50: Picnic en invierno

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El auto se detuvo frente a la única casa con luces apagadas de la calle

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El auto se detuvo frente a la única casa con luces apagadas de la calle.

Colin bajó primero, sujetó la puerta para que Emma bajara detrás con Estela, después la cerró. Parada en la acera, Emma sopló por el frío que sentía, el humo salió de su boca como un tren a vapor, tenía los brazos cruzados e intenciones de subir por el pórtico para refugiarse en la casa cuando Caleb abrió la cajuela presionando un botón del interior del auto de Theresa.

—Un segundo —le dijo Colin a Emma, recogiendo el par de bolsas de papel de la cajuela. Emma le sonrió a distancia—. Probablemente mandé a Caleb a que hiciera compras por mí mientras tú no sospechabas nada.

—¡Siempre me sorprendes!

Colin levantó una mano para despedirse del chofer, y subió por las escaleras del pórtico. El portoncito negro siempre tenía el candado abierto como una mala costumbre que inició hace años, cuando Thomas McClain seguía habitando la misma Tierra que ellos. Colin abrió la puerta y dejó que su esposa entrara primero, como acto seguido, encendió las luces que necesitaba y cerró la puerta con tranca. Cerró mejor la cortina de la sala y se dirigió a la cocina.

—Recordé nuestro picnic. —Emma liberó a Estela en el suelo. Estaba sonriendo. Se sacó el enorme abrigo que traía, pues Colin acababa de encender la calefacción de la casa.

—Podemos hacer un picnic en la sala —propuso él desde la cocina.

—Eso suena... inolvidable —sonrió.

—No es como si le hubiese pedido a Caleb que me consiguiera un ramo pequeño para darle un toque especial a nuestro picnic pensado anticipadamente por mí. —Emma se acercó a él sin borrar su sonrisa—. No es como si hubiese descargado Folklore para escucharla contigo mientras tenemos un picnic.

—Te amo tanto. Siempre piensas en todo. ¿Qué cocinarás para nosotras? —dio un paso dentro de la pequeña y estrecha cocina.

—Pasta —sacó una caja de espaguetis frescos de una de las bolsas— y... —sacó una lata— paté con sabor a... atún —dejó ambas sobre la mesada y sacó el pequeño ramo de la otra bolsa—. Le pedí girasoles, pero. . .

—Son girasoles —sonrió.

—No tus favoritos.

Eran girasoles del tipo teddy bear.

—Pero siguen siendo girasoles en invierno —sonrió, tomando el pequeño ramo de cuatro girasoles, a continuación, se acercó y le dio un beso en la mejilla—. Eres el mejor esposito del mundo.

Colin se limitó a sonreír, dándose vuelta porque esa pasta no iba a cocinarse sola. Comenzó sacando los utensilios que necesitaba.

—Compraste un vino, señor.

—Sí.

—Brindaré contigo.

—Eso suena genial.

El Renacer de Emma© #4Donde viven las historias. Descúbrelo ahora