59. El pakhan y la Koroleva

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59 Angie

¡Tomasa había venido!
Me sentía tan contenta de poder verla que no me importaba nadie más, ni siquiera la supuesta tía que hizo acto de aparición de la nada
—Cariño, ¿invitaste a Tomasa? —le pregunté a Ignati cuando se acercó a nosotras en la entrada del restaurante.
—No, ángel yo no invité a las lindas mujeres, a ella la reconozco —señala a Tomasa quien inclina la cabeza en señal de reconocimiento mientras Ignati me rodea con su mano poniendo una mano de manera protectora en mi estómago —a ellas dos no, pero por lo visto es la difunta tía que ahora no resulta tan difunta.
—Así es, yo soy Alicia, ahora me conocen como Alicia Vasileva— dijo la mujer levantando el mentón con orgullo— tengo más de veinte años en tus dominios Rey Rojo, mi intención no es causar problemas.
Vio a Ignati con respeto en la mirada firme y sin bajar la cabeza, me parecía admirable, yo aún no lograba eso del todo, el aura de poder que Ignati desprendía te obligaba a obedecerlo aún sin quererlo, por mucho que me guste llevarle la contraria.
—¿Qué hace una italiana en territorio ruso? —Le pregunta Ignati atrayéndome más cerca de él alejándome de ellas un paso.
—Llevo muchos años viviendo aquí y ustedes no lo sabían, yo no soy el enemigo Volkov— le dice segura.
—No estoy muy seguro de eso— asegura él— pero pasen, están invitadas a la cena. Ya están aquí— mi esposo sonrió, pero no de manera amistosa.
—Cariño, veamos que tienen que decir— le dije solo para él y asintió para mi sorpresa— ¿eres mi tía? —le pregunté.
—¡Es una traidora de mierda!, has estado viva todo este tiempo, Alicia— mi padre grita y se levantan de nuevo las armas en dirección a mi padre.
—Cariño, no podemos estar así toda la noche— refunfuñé en voz baja. Se me quedó viendo mucho tiempo y al final resople— caballeros, bajen sus armas a menos que sea estrictamente necesario.
—¡Angelie! —exclamó mi padre furioso.
—Padre, no vas a matar a nadie dentro de nuestros dominios, no le harás daño a tu futuro nieto, ni a nadie si al caso vamos— fui firme con esto, solo quería una tonta cena lo más normal que se pudiera.
—Tú no puedes…— intentó decir.
—Puede y lo hará, y ten mucho cuidado como le hablas a mi esposa— dijo Ignati con voz llana y peligrosa a mi espalda.
Joder eso no debería sentirse bien.
Su esposa.
En verdad lo era ¿no?
Debería usar ese título, él no solo me quería como una esposa florero, me quiere a su lado como su igual y eso le hacía cosas inexplicables a mi cuerpo.
Sorprendentemente mi padre se calló y los hombres bajaron las armas y eso me tranquilizo un poco.
—Llegué a buena hora —dijo Alicia. La que se supone que es mi tía.
—¿Me recuerdas? —preguntó alguien detrás de Alicia y salió para que la viera mejor.
Parpadeé un par de veces, su rostro tenía algunas arrugas, su cabello un tanto canoso, y era delgada… se me hacía familiar.
—Te conozco— afirmé, no era una pregunta, sentía que la conocía.
Era una sensación cálida y bonita cuando la veía.
—Conocí a tu madre —dijo en un murmullo— Jenn McGwire.
Mamá, hace mucho tiempo que no veía a nadie que conociera a Jenn McGwire, hace mucho tiempo que no me doy el tiempo para pensar en la mujer que me dio la vida y que murió tan abruptamente hace tantos años.
—Me parece que está es una conversación para cuando saquemos la basura— dijo Ignati a mi lado en un tono bajo.
—Dejemos está conversación para después —le dije a la mujer.
—Es lo mejor— respondió la mujer desconocida para mí. Aún no me decía su nombre, pero inspiraba confianza.
—Y tú —Ignati señala a mi tía —luego me explicas cómo le salvaste la vida a mi mujer.
—Claro que sí, Rey Rojo— le dijo muy segura con una pequeña reverencia, pero sin amilanarse con las dagas que le lanzaba Ignati con la mirada.
—Tomasa— mi padre luego de ver a Alicia se concentró en mi nana, no dejaba de ver a la mujer que yo le debía todo y que ahora estaba con Alicia, sea cual sea ese motivo debe ser bueno.
—Jean Pierre —respondió Tomasa sin miedo.
—Una mesa más grande— ordenó Ignati.
Varios de sus hombres se levantaron para ayudar a juntar una mesa más, con todo lo necesario, mi suegra estaba callada, viendo a Alicia de reojo cada cierto tiempo, la tensión era latente, pero nadie dijo nada más, para milagro y mi sorpresa Renata entendió las amenazas de Ignati y se quedó callada el resto de la velada.
Bernardo me veía con cara de que quería asesinarme, mientras yo lo ignoraba olímpicamente, está era una cena familiar, él no tenía nada que hacer aquí.
—¿Cuántos meses tienes? —pregunta Bernardo directamente a mi persona.
Me tomé mi tiempo para responder, tomé un sorbo de agua sin dejar de mirarlo y sentí la mano de Ignati en mi muslo.
—Esas son cosas que solo le compete a la familia —respondí despacio— ¿Cómo está Gio Santori?
Sabía los nombres de los hombres más influyentes que mi padre y Bernardo en su mundo, y por lo que oí decir una vez de las sirvientas en la casa de papá me cuentan que a Bernardo no le gusta Gio Santori, lo llegó a llamar el bastardo Santori cuando hablaba con Luca y según las chicas el mismísimo Gio Santori le arrancaría la lengua si lo escucha decir esas cosas. Uno no juega con el rey frío, así como las personas en Rusia saben que no pueden jugar con el rey rojo.
—Está bien, en Italia ocupándose de ciertos… asuntos familiares —contestó con una sonrisita que no me gustó
—Hablé con él hace unos días, está algo molesto —dijo Ignati metiéndose en nuestra charla.
—Así es, según fuentes cercanas muchas personas no están contentas con su… mandato— contestó como si nada.
—Que mal que no es una democracia. La organización Unito ya tiene un rey. No hay más —la respuesta de Ignati fue contundente.
Todos en la mesa estábamos observando su interacción y como una vez más Bernardo se quedó callado.
—La comida está lista— un hombre mayor y con traje nos avisa y enseguida varios meseros comenzaron a repartir la diversidad de platos.
La comida olía deliciosa y era un milagro que no quisiera vomitarla, en cuanto estuvo delante de mí tomé mis cubiertos y probé todo con ansias.
Ya estaba terminando mi segundo platillo cuando Renata decidió abrir la boca.
—De seguir comiendo así vas a engordar demasiado, querida —dijo con desdén y le dio un trago a su copa de vino.
—Siempre puedo operarme, mi esposo no me negaría un capricho, soy la Koroleva después de todo— fue mi respuesta con una pequeña sonrisa bebiendo de mi vaso poco después.
—¡Larga vida a la Koroleva y al Pakhan! —se escuchó decir entre los comensales, que sospechaba ya para ahorita que todos eran gente de Ignati, o tal vez deba decir de nuestra gente.
—¡Larga vida a la Koroleva y al Pakhan! —dijeron todos los presentes al mismo tiempo.
Sentí mis mejillas calientes y una gran sonrisa peleó por dejar mis labios.
Seguimos con la comida hasta que fue la hora de que mi padre se fuera, nos levantamos todos y nos reunimos en un círculo para despedirnos.
—¿Estás segura de este paso? —pregunta mi padre hundiendo el ceño.
—Lo estoy, es el camino que merezco, es el camino que va a cuidar a mi hijo y esta es mi familia ahora, papá— vi el dolor reflejado en mis palabras cuando lo dije, pero era la verdad.
—Bien, nos vemos en otra oportunidad— dijo mi padre alejando a Renata de nosotros.
Luca se me quedó viendo con odio al igual que Bernardo, pero no tuvieron oportunidad de acercarse a mí, dos escoltas detrás de ellos, pusieron una mano en su hombro y los guiaron hacía la salida.
Quedó Alicia, mi supuesta tía, Tomasa y la mujer que no había dicho su nombre, pero sabía que, si había conocido a mi madre, porque mi padre se le quedó viendo en incontables veces sin decir nada, estaba preocupado y un tanto confundido si lo que veía en su mirada era correcto.
—Bien, ya se fueron. Me gustaría que me expliquen que hacen aquí— dijo Ignati siendo todo serio.
—Cariño— le dije bajito.
—No te preocupes, Angelie —dijo Tomasa— venimos porque necesitamos algo que Jenn le dejó a Angie antes de morir.
—¿A mí? —pregunté incrédula.
—Sí, no sabemos que es, pero sabemos que solo tú puede tenerlo, dime, Angelie ¿hay algo que tu madre te dio poco antes de morir? —me dice Alicia.
—¿Por qué mi esposa tendría que entregarles algo? —pregunta Ignati.
—Porque es de suma importancia, has limpiado el lugar ¿verdad? —pregunta la mujer que no se ha presentado.
—¿Y tú eres? —pregunté a la defensiva por como le hablaba a mí esposo.
¿Por qué debo entregar que cosa a nadie?
Si mi mamá me dejó algo es mío y de nadie más.
—Soy Lucie, trabajé con tu madre en el club, te vi crecer hasta que les perdí la pista unos meses antes de que tu madre muriera— se veía que le afectaba la muerte de mi madre.
—¿Lucie? —pregunté saboreando el nombre en mi lengua.
Poco recuerdo de los años en lo que estuve con mi madre, solo recuerdo su sonrisa nítidamente, eso creo que jamás se me va a olvidar.
—Sí, Lucie Torrance —confirmó ella— tu mamá y yo… somos viejas amigas.
—Di la verdad o lo próximo que sepas es que tendrás un cuchillo enterrado en medio de tus ojos— la advertencia de muerte de Ignati surte efecto.
—Tu madre era una espía del SIS, queríamos evitar una red de tráfico de niños— me quedo boquiabierta escuchando lo que la mujer tenía que decir— tu madre desapareció con lo que sea que encontró, así que solo tú puedes tener eso, no sabemos que encontró, pero creemos que tiene que ver con su muerte.
Era sorprendente como Ignati Volkov podía oler la mentira en las personas como un sabueso.
Mi madre de las SIS.
—Mamá murió enferma— balbuceé confundida.
—¿De qué? —preguntó Ignati.
—No… yo… no lo sé, enfermó de repente, un día dijo que le quedaba poco tiempo y que debía ir con papá que allí estaría a salvo.
—¿Y te dio algo? —pregunta Tomasa.
—También eres del SIS— le acusé.
—Así es, niña en cuanto supe que estabas donde tu padre tenía que preservar tu bienestar como de lugar, pero no has respondido, tu madre te dio algo, ¿no es así? —me vio como una sonrisa de una zorra astuta.
—Mi madre me dio algo, pero lo perdí cuando Ignati fue por mí— dije sin decir que era o donde estaba, no le diré a nadie que era eso.
—Necesito recuperarlo, ¿en dónde estabas escondida? —pregunta Alicia con renovado interés.
—Pensé que la habías ayudado— Ignati llevó su mano a su arma en una clara amenaza.
—Solo la dejé escapar, cada detalle que alguien conseguía sobre una mujer de color era pasado por mis manos antes de llegar a cualquier otro, pero ella cometió un error ¿a quien le dijiste donde estabas, Angelie?
—No diré nada, es imposible que esa persona dijera algo— rebatí con terquedad.
—Eso no importa, esta conmigo y está a salvo, ambos lo están— hace alusión a nuestro bebé y siento que me derrito.
—No estés tan seguro, tu organización puede estar podrida por dentro— dijo Alicia con desdén.
—No sé quien eres, así que abstente de tratar a mi esposo como un igual, exijo respeto, sé que has sufrido y siempre quise conocerte, aunque pensé que no tendría la oportunidad, pero jamás pensé que fueras así— le dije preocupada por el cambio en la situación.
No sabía si darle el regalo que mi madre me dio antes de morir a Alicia sea lo mejor, no confío en esta extraña, por mucho que diga que me ha salvado.
—La vida me hizo así, a los hombres no hay que darles tanto crédito, pero tranquila acepto esto porque necesito lo que dejó Jennifer— me respondió tranquila.
—Yo decidiré si te doy el obsequio que mi madre te dio, repito, para mí no eres más que una extraña.
—Me alegra esta visita de improvisto, pero debemos irnos— dijo Ignati tomando mi mano y ya sacándome del lugar.
Nos metimos en una limosina blanca que nada tiene que ver con la camioneta negra blindada con la que vine, entré y dos segundos después Ignati estaba sobre mí.
—Me pones la polla dura cada vez que me defiendes— me dijo mirándome a los ojos y acto seguido besarme.
Le correspondí el beso, con Ignati era así, siempre ibas a su ritmo, se tragó mis gemidos mientras me subía la falda del vestido que llevaba puesto y hacía a un lado mis braguitas para meter dos dedos en mi interior, me separé de él y lo miré a los ojos mientras veía como su brazo tatuado comenzaba a bombear dentro de mí y él se desabrochaba el pantalón con la otra mano.
Sacó sus manos de mi coño y protesté enojada por cortarme mi orgasmo.
—¿Te estás haciendo adicta, esposa? —me pregunta con un tono burlesco— siéntate aquí, en el regazo del diablo.
Sus palabras soeces ondulaban por mi cuerpo y terminaban en mi vientre bajo, hice caso, me senté en su regazo en el momento que alineó su pene en mi entrada, para yo bajar a mi ritmo, que fue lento, la limosina se movía por las calles de Rusia mientras yo rebotaba encima de mi recién estrenado esposo, me bajó el cierre de mi vestido liberando mis pechos sin sujetador.
—Amo estas— tomó ambos senos en sus grandes manos y metió ambos pezones en su caliente boca, dejé salir un ruidoso gemido sin importarme quien pudiera escucharme.
—¡Sí! —dejé salir, brincando más rápido encima de él, sintiendo la cúspide de mi orgasmo muy cerca.
—¿Estás cerca de venirte, angelito? —pregunta a lo que solo pude asentir con la cabeza y gruñí enterrando mis uñas en sus hombros— que el mundo escuche como un ángel es capaz de pecar con el diablo.
Apretó uno de mis pezones entre de sus dedos y el otro lo mordió, me sentía demasiado caliente y mojada y el dolor solo añadió más a mi ya estropeado cuerpo lo que me impulso a un demoledor orgasmo, me sentí temblar encima de él, mientras que él tomaba las riendas de mi cuerpo y me impulsaba arriba y debajo de su falo más rápido y más fuerte buscando su propio placer.
En poco tiempo se derramo en mi interior y ralentizó sus movimientos dejándome laxa encima de él.  
—Estabas tan metida en tu placer que ni te fijaste si el chofer y tu guardaespaldas nos veían— escucho la risa en su voz.
—Nadie voltearía a ver a la mujer del Pakhan mientras esta rebota en su polla.
—Que lenguaje angelito, te estás volviendo descarada.
—Tal vez ya lo era, es solo que no lo sabíamos.
Nos reímos un rato de eso y luego me dejó en el asiento de al lado mientras él acomodaba su polla dentro de sus pantalones que los vi arruinados con nuestras esencias, pero a él parece no importarle.
—¿No piensas pasarme una toalla para yo poder limpiarme? —le pregunté con una sonrisita bailando en mis labios.
—No, te bajaras así, con mi semen corriendo por tus tersos muslos— lo dijo muy serio.
—Alguien puede verme— le dije apenada.
—Que lo haga y lo empalo en la puerta de mi casa como ejemplo de lo que no debe hacerse— su seriedad decía que no mentía.
Algo en ir llena de su semen me hacía sentir extraña, como si de alguna manera me estuviera marcando, pero eso debería molestarme ¿o no?






Escapando del jefe de la mafia Donde viven las historias. Descúbrelo ahora