1: Casa dolce casa

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Colin metió la llave en la cerradura y encendió las luces del depa abandonado por una semana

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Colin metió la llave en la cerradura y encendió las luces del depa abandonado por una semana. Seguidamente, empujó la maleta con rueditas, de Britto, donde Emma se encontraba sentada como una reina.

—Casa dolce casa —dijo él, señalando el interior con su brazo.

Emma soltó una carcajada, todavía sentada en su maleta, mientras Colin metía la de él que, discrepando con el oso colorido de esposita, era toda negra y realmente aburrida.

—¿Era esa frase lo que estuviste escuchando durante el vuelo? —preguntó en broma. Colin había pasado varias horas escuchando música en silencio durante el vuelo de regreso a casa—. ¿Estuviste practicando, amorcito? No paras de sorprenderme desde que me casé contigo.

—Ja, ja —le sacó la lengua y arrugó su nariz.

Emma rio y saltó al suelo, prosiguió a sacarse los tenis blancos.

—Espero nunca dejes de lanzarme frases en italiano, amorcito.

—Por supuesto que no —acostó su maleta en el suelo de la sala, claro, fue lo primero que nació de él al llegar a su casa dolce casa a las 11 de la noche de un jueves: desempacar.

—¿Qué hay de cenar? —Pero esposita tenía otros planes.

—Eh —Colin no alcanzó a abrir su maleta, se frotó la espalda adolorida como todo viejo, observándola caminar a la cocina—, no sabía que tenías hambre, con las papitas. —En el Uber al depa, Emma había comido papitas que le sobraron del vuelo... que le sobraron a Colin del vuelo.

—Tengo hambre, claro —abrió el refri, encontrando nada. En serio. No había más que un pack de Stella, sirope de choco, miel, leche conservada sin abrir, ah, y zanahorias bebés—. ¡Debo alimentarme! —gritó al techo con una voz gruesa.

Colin llegó hasta ella, mirando el interior del refri, después abrió las alacenas de arriba donde había fideos instantáneos de emergencia, sacó dos paquetes al mismo tiempo que Emma sacó uno de waffles congelados. Emma sonrió con complicidad, agarrando el paquete de waffles con sus dos manos, frente a su cara.

—Hagamos unos waffles.

—¿Quieres desayunar? —rio.

—¡Eso es! —dio un salto y caminó a dejar el paquete congelado sobre la barra—. Porque desayunar de noche... —regresó al refri para cargar el sirope, la miel y la leche entre sus brazos.

—¿Es lo nuestro? —enarcó una ceja.

—¡Desde esta noche! —dejó los alimentos sobre la barra y los observó cómo si fuesen un banquete real—. Podemos hacerlo cada semana, ¡sí! Podemos comer cereales Trix, huevos revuelos, hasta tocino, panqueques, mmm, se me antoja yogurt... —se imaginó una parada de desayuno nocturno fantástica.

Colin la abrazó por detrás, con fuerza.

—Me encanta desayunar de noche contigo —le apartó el cabello para besarle la nuca.

El Renacer de Emma© #4Donde viven las historias. Descúbrelo ahora