45- Angie

673 51 9
                                    


45- Angelie

Con todo y mi enorme barriga me gustaba levantarme al amanecer para ordeñar a la pequeña Milly, una cabra que le daba leche a la pequeña granja del lugar, luego ayudaba con el desayuno por más que María, la tía de Ernesto insistía en que ella podía sola.

Luis Alberto, su hijo adolescente era muy buen niño y le gustaba ayudarme en cargar las cosa más pesadas.

—Te dije que dejaras eso —me riñe Ernesto trotando en mi dirección.

Llegamos un día con él herido y yo exhausta, dormimos por casi dos días y si no hubiera sido por el hambre habría dormido una semana.

—Aún puedo hacer mis cosas —me queje, me quito el balde y beso mi mejilla.

Me vio a los ojos con esperanza en su mirada y desvíe la mía.

Solo quería juntar el dinero suficiente para sacarme papeles nuevos, era fácil de hacer, pero costoso, tenía mis ahorros, más sin embargo me hacía falta la mitad, podría abrir una cuenta de ahorros para mí y mi bebé quien ya pronto llegaría.

Ya tengo cinco meses, solo puedo verme en un ambulatorio muy pequeño y con pocas cosas así que un aparato para ver si mi bebé venia bien no era una opción, la doctora ponía una especie de embudo para escuchar los latidos de su corazón. Tengo seis meses de embarazo y aún no he visto ni escuchado los latidos de mi bebé, estoy ahorrando todo lo que tengo para su nacimiento así que trago el nudo inquieto y triste de mi corazón, ya habrá tiempo para verlo y arrullarlo.

A veces me pregunto si se parecerá a su padre, pero no estoy segura de eso, aunque solo quiero que sea un bebé sano.

Estaba a punto de ir al pueblo para vender las verduras, pero otras personas tenían otras cosas en mente.

Escuché carros llegando a lo alto de la montaña y mi bebé se agitó inquieto, en cuanto tres hombres irrumpen en la casa los miré atemorizada por mi nuestro bienestar, son casi idénticos, suponía que eran familia, tal vez hermanos, su cabello color arena sus ojos casi iguales y todos esos tatuajes me hacía pensar que eran hermanos, entraron con armas a la casa, estuve tentada a orinarme encima, mi pensamiento fue en correr a mi cuarto y escapar por la ventana. Alguien me abordo por la espalda y tomando mi cabello de forma brusca y me arrastra de nuevo a la pequeña sala de los Montero.

Pensé en María, Ernesto y en Luis Alberto y rogaba por qué no les pasara nada solo por brindarme un hogar, sí, en todos estos meses me dieron lo que mi padre nunca me dio, calor de hogar.

—Eres una pequeña perra bastante ágil y resbaladiza, llevo meses buscándote... Meses sin tener un hueco caliente por tu culpa, negra —dijo de manera despectiva.

—Deberías dejar a la mercancía del jefe intacta, sabes como es — le advierte uno de los primeros hombres que había entrado.

Mercancía... ¿Era mercancía?

¿Quién era su jefe?

Se escucho una pelea afuera y algunos salieron a ver que pasaba, en mi pecho se anudo la angustia por que no fuera Ernesto, he llegado a ver que es muy temperamental y no sabe dejar ir las cosas.

—Te voy a follar el culo, gritaras por más cuando termine contigo— paso su asquerosa lengua por mi oído —soy casi la mano derecha del jefe— su áspero acento ruso me hizo saber quien era su jefe y eso trajo alivio a mí, no era Bernardo o mi padre.

—Estoy segura de que tu jefe te cortará en cachos cuando sepa lo que has hecho— dije con falso tono de seguridad.

Puede que sea una mercancía para Ignati, pero no le gustaría esto.

Escapando del jefe de la mafia Donde viven las historias. Descúbrelo ahora