43- Angie

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43- Angie

Al día siguiente pensé que las cosas mejorarían, pero a Ernesto le comenzó a dar fiebre, tenía agua y algo de medicina, pero me gustaría que le vieran la herida alguien que de verdad sepa en esto, entre la selva y la oscuridad nada ayuda.

—¿Crees que puedas caminar? —le pregunté antes de que saliera el sol.

No había podido dormir nada con los ruidos que hacen los animales en la oscuridad y estaba oficialmente asustada.

—Creo que puedo hacer un esfuerzo— es trataba de mantener mi pánico a raya, pero no estaba funcionando muy bien que digamos.

—Entonces vamos, tu tía te espera—lo animé.

Comenzamos a caminar, resulta que no hice todo mal ayer y seguí la dirección del río en nuestra huida, la caminata fue lenta mientras ayudaba a Ernesto para no dejarlo atrás, me sentía cansada y sin energías, aun así, continúe caminando todo el día mientras él me servía de guía, no me iba a quedar en la selva tengo alguien quien proteger.

—¿Cómo te sientes? —le pregunté a Ernesto en un murmullo.

Aun tenia miedo de conseguirme algunos de los guías de ayer y que nos estuvieran buscando, que el mismo Eduardo este bien y nos persiga hasta matarnos a los tres. Sacudí los malos pensamientos de mi mente, Tomasa me regañaría si escuchara mis pensamientos.

«Pensamientos malos atraen cosas malas, Angelie» dijo la voz de Tomasa en mi mente.

Le hice caso a la Tomasa en mi mente.

Me escapé el día de mi boda y salió bien hasta ahora.

Nadie sabe que voy a tener un hijo salvo Tomasa.

Las cosas me salen bien porque no soy una mala persona y me encuentro con buenas personas como Ernesto y su familia que han hecho tanto por mí.

Puedo con esto y más.

Nos sentábamos por periodos largos de tiempo, y lo que en un caso hubiéramos tardado un día nos tomó dos días y medio para llegar a lo que era el Río Bravo, cruzarlo seria todo un reto, pero tenía una idea, saqué una cuerda de dos metros que tenía en mi pequeña mochila y até la cintura de Ernesto y la mía, vimos el agua del río que parecía mansa, pero en el fondo tenía varios remolinos que te podía arrastrar con la corriente y jamás regresar.

—Ya que estamos apunto de pasar el río y podemos morir— Ernesto hizo una mueca— ¿me puedes decir porque quieres ir a México?

—Estoy huyendo de mi padre y mi prometido— fui sincera y fue más fácil de decir de lo que yo pensaba.

—¿Tu prometido te pegaba? —me preguntó de repente preocupado.

Me quité las medias y me puse los zapatos, no sé porque, pero lo hice de todos modos pensando que estaría más cómoda así que con ellas.

—Mi padre quería cerrar un trato y yo era el seguro para ese trato— comenté y me dio vergüenza decir eso— pero no podía casarme, tal vez si no hubiera alguien más me hubiera casado cumpliendo sus deseos.

—¿Hay alguien más? —preguntó un tanto triste. Tal vez eran ideas mías.

—Lo hay, es alguien muy especial— pensé en mi bebé y en ciertos ojos fríos que saqué de mi mente.

Ya tenía a su hijo gestando en mi vientre no necesito de más complicaciones, estoy segura que me pedirá que aborte y no lo haré, estar lejos de todos ellos es mejor.

—¿Por qué no estas con él? —me pregunta confundido.

—Ya está conmigo— me miró confundido hasta que el entendimiento llegó poco a poco a él y vio mi vientre plano.

Escapando del jefe de la mafia Donde viven las historias. Descúbrelo ahora