Capítulo 4

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Martes, 24 de junio.


Los rayos del sol taladran mis párpados al pasar a través de las cortinas translúcidas. Me despierto extraña sin saber muy bien donde estoy, solo sé que me encuentro a gusto, descansada y con ganas de empezar con mi nueva vida.

Bostezo un par de veces, estiro cada uno de los músculos de mi cuerpo mientras doy vueltas en la cama, miro al techo con una sonrisa improvisada que no sé muy bien de donde viene y respiro. Lo he conseguido.

Pongo mis pies eternamente descalzos sobre el suelo, el cual puedo notar que tiene la temperatura ideal de un día de principios de verano. Hago una coleta rápida con mi pelo, me dirijo a la cocina para desayunar, estoy hambrienta. Abro todos los muebles hasta encontrar un vaso y sigo con la nevera, para mi sorpresa no hay absolutamente nada. Es lo único que le falta a esta casa, es normal, la comida se estropea, los muebles y decoraciones no.

Me desperezo un poco antes de prepararme para salir, no quiero morir de hambre. Elijo unos vaqueros con las rodillas rasgadas en un tono claro y una camiseta verde menta estampada de tirantes. Es verano, y, al contrario de la normalidad de esta ciudad hoy hace bastante calor. En Santa Mónica nunca deja de hacer calor, ni siquiera en diciembre, pero aquí la lluvia está presente hasta en pleno julio así que solo se me ocurre que o puede que haya llegado en el mejor verano para Reino Unido o que Internet miente.

Para terminar me hago un moño alto frente al espejo, para combatir el sol me enfundo mis gafas Carrera de montura rosa sobre mis ojos, me calzo mis Vans negras algo desgastadas, cojo mi mochila y me dispongo a enfrentarme a Londres para encontrar algún lugar en el que desayunar.

Cuando salgo del ascensor, en el portal me encuentro con el portero.

-Buenos días Alice-.

-Buenos días mmm...-.

-Eric-.

-Eso, Eric. Ya no se me vuelve a olvidar- me doy un par de golpecitos con el dedo en la sien. –Por cierto, ¿luego vemos el edificio como me ofreciste anoche? -.

-Claro, cuando quieras, estoy a tu entera disposición-.

-Gracias. Entonces luego resolvemos nuestra cuenta pendiente- digo dedicándole una sonrisa antes de salir del portal.

-Hasta luego-.

Andar unos cinco minutos decidida por la acera me hace darme cuenta de que realmente estoy en el centro. Cien metros más adelante veo el cartel de un Starbucks, al oír mis intestinos rugir como si de leones salvajes encerrados en una jaula se tratara no dudo en entrar y pedir algo para calmarlos.

-Un frappuccino de caramelo y moka y un muffin de chocolate blanco por favor-.

- ¿Nombre?-.

-Alice-.

-Bien, son 10 libras-.

Pago mi cometido para después sentarme en una mesa con asientos acolchados situada junto a un enorme cristal que actúa como pared desde el que se puede ver el exterior, un trocito de la ciudad. Saco el libro que compré ayer mismo antes de volar y me dispongo a leer un poco, es una historia genial, original y ha conseguido que no quiera despegar los ojos de sus páginas ni un momento.

-Alice- dice alguien desde megafonía. Yo dejo lo que estoy haciendo y me acerco a recoger mi pedido.

Doy unos cuantos sorbos al frappuccino y devoro a bocados el muffin, o en este sitio está todo buenísimo o yo tenía demasiada hambre.

Levanto la vista, algo me llama la atención. Al lado del cristal veo pasar un chico bastante atractivo a primera vista. Cubierto con un gorro, unas gafas de sol tipo aviador, una camiseta blanca y una camisa de manga larga vaquera algo remangada que deja ver algún que otro tatuaje en la poca piel que lleva al descubierto, unos pantalones negros y unas Vans muy semejantes a las mías, pero en color blanco con dos caritas dibujadas con algo parecido a un rotulador.

Casi no deja que se le vea el rostro ni ninguna otra zona del cuerpo. ¿Por qué?, ni idea. Me encojo de hombros cuando le pierdo de vista y vuelvo a centrarme en lo que estaba haciendo antes.

Después de un rato allí sentada se me han dormido las piernas y decido salir para estirarlas. Al pisar la acera exterior me doy cuenta de que no conozco nada de lo que me rodea así que decido que lo mejor que puedo hacer es irme de nuevo a casa para que Eric pueda mostrarme el edificio además de pedirle el favor de que me enseñe un poco la zona ya que es la única persona que conozco por aquí.

Cojo otro camino para volver. Mientras ando, veo un gran supermercado en el que decido entrar, no tengo nada en mi nueva casa. Cojo un carrito a la entrada y empiezo a recorrer cada uno de los pasillos. Es la primera vez que voy sola a comprar de esta manera, a cada paso que doy necesito algo más. Para variar me encuentro perdida de nuevo, pero al fin y al cabo este es el primer paso para comenzar a acostumbrarme a todo esto. No puedo llevar yo sola todo lo que he comprado hasta mi ático, por eso, antes de salir, contrato un servicio que me lleva la compra a casa, he comprado prácticamente todos los productos del supermercado.

Entro en el portal y veo al chico concentrado leyendo el periódico tras el mostrador que hay de frente a las escaleras de entrada.

-Eric tenemos algo pendiente- consigo desconcentrarle.

-Sí. Vamos-.

Coge un manojo de llaves que saca de un cajón para enseñarme uno a uno los rincones del lugar. Entre ellos se encuentra, en el centro del edificio con todos los pisos alrededor, una piscina climatizada rodeada de un pequeño patio interior repleto de césped y con servicio de tumbonas, el refugio perfecto para tomar el sol y darse un chapuzón o simplemente pasar el rato. Además me cuenta cual es su trabajo aquí, me ha comentado que comparte los turnos con otra mujer y que su función es hacer de personal de seguridad, mantenimiento... Todo lo que incluye el edificio a la vez además de contar con un equipo especial de trabajadores que le ayudan cuando es necesario.

-Bueno pues esto ha sido todo. ¿Te ha gustado? -.

-Sí, No está mal. Aunque tu trabajo es muy duro-.

-Acabas acostumbrándote- los dos esbozamos una sonrisa.

-Eric- digo al verle darse la vuelta.

-Sí- se gira de nuevo hacia mí.

-¿Puedes hacerme un favor?-.

-Claro, como dije antes estoy a tu entera disposición. ¿ Qué pasa?-.

-Necesito que alguien me enseñe la ciudad. Estuve de pequeña con mis padres y mi hermano, pero no me acuerdo de nada y eres la única persona que conozco-.

-No hay problema. Hoy a las siete cuando acabe mi turno subo a buscarte y te enseño todo esto-.

-Perfecto. Muchas gracias- le abrazo en agradecimiento sin saber muy bien lo que estoy haciendo.

-No cenes que te voy a invitar a un sitio genial- dicecuando nos separamos mientras yo estoy ya entrando al ascensor para escaparme.    

Caprichoso destino I: ¿Quién eres? Donde viven las historias. Descúbrelo ahora