39 - Angie
Estaba de espalda a la pequeña puerta viendo los escarpines que la señora Cristina con cariño me hizo cuando alguien entró en la pequeña habitación, me giré para mostrarle a Ernesto lo que su mamá me había regalado, decidí no esconderle eso a ellos, pero no era Ernesto quien había entrado, era Eduardo, nuestro coyote.
—Al fin te quedas sola— termina de entrar cerrando la pequeña cortina.
Guardé los escarpines lo más tranquila que pude y cerré la mochila.
—¿Qué necesitas? —pregunte calmada, respirando por la nariz y soltando por la boca el aliento antes de entrar en pánico.
Ernesto ya viene, no debería de tardar más que unos minutos para que entré por esa puerta, no pasa nada.
—Bueno, quería llegar a un acuerdo para un pago extra— habla mientras se limpia las uñas con una navaja enorme.
Trague saliva y vi hacia la salida, para llegar a ella debería pasarlo a él, jamás saldría de aquí, no con su porte y fuerza.
—¿Cuánto es? —pregunte esperando que pidiera dinero, tenía de sobra, se lo daría todo si me dejaba en paz.
—No es dinero— responde luego de segundos eternos en silencio.
—Entonces no pagaré nada— repliqué de inmediato.
—Entonces no te llevo a México— se encogió de hombros— ¿sabes cuantas muertas hay por aquí a diario?
—Ya veré como llegar— me encogí de hombros yo también.
—Así no son las cosas, reina —me advierte sacando la navaja.
Se abalanza encima de mí demasiado rápido para poder impedirlo, caímos los dos en la cama y su aliento asqueroso llega a mí en una caricia repugnante, mi respiración se hizo casi superficial, mientras pensaba una manera rápida de salir de este enrollo, estoy segura de que ya Ernesto viene ¿verdad?
—Es mejor que te bajes, tu no sabes a quien le estas haciendo esto— le advertí en una clara amenaza.
—¿Quién eres? — su pregunta fue una burla.
—Alguien peligrosa, imbécil— pateé sus pelotas justo cuando me lo quitaron de encima.
Eduardo literal voló por la pequeña habitación, cayendo como un costal de papa en el suelo y -Ernesto me dio su mano para levantarme, su cara de preocupación era evidente.
—¿Estas bien? —me pregunta.
Veo una sombra encima del hombro de Ernesto y grite, pero fue demasiado tarde, Eduardo hizo uso de su navaja apuñalando a Ernesto, la cara asombrada de él fue triste de ver, cayó hacia adelante y comencé a patear y aruñar con todas mis fuerzas y golpeo mi rostro para que desistiera, las fuerzas fueron mermando y me sentía mareada y la cara me ardía en la parte del ojo, recordé el regalo de Lupe y traté de alcanzarlo hasta que sonó un disparo y me quedé quieta, no había pensado en mi hijo, esto puede afectarlo, mejor me dejo hacer.
Mi espíritu de lucha fue muriendo al recordar mi embarazo y lo importante que es para mí, mi hijo y dejé de luchar, Eduardo también dejó de luchar y su cara de sorpresa fue gran, no decía nada y tosió soltando grandes cantidades de sangre encima de mí saboreé el sabor metálico de la sangre y me revolvió el estómago, lo quité de encima con mucho esfuerzo y vi en la esquina del cuarto a Ernesto apuntando el arma completamente pálido con la mirada puesta en el cuerpo de Eduardo, no sabía si estaba vivo, pero no quería averiguarlo y me acerqué a él de manera temblorosa, con las piernas temblando.