5: El espíritu de la procreación

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El vestidor estaba lleno de mujeres

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El vestidor estaba lleno de mujeres.

Con su mochila transportadora de gatitas sagradas sobre sus hombros, y su bolso deportivo colgado en su brazo, Emma visualizó a Gen en uno de los casilleros.

—¡Mi Gennie! —la abrazó por detrás de sorpresa.

Gen dio un brinco del susto.

—¡Emma! —se quedó congelada por uno, dos segundos, hasta que volteó, agarrándola de los hombros—. Regresaste para asustarme...

Emma le dio otro abrazo sorpresa.

—¡Oh, Gennie! Te eché de menos —dio vuelta hacia el casillero vacío de al lado. La clase comenzaba en menos de 5 minutos. Le había costado despertarse.

—Lo dudo. —Gen rio—. Dudo que hayas echado de menos a cualquiera de nosotras. ¿Qué tal Italia?

Emma se quedó quieta.

¿Qué tal Italia?

Flexionó sus rodillas, haciéndose más pequeñita.

—¡Gennie, quiero mudarme a Italia! —juntó sus manos románticamente, a continuación, comenzó a sacarse los tenis—. Italia es mágica, mágica, mágica. Bueno. Mágica con Cole —aclaró, apuntándola con un dedo. Las dos rieron. Emma lanzó sus tenis dentro del casillero—. Pero no quiero hacerte spoiler, aguanta al brunch con Carla. Pero aaah —suspiró hechizada, con la mejilla apoyada en el borde de la puerta del casillero—. La vida de casada es para mí.

Gen se echó a reír. Esa Emmy era todo un personaje.

—¿Comiste mucha pasta?

—¡Ay Gennie! —Con energía, la agarró de las manos—. Toda la pasta que podía caber en un ser de mi tamaño.

Y Gen lo había notado bien. La cara de Emma estaba hinchada, pero Emma no se arrepentía de haber comido su peso en pasta, bueno, al principio sí, pero la noche anterior Colin le había hecho el amor como a una diosa, y esa mañana ella se sentía imparable... hasta sexi.

—Trajiste a Esteli —señaló Gen.

—Oh, sí. No quiero dejar a mi niña sola, en el depa. Así que ahora asistirá al yoga con su mami, al menos cuando es posible. Ataré su correa en un rincón. Cole dice que la trato como a una... —se acercó a una oreja de Gen— perra.

Gen rio.

—Qué insulto, Emmy.

—¡Lo sé! Hice que le pidiera disculpas.

—¡Abran paso a la señora O! —Escarlata gritó cuando las vio llegar al restaurante donde las dos hacían brunch.

Gen agachó la cabeza, quiso decirles a todas las personas que las miraron que la señora O era la rubia que la acompañaba y que debían mirarla a ella, en cambio, a Emma ser la señora O le emocionaba tanto que ni siquiera le importó ser el centro de atención por menos de la mitad de un segundo. Cuando se encontraron frente a la mesa cuadrada, Carla la abrazó entre chillidos y saltitos.

El Renacer de Emma© #4Donde viven las historias. Descúbrelo ahora