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Estela trepó sobre el abrazo de dos y los despertó

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Estela trepó sobre el abrazo de dos y los despertó.

—¡A-auch! —Colin se quejó fuerte con un ojo abierto y otro cerrado—. Gatita sagrada en mi cabeza. Gatita sagrada en mi cabeza.

—¡Estela! —Emma levantó su cuello para ver cómo Estela se acomodaba sobre la cabeza de Colin sin respeto alguno. No pudo aguantar su risa. Estela tenía una fijación con la cabeza de él, y no lo respetaba ni un poco. Caminaba sobre el cuerpo de Colin como si fuese su terreno.

—Ya. —Colin le dijo a Estela cuando la apartó, a continuación, volteó hacia Emma—. Te amo —pronunció frente a la cara de ella.

—Afortunada de mí —sonrió, mordiendo la puntita de su lengua con picardía, acto seguido, le dio un beso característico de sus despertares románticos—. Te amo más.

—Cierra los ojos.

Emma sonrió. ¿Para?

—Bien —obedeció.

Sintió cómo él giró hacia la mesita de noche, escuchó cómo abrió el cajón y cómo lo cerró. Emma se sentó con la espalda recostada en su almohada, preparándose para lo que viniese a continuación.

—Muy bien, nena linda. Ábrelos —pidió él.

Emma abrió sus ojos y tapó su boca al ver su brazalete.

El mismo brazalete que él le había obsequiado por su primera Navidad juntos, el mismo día en que se dijeron te amo por primera vez, hacía exactamente dos años. Pero le había añadido tres dijes nuevos: una gatita, una paleta de pintura, un infinito y una letra C.

—¡Cole! —Sus labios apretados temblaron y sus ojos brillaron, su primera reacción fue la de darle un abrazo. Él acababa de resucitar a su brazalete que había estado sepultado por tanto tiempo en un alhajero de bailarina.

—¿Puedo ponértelo? —sonrió en su adentro, mirándola a los ojos. Emma asintió en silencio y él le puso el brazalete en la muñeca izquierda, al terminar de ponérselo, le dio un fuerte beso en la mano—. Te amo incluso más de lo que te amaba hace dos años o hace dos minutos. Mi amor por ti se expande por cada segundo.

—Colin —apretó más sus labios, tomando la letra C entre sus dedos. Tenía un nudo de hilos de colores en su garganta, amenazando con estallar lana y lágrimas—. No volveré a guardarlo por dos años más.

—Qué bien, porque quiero que lo uses.

Y eso había sido todo lo que ella necesitaba escuchar para no volver a quitárselo más. No podía dejar de mirar la inicial de él. Ella le pertenecía a él y él le pertenecía a ella. Por siempre.

—Lo usaré siempre —prometió, dándole otro beso en los labios—. Yo no te compré nada. ¡No sabía que íbamos a regalarnos algo!

—Está bien —le restó importancia—. No teníamos que regalarnos algo, este solo es un detalle mío que surgió.

El Renacer de Emma© #4Donde viven las historias. Descúbrelo ahora