Capítulo 42

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Sábado, 3 de diciembre.


No quiero levantarme de la cama. No me apetece hacer absolutamente nada, bueno, en realidad sí. Quiero volver los días atrás, justo al momento en el que supe lo que es sentir que no quieres otros besos, que no quieres oír otra voz ni ver otra sonrisa u otros brazos que te acojan entre ellos. Sentir que solo quieres ser suya. Pero no se puede, eso es imposible y todo el mundo lo sabe.

Supongo que tendré que seguir los típicos consejos de: "tienes que seguir adelante, la vida no se acaba por esto", "después de la tormenta llega la calma" o "él no sabe lo que ha perdido". Pero no, no puedo, mi cabeza aún no asimila lo que me está pasando. En mi cerebro todavía existe la torre de piezas bonitas y brillantes que poco a poco he ido construyendo, pero que en realidad está negra, quemada y derruida quedando únicamente la base. Sí, yo misma. Y aunque sea evidente, tengo que decir que me va a costar mucho trabajo y esfuerzo volver a construirla.

La puerta se entorna, aparece un mechón castaño por el hueco entre pared y puerta.

-¿Alice estás dormida?- susurra.

-No- digo de mala gana. Ella no tiene culpa de nada, de hecho, no sabe lo que ha pasado, pero no puedo evitar estar enfadada con el mundo en general.

-Pero, ¿cómo? – su asombro crece a cada palabra que pronuncio cuando relato a sus oídos lo ocurrido.

-No sé cómo ha podido hacerme esto- los ríos de lágrimas se hacen hueco en mi rostro haciendo que sienta como si mi piel se quemara.

-Alice no puede ser, Louis te ama con locura. Si hubiera pasado algo con otra chica te lo hubiera dicho cuando hablasteis ayer-.

-Las infidelidades no se cuentan Ash. Y si tanto me quiere como dices, no sé por qué está con otra que no soy yo-.

-Relájate Alice. Habla con él y te lo explicará, supongo. Ya sabes que la prensa saca las cosas de contexto-.

-Pero es que ya se ha acabado. No voy a permitir que me haga daño-.

-¿Lo habéis dejado?-.

-Sí- mi llanto crece a pasos agigantados.

Llevo toda la mañana encerrada. Ash me ha servido de gran apoyo consolándome y hasta me ha traído la comida, que por cierto, aún está sin tocar. Me da pena porque sé que ella ha puesto todo su esfuerzo en ese platito de pasta a la boloñesa que está sobre la coqueta, pero mi estómago está totalmente cerrado.

Suena el tono de mensaje en mi teléfono. Me giro y lo cojo de debajo de la almohada. Al mirar de quien viene no quiero ni leerlo, pero aun así lo hago.

-Pero, ¿qué ha pasado Alice? ¿Por qué me dices esto?- leo sobre la pantalla. No contesto, ni voy a hacerlo. Él mismo sabrá lo que ha hecho. Soy una cabezona, lo admito, pero mi corazón es un puzle destruido que no tengo la menor idea de cómo lo voy a volver a montar.

El mensaje se queda en visto. Veo que él sigue en línea, supongo que estará esperando mi respuesta. Lo que no sabe es que nunca llegará. El móvil vuelve a sonar.

-Sé que estás leyendo esto. Por favor explícame qué pasa- es él una vez más. Mi corazón se encoje. Cargada de un valor inexistente comienzo a escribir lo que acabo por borrar para acabar enviando otra cosa totalmente diferente.

-Déjame en paz y olvídate de mí- soy un poco brusca, pero supongo que mis anteriores tropezones en este tema me han hecho así.

-Alice coge el ordenador y hablamos por Skype. Creo que ya sé de qué va esto- lo miro y sin pensarlo borro la conversación para después hacer volar mi teléfono hasta la otra punta de la cama.

Caprichoso destino I: ¿Quién eres? Donde viven las historias. Descúbrelo ahora