65: Anestesia

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Tan pronto como vomitó, Emma recordó porqué no bebía alcohol (además de no hacerlo por sus medicinas)

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Tan pronto como vomitó, Emma recordó porqué no bebía alcohol (además de no hacerlo por sus medicinas). Cuando se despertó después del mediodía con un dolor de cabeza y un dolor de cuerpo, pudo comprobar que los efectos posteriores de la champaña eran exactamente como Colin le había advertido alguna vez: fuertes. No supo cómo logró levantarse de la cama ni cómo consiguió echarse una ducha.

En las siguientes horas, se hundió en el sofá y fingió ser la más grande víctima de los fabricantes de champaña. Colin disfrutó haciéndole de comer y dándole unos masajes en los pies mientras escuchaba los arrepentimientos de una señora con sensación de pesadez en la cabeza.

—¿Salimos a caminar? —preguntó él de repente—. Tienes que estirarte.

—¿Tengo que? —Acostada en el sofá, Emma lo miró con una cara de rechazo hacia la idea. Estaba bebiendo un batido. Tenía el vaso sobre su panza y lo bebía a través de un popote metálico, haciendo el menor de los esfuerzos.

—Sí. —Colin apartó los pies que estaba masajeando y se levantó del sofá—. Es el día más soleado que tuvimos desde que llegamos, y ya casi está terminando. Vamos. No tengo que cargarte ¿o sí?

—No.

—¿Sí? Pues bien. —Colin dejó a un lado el batido de ella y se ingenió para cargarla sobre su hombro derecho mientras Emma reía fuerte y como no la había escuchado reír desde Nochebuena.

Los calcetines de Emma tocaron el césped frente a la casa y su rostro irradió bajo el sol de la última hora de la tarde. Colin tenía razón acerca de todo. El cielo estaba despejado, y habían desperdiciado el día más lindo dentro de la cabaña, incluso, gracias al sol, hacía menos frío. Dieron un paseo por el patio, y después se sentaron en uno de los corredores al aire libre, alrededor de la casa, donde se encontraba el jacuzzi y, cerca, estaba el fogón para asar malvaviscos. Desde sus lugares, podían ver a Estela sentada en medio de la mesa del comedor, ésta agitaba su cola peluda mientras los veía.

—No encendiste tu celular mientras yo dormía, ¿verdad? —preguntó Emma cuando Colin se levantó con la idea de encender el fogón.

—No. —Porque eso hubiese sido traicionar la confianza de ella, pero las ganas de encenderlo le sobraron—. Te prometí que no lo encendería.

—Lo sé —recostó su sien en el respaldo del sofá donde estaba, mirando cómo el fuego cobraba fuerza—. Confío en tu palabra, es solo que tú tienes el corazón mucho más blandito que el mío.

—¿Hablas en serio? —giró la cabeza para verla. Era ella la del corazón blandito. ¿De dónde sacaba esa afirmación?

—Siempre te preocupas por ellos, aunque no lo merezcan.

—No encendí mi celular. —No quería recordar cuándo pudo haber sido amable con los Miller sin que ellos lo merecieran—. ¿Quieres los malvaviscos ahora?

El Renacer de Emma© #4Donde viven las historias. Descúbrelo ahora