46: Fin de la era Cohen

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Era un día especial

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Era un día especial.

Él había trabajado día, noche y madrugada para llegar a ese día en específico. Había hecho horas extras y sacrificado demasiado. En más de una ocasión había pensado en rendirse, en tirar la toalla, en mandar todo a la mierda. Muchas veces había recibido malos tratos. Tenía sentido que más de una vez había terminado llorando. Estaba orgullosa de él, y su manera de cruzar la línea de meta le inspiraba mucho a perseguir sus propios sueños.

Cuando despertaron esa mañana de día especial, por el sonido de la alarma configurada para despertarlo a las ocho, ella le dio besitos y le recordó lo brillante que era para ella y lo orgullosas que estaban (ella y gathija), aunque a la segunda le daba completamente igual, se le notaba por cómo dormía panza arriba cerca de los pies de ambos.

Emma decidió darle una mamada de día especial. Colin se preguntó, en su interior, cuántas mamadas recibiría el día en que obtuviera un grado en medicina. Se vino en la garganta de ella y de inmediato supo que sería un buen día.

Más tarde, Emma entró en un dilema del tamaño de tres vestidos de otoño. Había cancelado su brunch con Gen por ir juntas a Rodeo para comprarse un atuendo para el día especial. El asunto es que nada parecía acorde a su cuerpo.

—Ese te queda perfecto, Emmy —le animó Gen, parada junto al vestidor donde Emma estaba dando vueltas sobre ella misma frente al espejo. Tenía puesto un vestido con falda hasta las rodillas, mangas hasta las muñecas, era de color marrón y tenía dibujos de hojas de arce secas.

—Estoy estresada —suspiró fuerte, dejando caer sus hombros.

—Pero todo te queda perfecto y estarás muy hermosa cuando termines de arreglarte. Serás la esposa más linda del evento —juró.

—De acuerdo. —Otro suspiro—. Tienes razón. Todo se verá mucho mejor cuando termine de arreglarme —cerró la cortina para cambiarse.

Todo se vio medianamente mejor cuando terminó de arreglarse.

En realidad, se sentía linda, pero sus nervios la traicionaban. Había elegido unas pantimedias negras para abrigarse, con unas ballerinas negras de punta circular. Se había peinado con una trenza a mitad de cabello, y eligió un pañuelo marrón para atarlo en la punta de la trenza. Se había maquillado para tapar sus granos y usó un delineador negro.

—Pórtate bien, mi niña —le pidió a Estela mientras se pintaba los labios con un rojo vino. Tenía un pañuelo blanco manchado con labiales de distintos colores otoñales. Elegir el color de sus labios fue un reto casi tan grande como elegir su vestido en la tienda.

Antes de irse, se repitió unas cuantas veces frente al espejo que se veía bien. Tomó su, pequeño y marrón, bolso colgante, y se marchó a la universidad.

Cuando le pagó al conductor y puso su primera ballerina sobre el suelo, se dio cuenta de que tenía un problema mucho más grande que su inseguridad por su atuendo; su mente había decidido sabotearla, y, de pronto, se encontró pensando en Brandon y en todo lo que vivió en ese lugar, pero especialmente en Brandon, puesto que se había prometido que en algún momento le contaría a Colin todo lo que había pasado, pero aún no lo había hecho. En su defensa, no había encontrado el momento, porque el momento suponía arruinar por completo el día, la semana y el mes de él.

El Renacer de Emma© #4Donde viven las historias. Descúbrelo ahora