34- Angie

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34- Angie

Estábamos ahora en la sala de estar, luego de que ellos comieran la señora hizo café que yo rechace amablemente y lo cambie por un zumo de piña natural, a la señora no le importó y nos movimos todos a la sala.

—Entonces quieres brincar a México —dijo el señor Esteban.

—Así es y tengo el dinero eso no es problema —dije un tanto ansiosa.

—Se nota muchacha, pero es peligroso pasar el río bravo en estos momentos—Añade el hombre con total sinceridad en su voz.

—¿Por qué? —quería entender que era lo que me retenía.

—Hace dos noches llovió mucho y el río creció un poco más —añadió Esteban hijo, con una sonrisa tímida.

—¿Cuándo me recomienda que viaje? —indague para armarme de valor.

—Tienes que comprar algunas cosas para el viaje y yo digo que en dos días te puedes ir. Las aguas bravas del río deben calmarse primero.

—Esta bien lo entiendo, así se hará —di mi brazo a torcer— pero, si hay alguna posibilidad de que viaje antes, por favor díganmelo.

—Por supuesto que sí —añadió Lupe.

Me levanté para irme y me vieron extrañados, aun así, me erguí dispuesta a irme, ya había abusado mucho de su confianza.

—¿Lupe, me puedes llevar al pueblo para buscar un hotel?, se hace tarde— vi la hora en el reloj de mi muñeca, fue un regalo de mi padre a los 18 años.

—De ninguna manera te quedas aquí —Replicó su madre decidida.

—No quiero abusar de su hospitalidad... —intenté rechazar la oferta, pero Lupe se levantó de un salto.

—Es mejor que hagas caso de lo que te dicen mis padres, odian que rechacen una invitación de ellos— acaricia mi espalda— así te ahorras ese dinero, mi familia le encanta ser solidario con quien lo necesita y por eso te traje— asegura, me ablande en su agarre y me vi asintiendo con la cabeza— vamos te llevo a mi habitación, podemos hacer una pijamada ¿has hecho una?

—No, nunca me dejó mi papá— recordé a Mayra y sentía que la extrañaba a horrores, pero era mejor tenerla lejos de este asunto y no ponerla en peligro.

No sé de que seria capaz Bernardo si me encuentra, pero algo me dice que no es algo bueno.

—Bueno hoy tendrás una estas de suerte, Ángeles — me llevo escaleras arriba.

La casa era modesta, pero hogareña y hermosa a mis ojos, tal vez unos cuantos arreglitos sería de ayuda para ellos, me han tendido la mano sin pedir nada a cambio y quise ayudarlos, lo haría una vez me fuera.

Apegada a lo que dijo Guadalupe y yo hicimos una pijamada, me bañé antes de cualquier cosa y luego comenzamos a cotillear algunas revistas del corazón que tenía nuevas en su mesita de noche, nos pintamos las uñas y cuando las luces estuvieron apagadas bajamos y robamos algo de helados y nos hicimos sanguches, jamás había pasado una noche tan normal como esta sin vigilancia, sin nadie que me dijera que hacer, solo fui una chica hablando con otra en medio de la noche, algo que en mi adolescencia no pude.

No le conté de mi embarazo o sobre Ignati o lo complicada que es mi vida, me fui por caminos más seguros y ella me habló de un chico que le gusta que siempre va al bar, pero que no le habla.

Nos dormimos cerca de las dos de la mañana super contentas, a la mañana siguiente fue las náuseas matutinas lo que me despertó y corrí al baño lo más rápido que pude para expulsar todo el contenido de mi estómago.

De mi embarazo esto era lo más difícil de ocultar, quedaba un poco débil luego de que mi estómago se vaciarla por completo y me tomaba media hora levantarme del piso y al menos otros diez minutos reponerme, fue en el suelo frío del baño donde me encontró Esteban, el hermano de Lupe.

—¿Qué te pasó? —corrió en cuanto me vio, el sueño se le quitó de la cara en un pis, pas, y me ayudó a levantarme —¿estás bien? ¿Bebieron ayer?

Respire un par de veces antes de tener la fuerza para hablar.

—Sí, gracias — hablé con mucha dificultad sintiendo mis piernas como gelatinas.

—Deberías recostarse un rato más, yo iré a buscarte un té —se ofrece pasando mi brazo por su cabeza para ayudarme a caminar.

No lo dije, pero me sentía enormemente agradecida por su ayuda.

—No deberías tomarte tantas molestias —le dije cuando estábamos llegando a la habitación de Lupe.

—¿Cómo no ayudar a una chica tan linda? —dejó caer.

Me puse sería, no quería que pensara cosas que no son, el amor no tiene cabida para mí en estos momentos, añadiendo a mi mente el recuerdo de unos furiosos ojos azules y gélidos mirarme con desaprobación.

—Gracias, Esteban— volví a repetir.

Me ayudó a llegar a la cama y solo pude recostarse de nuevo y murmurar un nuevo gracias, miré a mi derecha y vi a Lupe dormir plácidamente, en su cuarto había dos camas individuales y por eso me invito a su cuarto, cerré mis ojos poniendo mi antebrazo sobre estos para descansar un poco más, me sentía sucia y pegajosa, por el sudor que corría por mi cuerpo al vomitar y este se secó formando una capa incómoda y pegajosa en mi piel, pero mis ganas de moverme eran nulas.

Al poco rato llegó el chico de nuevo con una taza y un plato pequeño en la mano, lo puso en la mesita y me ayudó de nuevo a sentarme, me dio la taza y se quedó esperando que bebiera cosa que me tomo unos veinte minutos aproximadamente

—Gracias de nuevo— dejé la taza y el té de manzanilla hacia maravillas con mi estómago, le regalé una temblorosa sonrisa.

—No pasa nada, con esa sonrisa me doy por pagado— me regaló él una de vuelta, sus dientes blancos eran lindos y rectos los dos del frente ligeramente las grandes que el restante.

Podía ver por que era un chico guapo y como sacaba provecho de eso, pero ahora no tenia cabeza yo para chicos y salidas, mi meta estaba lejos de los Estados Unidos, llegar a México era solo un paso más para desaparecer del mapa, con el tiempo sabía que tenía que moverme a otro país, para poner más distancia, hasta que Tomasa se comunicará conmigo y nos pudiéramos reunir.

Escapando del jefe de la mafia Donde viven las historias. Descúbrelo ahora