0: Sexo de casados

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Portofino - Italia

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Portofino - Italia

Emma abrió lentamente la puerta del baño de la pequeña habitación del hotel 3 estrellas, lo suficiente para asomar su cabeza. Colin se encontraba mirando la puerta, esperándola sentado, usando un bóxer a cuadrillé azul, con los pies arriba de la cama y la espalda contra la almohada.

Estaba ansiosa, sentía una presión irracional en medio de su pecho. No estaba acostumbrada a usar lencería con él, su babydoll blanco la cohibía y estaba segura de que no tenía sentido sentirse de esa manera. Sus miradas se encontraron en la corta distancia (porque el cuarto era tan pequeño que no podían dar más de cinco pasos sin chocar con la pared) y él le sonrió.

—Necesito verte.

Ella abrió su boca, pero no tenía mucho qué decir. O quizá no sabía qué decir. Decidió mostrarse, y el pecho de Colin se infló con una mezcla de oxígeno y partículas divinas. Cielos, cielos. ¿En serio era su esposa?

Aquel babydoll con encajes en el pecho y falda de seda la cubría con notable delicadeza. Y parecía bañada en diamantes de pureza. El simple mortal sentado en la cama estaba delante de una belleza etérea que experimentaba bajo la piel de sus brazos. Ella trascendía el cuerpo de él, como los rayos del Sol traspasan la atmósfera. Un aura celeste la rodeaba como una aurora boreal que él percibía con claridad.

—Te ves... mágica.

Emma sonrió, mirando hacia abajo, presionando su punta de pie derecho contra el suelo. Mágica sonaba mejor que cualquier hermosa. Se armó de valor y subió a la cama, gateó hasta él, y unieron sus labios en un tierno beso. Se miraron a los ojos. Sus alientos mezclándose por la cercanía. No podían dejar de verse, como si hubiesen descubierto algo nuevo en ellos. No había nada nuevo, bueno, ahora la gente se refería a ellos como marido y mujer, esposo y esposo, señor y señora Oschner, pero, aparte de eso, no había nada nuevo.

—No sé cómo seguir. No sé qué me pasa —confesó ella.

—Shh. —Con su mano, la sujetó de la nuca, y, con una extrema lentitud y ternura, la acostó sobre las suaves sábanas blancas de estilo rústico—. ¿Recuerdas lo que me pediste hace unas semanas? Me pediste que te hiciera el amor esta noche, con dulzura, y eso es exactamente lo que pienso hacer ahora... si me permites.

—Te permito todo —sonrió.

—¿Todo? —cerró un ojo.

Emma rio y, mirando hacia la mesita de noche, estiró su brazo lo más que pudo para alcanzar el neceser de gatitos unicornios. Colin, casi sobre ella, hundió sus dedos en su cabello, peinándose hacia atrás, pues su flequillo cayó sobre su frente, entonces, de un segundo de distracción a otro, Emma colocó un lubricante en medio de los dos.

—Interesante —dijo él.

—Una nunca sabe, amorcito.

Colin rio.

El Renacer de Emma© #4Donde viven las historias. Descúbrelo ahora