49 Angie
La llegada a Rusia fue inminente, ya no estábamos en el territorio de la mafia italiana, pero aun debía estar alerta por qué no conocía quien era enemigo o aliado, Ignati no se despegó de mi lado por nada del mundo y eso a la perra de Nikita no le gustó para nada, me lanzaba miradas asesinas que claramente le devolvía.
—Lo esperábamos, amo— dice en cuanto Ignati baja del avión y no le responde, la ignora y sigue caminando y algo dentro de mí se llena de regocijo, hice lo mismo que él. Seguí caminando.
—¿Tienen todo listo? —preguntó Ignati a uno de sus hombres y este asintió.
Nos metimos en una de las camionetas que nos esperaban y arrancamos, solo había nieve a mi alrededor, Ignati me obligo a usar unos leggins calentadores y un suéter de manga larga con un pesado abrigo de pieles en conjunto con botas gruesas y guantes de cuero.
—¿Podemos comer algo cuando lleguemos? —él solo asintió en reconocimiento a lo que le decía.
Volvió a ser el hombre frío y calculador de siempre y prefiero al Ignati del cuarto, a como se comportaba en la soledad de la habitación, me dejó mucho más tranquila que esa noche él no supiera que yo estaba drogada, aunque es una pena que no la recordara.
El viaje fue largo y silencioso, y me moría de aburrimiento, para añadir tenía mucha hambre, me movía inquieta a causa del bebé, el chofer me veía cada cierto tiempo por el retrovisor y me sentía muy incómoda.
—Deja de moverte— me pide con voz ronca —si quieres algo solo pídelo.
—Solo tengo hambre —miré mi regazo avergonzada, era algo que no podía evitar.
—Mi señor, yo tengo una granola —hablo el chófer —a mi esposa le pasaba en su embarazo.
—Bien— fue todo lo que respondió y el hombre me dio rápido la barra de granola.
—Bien—contesté, negándome a dejarle la última palabra.
Tomé la barra igual de rápido, por si él se arrepentía y me la quitaba, dos horas después estábamos llegando a una enorme casa, casi tan grande como un castillo medieval.
—¡Madre mía! —pegué mi mano a la ventanilla y me acerque lo más que pude para poder verlo.
—Vamos —habló Ignati— nos están esperando.
Subimos unas escaleras y todo estaba vestido de nieve, adornando el lugar dándole un aura mágica de cuentos de hadas… o de terror si veo bien a quien tengo a mi lado.
Lo seguí en silencio mientras él me guiaba con una mano en la espalda, la casa era enorme y sí, se asemeja a un enorme castillo, me guio escaleras arriba y me llevo a una habitación el doble de tamaño de la sala de mi padre.
—Ya te traen de comer, descansa un poco que tenemos cosas que hacer más tarde— demanda poniendo una mano en mi estómago y luego se va.
Poco después trajeron la pequeña maleta con mis cosas y no menos de treinta minutos subía una mujer con uniforme típico negro con blanco y una correa en su cuello y tiene otros brazaletes a juego en sus muñecas.
Me sirvió en silencio y salió, comí sola. No me gustaba mucho, pero no iba a quejarme de eso como una niña pequeña. Dejé las cosas en las bandejas donde las dispuso la muchacha silenciosa y me fui a bañar, decidí llenar la bañera, era enorme y con aire antiguo y me invitaba a usarla.
Revise todo el baño que era solo un poco más pequeño que la habitación, encontré unas sales de baños que olían a frutos rojos y me gustó así que se las puse todas y me metí en cuando tenía la temperatura perfecta para mí, sentía mis huesos como de gelatinas y mis músculos relajados, no había un solo ruido. Es por eso que no entiendo por qué no escuché a Ignati entrar.