sé que todos mis soldados iban a dar la vida por mí.
—Bien, acabemos con esto —le dije a Nikita.
Ella estaba vestida de manera cómoda para poder moverse por los techos, yo usaría la puerta principal, no necesito más.
Ya ellos habían llegado cuando yo me estacioné, mi conductor Andreas se estacionó de una manera que los otros autos no tuvieran salida
Caminé de manera sigilosa con dos hombres a mi espalda y uno de ellos era Mikhail, quien había vuelto y me negué a hablarle hasta terminar todo este enrollo, al fondo del lugar veía a mi camión y la mitad estaba abajo, dos hombres seguían descargándolo mientras Horacio, el conductor hablaba con dos tipos y uno de ellos era Bernardo Mancini.
Sabía que era esa escoria, el Don es demasiado cobarde como para enfrentarme, pero Bernardo es muy idiota.
—Buenas noches, caballeros —les di las buenas noches, iban a intentar correr cuando puntos rojos comenzaron a aparecer en sus pechos.
—¿Me vendiste maldito idiota? —preguntó Mancini al conductor, Horacio.
—¿Qué esperabas? Tienes a mi hija y no sabes dónde está la madre —se queja Horacio molesto.
—No tienes honor ¿estás es la clase de hombres que manejas, Ignati? —se intenta burlas y Mikhail le dio un golpe, un gancho directo en su mandíbula.
—Eres un imbécil al pensar que no notaría que me querías engañar, sospeche primero del Don, pero me dije que no era tan seco de mente como tú y enseguida fuiste mi tercera opción.
—¿Tercera? —indaga arrugando el ceño.
— No creas que no sé de dónde sacaste la información, casualmente solo Luca Grimaldi la sabía — expliqué con una sonrisa apuntándole con un dedo y luego a mi cerebro— luego me encargo de él, pero tú.... tú eres otro cuento, Bernie.
Para empezar nunca me cayó me bien y luego verlo detrás de Angelie no me gustó nada, más sin embargo no sé porque me preocupaba por eso si ella era una recién conocida, solo quiero sacarla de sistema por llegar a mí en ese estado drogada, nunca había necesitado antes drogar a ninguna mujer, el angelito es más un reto que otra cosa y por eso me molesta que Bernardo Mancini se meta donde no le llaman.
—Ese maldito imbécil, me dijo que la fuente era confiable —se veía irritado y en el fondo de su mirada se veía temeroso, debería temer —. allí está tu mercancía, llévatela y déjame en paz.
—¿Crees que te dejaré ir así no más? —cuestione —se nota que no me conoces, no me dicen el Rey rojo de gratis.
—No seas idiota, desatarías una guerra —intentó hacerme razonar.
—Tú robaste mi mercancía no yo, así que no; no comenzaré nada, eso ya lo hiciste tú —saqué la navaja que tenía en mi bolsillo y con unos movimientos la puse en su cara.
El maldito debería morir justo ahora, comencé a cortar su cara mientras dos de mis hombres lo sujetaban, el grito de un llanto enfurecido de un bebé me distrajo y me detuve.
—¿Tienen a la niña aquí? —le pregunte al idiota que se quejaba momentos antes.
Mis hombres se habían llevado al otro italiano que lo acompañaba para "interrogarlo" como ellos quieran.
—¿Qué te importa esa mocosa? — escupe al suelo mientras la sangre cubre la mitad de su rostro, le hice un corte profundo desde arriba de su ceja hasta el pómulo, y pronto continuaré.
—Esa mocosa, como tú le dices, fue la causante de que uno de mis hombres me traicionara, quiero conocerla —me encogí de hombros de manera tranquila, no me gustaba a los niños en medio de estos temas.
Uno de mis hombres venía con la niña en brazos que no dejaba de llorar, Mikhail parecía hipnotizado con el llanto de la pequeña y se acercó a ella, la cogió en brazos como si fuera un balón de futbol y la niña y él se quedaron viendo mientras la nena dejaba de berrear.
En ese segundo de distracción Bernardo comienza esquivar a uno de mis hombres y comienza a correr, se armó una balacera, respondimos al fuego y comenzamos a disparar, minutos después todo había quedado en silencio, uno de mis hombres me había cubierto y le rozaron una bala en el hombro.
—Control de daños — pedí en cuanto le aseguré a Valentino, el hombre que me cubría como un escudo humano que estaba bien.
Nikita apareció desde el techo minutos después con su rifle en la espalda.
—Esta vez casi le disparan dos hombres que estaban escondidos entre las cajas, amo —me notifica la mujer.
—¿Qué más tenemos? —pregunté.
—La madre de la niña está muerta, se nota que abusaron de ella, la niña estaba en otra habitación —me da un reporte otro de mis hombres
Cuando me giro para buscar a la bebé y ponerla en un lugar seguro Mikhail la tenía dentro de su chaqueta de cuero, la niña chupaba el dedo mientras se le quedaba viendo fascinada por que alguien con cara de amargado se le quedara viendo de esa manera tan ceñuda, aun así, la niña de seis meses se veía fascinada de verlo y, tranquila.
—Llévense a la niña —ordene.
—Rey rojo — Horacio me llamó y se arrodilló frente a mí — déjeme despedirme de mi niña, prometo que seguiré cada orden que me den y no me resistiré a mi destino.
—Bien, cinco minutos — me le quede viendo a Mikhail quien se mostró renuente a dejar a la niña, aun así, le dejo la niña en los brazos.
Horacio la abrazo y la arrullo un rato y le susurro cosas a la niña que quería para ella, comenzó a llorar más sin embargo ninguno de mis hombres se burló de eso, la mayoría de ellos tienen hijos y muchos no hubieran tenido oportunidad para despedirse como Horacio, ya esa niña había perdido a su madre y ahora su padre, algo en mí me decía que era un monstruo por dejarla sin padres, pero no podía dejar eso así y dejarlo libre.
Me restaría liderazgo si hago que quede vivo y eso no va a pasar, este trabajo nunca ha sido sencillo, pero es lo que es.
—Gracias, mi señor —Horacio le devuelve su hija a mi hermano.
—La cuidaré —gruñó mi hermano a regañadientes y se alejó con la niña.
—Estoy listo, Rey Rojo —puso una rodilla al suelo y agachó la cabeza.
El chico tenía bastante honor como para entregarse y no huir como el vastago de Bernardo.
—Nikita, llevatelo —ordene—. El resto que busquen a Bernardo Mancini lo quiero vivo o muerto.
Ese malnacido pagará por la estupidez cometió.